martes, 24 de agosto de 2010

¿Torrija o lapsus?. Por Ignacio Camacho

Federico Trillo todavía está penando su inocente «Viva Honduras» y no pisó con él ningún cable de alta tensión.

Alos lapsus de los políticos no hay que darles demasiada importancia porque suelen obedecer a su costumbre de hablar demasiado. Demasiado a menudo, demasiado tiempo y demasiado irreflexivamente. La logomaquia, la facundia, el parloteo, se han convertido en seña esencial de una política hueca que malversa la palabra para convertirla en mera charlatanería sin sustancia ni contenido y reduce el diálogo a una perezosa repetición de consignas vacías que a veces resultan traicionadas por las distracciones. En esa cháchara superficial es frecuente que se produzcan resbalones y actos fallidos que, más que una profunda parapraxis freudiana, producto de manifestaciones liberadas por la autenticidad del inconsciente, revelan sobre todo la desatención que los dirigentes públicos prestan a su propio discurso.

No conviene por eso sacar conclusiones solemnes del desliz con que el portavoz parlamentario socialista, José Antonio Alonso, abrió ayer el curso político al confundir la visita de Aznar a Melilla con un viaje a Marruecos. Simplemente, Alonso ha tardado en sacudirse la espesa torrija posvacacional y su subconsciente trabajaba acaso con la idea —real— de que el expresidente quiso devolver a Zapatero la faena de aquel polémico desplazamiento a Rabat en 2001, el del célebre mapa, verdadero o falso, de Mohamed VI. Pero al igual que existen erratas —lapsus calami—claramente inducidas por el contexto de la escritura, hay errores verbales muy traidores que resulta imposible desligar de una confusión efectiva de conceptos. Claro que Alonso sabe que Melilla es España y no necesita la penitencia de escribirlo cien veces en un encerado; no estamos hablando de geografía sino de geoestrategia. El problema consiste en que la política exterior del PSOE prima la atención de las relaciones marroquíes y en caso de conflicto dirige su foco de interés al apaciguamiento del vecino. Cuando un dirigente relaja su concentración intelectual, se le cruzan los cables del área subcortical y se provoca un cortocircuito involuntario. Sale a relucir lo que realmente le importa. No se trata tanto de un lapsus linguae, ni siquiera de un lapsus memoriae, como de un desorden reflejo de prioridades.

Que no es nuevo, por otra parte, en este Gobierno. Moratinos y Blanco lo padecieron cuando los Reyes visitaron Ceuta y Melilla, y eso ya constituye una inquietante reiteración en el despiste que da que pensar sobre la estructura de los procesos subconscientes de gente tan principal. Unos tipos tan atentos a la gestualidad política, que es el punto fuerte del zapaterismo, deberían cuidar mejor su aplicación expresiva, so pena de otorgar pábulo a interpretaciones susceptibles de sospecha. Federico Trillo todavía está penando su inocente «Viva Honduras» y no pisó con él ningún cable de alta tensión. Todo el mundo tiene derecho a equivocarse, cierto, pero mosquea que algunos se equivoquen siempre en el mismo sentido.


ABC - Opinión

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