jueves, 17 de junio de 2010

Un día aciago. Por Ignacio Camacho

En el Mundial nos quedan aún dos oportunidades. El presidente tiene menos margen.

QUÉ manera de palmar, que diría Sabina. Y qué día tan ingrato para hacerlo, justo cuando el país necesitaba goles que le endulzaran los lúgubres anuncios de despidos en saldo y graves incertidumbres sociales. No hubo siquiera un trivial bálsamo deportivo contra las sombrías amenazas de un colapso financiero. Las penas nunca vienen solas, y Murphy no suele fallar: toda situación crítica es susceptible de empeoramiento. Alemania nos ha expulsado con crudeza realista de aquella Champions económica que Zapatero, en su arrogante torpeza de Míster Bean, se creía en condiciones de liderar, y Suiza nos ha bajado con un abrupto gatillazo de la nube del favoritismo mundialista. Al menos en el fútbol, sin embargo, la euforia provenía de datos contrastados y de una experiencia fiable.

Hay una diferencia entre un revés y otro: si el presidente del Gobierno ha reaccionado al fracaso abandonando todos los principios que hasta ayer constituían su irrenunciable identidad ideológica, Del Bosque perdió en Sudáfrica sin abdicar ni un solo minuto de su paciente estilo frente a unos rivales atrincherados como vietnamitas. Tiqui-taca hasta el final, a muerte, en un ejercicio irreprochable de fidelidad, ortodoxia y coherencia que contrasta con el de un Zapatero entregado a la ruptura consigo mismo y decidido a soltar lastre sin ningún tipo de prejuicios.


Se trata de una cuestión de conceptos de liderazgo; el de un líder prudente, consecuente y sensato que en ningún momento ha caído en vicio de autoconfianza y el de un airoso zascandil imbuido de falso optimismo y capaz de renegar de cualquier presunta convicción para mantenerse en el inestable equilibrio de una posición dominante. Ayer liquidó sin ambages los últimos restos del proteccionismo laboral en el que había situado la línea roja de su profesión socialdemócrata, pasándose al más radical reformismo thatcheriano sin una sola explicación ni una sombra de autocrítica. Y todavía tiene suerte: durante unos días, el debate sobre la selección solapará el de un decreto que expropia los derechos laborales, y la discusión sobre las tácticas del seleccionador servirá para aparcar la de las estrategias (?) del presidente.

Fue una jornada histórica, como le gusta proclamar al Gobierno. Cayeron los blindajes sociales del empleo y zozobró el sueño mundialista que sostenía parcialmente la maltrecha autoestima nacional. Antes de que cunda la depresión colectiva, en uno de esos bandazos anímicos tan nuestros capaces de dar alas a los demonios históricos, es menester recordar que en Sudáfrica nos quedan aún dos oportunidades. Quizá el presidente —que por cierto es también ministro de Deportes— tenga menos margen; si tropieza en la reforma laboral será candidato al despido objetivo. Antes llamado procedente.


ABC - Opinión

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