jueves, 21 de octubre de 2010

Un viejo nuevo gobierno. Por M. Martín Ferrand

Rubalcaba es el nuevo Gobierno y los demás ocupan el escenario para que la producción no resulte pobretona.

ALFREDO Pérez Rubalcaba llevaba en la mochila el bastón de mariscal desde que Felipe González le nombró ministro de Educación. Ahora lo lleva ya en la mano y luce los entorchados de poder que durante los últimos siete años, entre la cautela y la humildad, escondía bajo la camiseta. De hecho puede decirse que Rubalcaba es el nuevo Gobierno de Zapatero y los demás, como esos extras con lanza del teatro clásico, ocupan el escenario para que la producción no resulte pobretona. Es decir, seguimos donde estábamos y a la espera de que las autonómicas catalanas —¿el principio del fin del zapaterismo?— marquen el rumbo a seguir para llegar del mejor modo posible al amontonamiento electoral de la próxima primavera. «¿Brindará usted por el ascenso de Rubalcaba?», acaba de preguntarme un becario que testa, para un diario digital, la alegría que genera el nuevo Gobierno. Sí, le he respondido. Lo haré con agua de Solares, que es la bebida típica de su pueblo de nacimiento.

La siguiente consideración que merece el viejísimo nuevo Gobierno de Zapatero, un equipo de náufragos sin brújula, es la mucha estima que el de León siente por el PSOE. Algo entrañable. En un gesto de fervor partidista le ha nombrado a Leire Pajín titular de Sanidad, el ministerio del «prohibido fumar», y con ello ha redimido al PSOE de una secretaria de Organización delicuescente que, si piensa como habla, nos dará días de gloria en su nuevo pedestal de poder y salud. Tampoco resultan mancas las cesantías de María Teresa Fernández de la Vega que, como la madrastra de Blancanieves, le pregunta al espejo mágico si hay alguien más listo que ella en el paisaje socialista; la de Miguel Ángel Moratinos, el diplomático que, de tanto mirar al Este, nunca ve ponerse el sol; Bibiana Aído, la que multiplicada por cualquier número siempre da cero; Celestino Corbacho, que ahora fracasará en Cataluña en vez de hacerlo en Madrid; Beatriz Corredor, una mala solución habitacional, y Elena Espinosa, otro de los aspectos del vacío socialista.

Aparte de Pajín, entra en el Gobierno Ramón Jáuregui, que ya debió entrar hace siete años, pero que no se corresponde con la estética de líder; Rosa Aguilar, que ha vuelto a caerse del caballo cuando iba hacia Damasco, y Valeriano Gómez, una sombra de Jesús Caldera en el nuevo guiñol de La Moncloa. Y Trinidad Jiménez, que sale y entra para demostrar que un fracaso continuado y persistente, contumaz, es algo que Zapatero sabe apreciar y mantener a su vera. Un buen cesto para recoger tomates en la huerta, pero poco apto para las labores de achique que requieren las vías abiertas en la nave del Estado.


ABC -Opinión

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