domingo, 22 de agosto de 2010

José Blanco. Fomento de la confusión. Por José T. Raga

La pregunta que, también en agosto, haría yo al señor ministro es si ha calculado lo que cuesta parar una obra pública, desmovilizar el equipo, despedir al personal, etc., para unos días después continuar con ello, como si nada hubiera pasado.

Ese podría ser el apelativo que figurase en el frontispicio del ministerio del que es titular don José Blanco. La afición, últimamente, del señor Blanco de meterse en todos los charcos, incluso en los innecesarios, le lleva a utilizar referencias necias como eje de sus manifestaciones, lo cual, por su misma condición, suele levantar airadas respuestas, en unos casos, y despertar insaciables apetencias, no confesables, en otros. Ya saben ustedes que, en nuestro país, acudimos con frecuencia al argumento de oportunidad, basado en que "como el Pisuerga pasa por Valladolid". Lo que sí es cierto es que, con ello, y pese a todos los pesares, el señor Blanco ha conseguido ser noticia en un adormecido mes de agosto; si es lo que pretendía, lo ha conseguido. Y no diría yo que no, porque vayan ustedes a saber, qué es lo que circulaba por la mente del señor ministro en esos momentos.

Lo que también ha conseguido, no sé si pretendiéndolo o no, es confirmar el desconcierto del Gobierno que preside el señor Rodríguez Zapatero. Yo pensaba que no era necesario hacerlo patente también, en esos momentos en los que trabajados por el invierno, los españoles aspiran a un merecido descanso. ¡Hombre, don José! Esas cosas y las escaramuzas que provocan, se dejan para el invierno, momento en el que el deseo de olvidar a quien nos gobierna se ve desplazado, por aquello de que ya estamos dispuestos a la mala noticia y al despropósito más flagrante.


Yo creo, tratando de encontrar una justificación a tanta incompetencia y a tanta contradicción, que el problema está en que los miembros del Gobierno carecen de vergüenza y de estima personal; quizá se salve alguien, aunque no me viene su nombre a la memoria. Cualquier persona normal, sí, de los que deambulamos a diario por las calles, no aceptaría decir hoy blanco –me refiero al color, no al ministro– y mañana negro. Es más, a la hora de dar una opinión, nos centraríamos en la esfera de competencia propia, respetando la que pertenece a terceras personas. Bien es verdad que si este principio lo practicaran los ministros del señor ZP, y el propio señor presidente, serían verdaderos sepulcros, sin nada que decir, pues no creo que hayan descubierto materia alguna en la que puedan hablar con autoridad; con esa autoridad que dimana del saber, y no con la potestad que proviene del poder.

Lo cierto es que el señor Blanco ha pasado de restringir drásticamente la obra pública, como un ejemplo de lo que hay que hacer cuando se trata de reducir el déficit público, a decir que lo drástico es menos de lo que dijo y que, con un supuesto regalo que le ha hecho la vicepresidenta económica de unos quinientos millones de euros, podrá reiniciar unas cincuenta obras que supuestamente había parado. Como la cuenta es muy elemental y él muy primario, me malicio que, en sus cálculos, salen a diez millones por obra. Ya sería chocante que así fuera, pero para todo hay que estar preparado, aunque sea en agosto. Eso sí, ya ha advertido que no nos va a decir qué obras se salvan de la quema. Nosotros nos lo imaginamos; no hace falta mucha imaginación.

La pregunta que, también en agosto, haría yo al señor ministro es si ha calculado lo que cuesta parar una obra pública, desmovilizar el equipo, despedir al personal, etc., para unos días después continuar con ello, como si nada hubiera pasado. En algunas obras su entidad es tal que ese óbolo de los diez millones casi se irá con los costes de deshacer y volver a tratar de hacer, para deshacer de nuevo porque ya se han terminado los euros. ¡Qué cosas Don José! ¡Quédese usted tranquilo, aunque sea por un tiempo corto! ¡Piense en el bien de los españoles y en su derecho al descanso, que ellos sí que trabajan!

El problema se ha producido cuando el señor Blanco, no quedándose satisfecho con su desprogramación de la obra pública, como la voz de su amo –nada que ver con la discográfica, para bien de ésta– recordó que la técnica del Gobierno ZP consiste en sustituir la acción de gobernar por la de amenazar. No les basta promulgar decretos y órdenes ministeriales, sino que tienen que zafarse en amenazas a un pueblo que parece nacido para sufrir. Y, dicho y hecho, se convirtió en altavoz de su amo y repitió la amenaza contra los que más tienen. ¿Se acuerdan de nuestro presidente? Subir impuestos para que paguen más los que más tienen; aunque, de momento, el aumento del IVA, que también lo pagan y con más sacrificio los que menos tienen, ya va haciendo camino desde el primero de julio pasado.

Pero ¡ah amigo!: ahí le pisó el callo a la señora Salgado –lo del callo es simplemente un decir figurativo– y la vicepresidenta arremetió contra su colega de gabinete, sin temer siquiera a la reacción del presidente, o quizá con su beneplácito; no tengo información privilegiada sobre el particular. Lo malo es que también doña Elena se ha enredado con la negativa a la subida de impuestos, abriendo la puerta a que quizá sea preciso hacer algún ajuste atendiendo a la progresividad, pero sin ánimo recaudatorio. Y la verdad es que esto ya es demasiado para cuerpos tan maltrechos por la acción de un Gobierno esperpéntico. ¿Cómo quedamos, hay o no hay subida de impuestos? ¿Está la bolita en el cubilete de la derecha, en el de la izquierda o en el del centro? Los malabaristas callejeros, lo hacen mejor y, en ocasiones, tienen más gracia.

La guinda al pastel, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, se la ha puesto el señor Taguas. ¿Se acuerdan de él? No se ha hecho esperar, pues como lobby del sector construcción, ha salido en defensa de lo que más le pica –la obra pública, y ahí debe estar la causa del arrepentimiento del señor Blanco y de la asignación de los quinientos millones– diciendo que, aunque no se suban los impuestos –quizá le preocupe que tengan que pagar más los que más tienen– sí que es posible establecer tasas que contribuyan a financiar las obras públicas. ¡Otro más diciendo lo que tenemos que hacer o por dónde nos pueden pillar! ¡Pero hombre, sea usted más cauto, que se le entiende todo!

¿Se le ha olvidado al señor Taguas que el impuesto sobre los carburantes se estableció para financiar la inversión en infraestructuras? ¡Miren, sinceramente, déjennos! Tenemos derecho a vivir, aunque atropellados, tranquilos. Y para que ese derecho pueda hacerse efectivo, sinceramente, ¡convoquen cuanto antes elecciones generales! Así demostrarán que aman a España y a los españoles.


Libertad Digital - Opinión

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