domingo, 10 de octubre de 2010

¿Con Zapatero o frente a él?. Por José María Carrascal

Los votantes socialistas, como los del PP, no bastan para ganar la batalla de Madrid, donde abundan los que van por libre.

¿SE ha levantado la veda sobre Zapatero? ¿Empieza a ser un lastre para los socialistas? Primero, hay que precisar qué socialistas. Los que han venido rentabilizando sus victorias van a defenderle con uñas y dientes, al saber que su derrota les devolverá a la nada de donde salieron. El resto, en cambio, van a poner la mayor distancia posible con él, e incluso le señalarán la puerta de salida, como ha hecho Barreda, después de haberle bailado el agua todos estos años. Pero en política la primera lealtad es con uno mismo, excepto en casos muy singulares, que más confirman que contradicen la regla. Zapatero va a enterarse ahora de cuántos amigos tiene, si alguno.

Un caso especial lo constituyen aquellos socialistas a quienes ha ninguneado u ofendido. Empezando por Tomás Gómez, a quien quiso dejar en la cuneta. ¿Debe tomarse la revancha? No parece prudente, pues va a necesitar cada voto en su batalla con la muy aguerrida dama Esperanza Aguirre. Su problema, sin embargo, es que ganó las primarias precisamente por «haber dicho no a Zapatero», como muy bien dijo Rubalcaba, equivocándose en todo lo demás. Es decir, por haber sabido mantener el tipo y la palabra. Ello le dio un aire de David —perdonen el uso de la manida metáfora, pero es la más adecuada— frente a Goliat. Pero si una vez alcanzada la victoria le vemos diciendo cosas como: «Quiero dar las gracias a José Luis Rodríguez Zapatero por su apoyo y ánimo», tal impresión se diluye, para dar paso a otra bastante diferente: «Este hombre es un cínico o un oportunista». O sea, un político como los demás.


La maniobra puede valer para los socialistas, acuciados por la necesidad de hacer piña. Pero los votantes socialistas, como los del PP, no bastan para ganar la batalla de Madrid, donde abundan los que van por libre, y no votan borreguilmente al candidato del partido, sino al que considera más adecuado al momento y las circunstancias. De ahí que en Madrid haya habido alcaldes y presidentes socialistas y populares con amplio respaldo del vecindario. Y esos madrileños con criterio propio lo que más admiran de Tomás Gómez es precisamente la libertad de que hizo gala frente a la cúpula de su partido. Pero si volviera a ser un mero funcionario, tal efecto desaparecería.

Este es el dilema en que se encuentran Tomás Gómez y todos aquellos socialistas que se han dado cuenta demasiado tarde de a quién tenían al frente, y ahora lo tienen enfrente. Sólo ellos podrán resolverlo, porque si dejan que el aparato lo resuelva, están tan perdidos como si David, en vez de cortar la cabeza a Goliat, hubiese acudido solícito a curarle la herida que le había causado con su pedrada.


ABC - Opinión

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