miércoles, 3 de febrero de 2010

Ajuste «como sea». Por Ignacio Camacho

CASI todo lo que hasta ahora podía salir mal en la flamante presidencia europea ha salido, efectivamente, mal. Y no sólo por el plante de Obama a la cumbre española, principal objetivo mediático del Gobierno, sino porque la visibilidad que buscaba en el continente se ha convertido en un boomerang proyectado contra la cabeza de Zapatero, quien en su burbuja autocomplaciente parece haber olvidado que en Europa hay bastante gente a la que le parece cargante su suficiencia. Lo que hasta el momento sólo sabíamos los españoles se ha convertido en dominio universal. El presidente quería alzarse sobre el turno de guardia para mostrar su adanismo pero resulta que algunos lo estaban esperando para darle con un canto en los dientes a las primeras de cambio. Muy especialmente los alemanes de la «fracasada» Angela Merkel, principales compradores de deuda española a través del Banco Central Europeo; primero lo pusieron en su sitio cuando tuvo la ocurrencia inicial de sugerir que iba a enseñar a la Unión el camino de salida de la crisis, y ahora le han metido las cabras en el corral de Davos al sentarlo entre Letonia y Grecia -¿dónde estaban las decenas de asesores monclovitas cuando se hizo esa foto?- y obligarle luego a forzar un ajuste social si quiere seguir contando con la anuencia de los mercados.


Ésa y no otra es la razón esencial de la brusquísima reconversión del discurso zapaterista y el vertiginoso abandono de las políticas indoloras. Europa no sólo no se traga el rollo sostenible ni nuestra proclamada solidez financiera, sino que exige medidas de garantía para seguir sosteniendo la fiesta socialdemócrata. Menos gasto y más reformas estructurales: he ahí las condiciones del aval que le han señalado a ZP los señores del dinero, a quienes conmueve poco el énfasis ideológico y la milonga del cambio de modelo productivo. En Davos le han puesto las peras al cuarto por meterse a redentor del sistema; los gurús monetaristas le echaron un rapapolvo de órdago, le destriparon las cuentas y luego le recordaron de dónde sale la pasta que alegremente se ha gastado en financiar un dispendio incompatible con la coyuntura.

Ahora falta por saber si la retractación presidencial va en serio o si se trata de uno de sus trucos virtuales de cosmética política. La defensa del modelo proteccionista ha ido demasiado lejos para que parezca creíble esta turboabjuración, aunque en materia de principios el zapaterismo haya demostrado ser dúctil como la plastilina: su única lógica coherente la articula la permanencia en el poder. El problema es que apretar el cinturón de la gente, por necesario que resulte, cuesta votos y eso ya supone jugar con las cosas de comer. Así que lo más probable es que prepare un ajuste de atrezzo para ir tirando hasta que pase la tormenta. Quizá pronto veamos una reforma laboral diseñada según el acreditado procedimiento del «como sea».


ABC - Opinión

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