jueves, 4 de marzo de 2010

Ese otro planeta en el que vive Salgado. Por Federico Quevedo

La escena es, más o menos, como sigue: se reúnen la troika gubernamental, por un lado, y la delegación del PP por otro. Al terminar aparece la ministravicepresidenta Salgado y dice que todo ha ido muy bien y que hay puntos de acuerdo y que está muy satisfecha, y después sale Montoro que dice justo lo contrario, o sea, que de acuerdo en lo fundamental nada de nada, y que al Gobierno y al PP les separa un abismo. Se cierra el telón. ¿Cómo se llama la película?

Propongo al foro concurso de ideas para titular este guión, pero obviamente me quedo con la versión de Montoro, no por nada, sino porque me parece la que más se acerca a la realidad. Es más, me consta –porque así me lo han dicho-, que en la reunión hubo palabras más que gruesas y reproches mutuos, y que lejos de ser cordial ambas partes estaban deseando que terminara, porque resultaba bastante violenta la situación.


Y es que no podía ser de otra manera, por razones más que lógicas. Lo que ayer hizo la ministravicepresidenta Salgado fue, en la tónica habitual de este Gobierno, contarnos una milonga, trasladarnos una nueva impostura que forma parte de esa impostura mayor que ahora el Gobierno llama Pacto de Estado pero que es el parto de los montes. Porque ni es pacto, ni de este paritorio va a salir nada más que una serie de parches, alguno más positivo que otros, que en ningún caso pueden considerarse parte de un ambicioso plan de ajuste para salir de la crisis, que es lo que realmente necesitaría la economía española. Aunque me temo que ya ni eso arreglaría a estas alturas nada y la única solución plausible parece ser la convocatoria de las urnas para que los ciudadanos se pronuncien sobre su futuro y sobre a quien quieren encargarle la ardua tarea de volver a poner este país en orden.

Falsas ideas

Pero, volviendo a la impostura, cada vez es más evidente -y el Gobierno ha quedado más al descubierto de sus verdaderas intenciones- que todo esto no es más que una manera de ganar tiempo, de intentar engañar a los ciudadanos españoles y a los mercados internacionales vendiéndoles la falsa idea de que los grupos políticos se han puesto de acuerdo en un conjunto de medidas para hacer frente a la situación. Mentira. Bajar dos puntos el IVA de las chapuzas –que por otra parte casi nadie paga-, el coche eléctrico o la vuelta por la puerta de atrás a la banca pública no pueden considerarse en ningún caso un plan serio para afrontar la crisis. Si lo que pretende Rodríguez es llegar lo más cerca posible de la convocatoria de las elecciones generales y que para entonces la situación económica se haya dado la vuelta, va listo.

Puede ser que a las puertas de 2012 la estadística oficial empiece a ofrecer algún que otro dato positivo, y ya veremos si es así, pero la economía real, la de la calle, va a seguir en depresión, y no hace falta más que darse una vuelta y pisar las aceras para darse cuenta, pero eso es lo que Rodríguez no sabe ni quiere hacer.

Además, aunque fuera cierto que al final de 2011 esto empieza a mejorar un poco, nada va a cambiar para Rodríguez, porque a estas alturas el nivel de desafección que ha conseguido acumular es brutal, el rechazo que suscita entre la ciudadanía es superior al que jamás haya conseguido acumular ningún otro presidente… Ya no es creíble, ni confiable, y la percepción general es la de que ha mentido y ha engañado, que ha hecho trampas, que ha jugado con la gente y se ha comportado como un trilero. Por eso el pacto es imposible, y por eso escuchar a Salgado es como escuchar a alguien que ha venido de otro planeta o que vive en la inopia.

El Gobierno no está dispuesto a hacer lo que tiene que hacer, que es gobernar y tomar decisiones difíciles e impopulares, y mientras no haga eso no va a haber manera de trasladar un mensaje de confianza a la población, por mucho que se empeñen algunos en contarnos que estosololoarreglamosentretodos y de paso le hacemos un favor a Rodríguez, porque, en efecto, la única manera de hacerlo se llama democracia, es decir, las urnas.


El Confidencial - Opinión

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