domingo, 31 de enero de 2010

La conversión. Por Ignacio Camacho

DE los cincuenta años para abajo, millones de trabajadores españoles contemplan el futuro con el razonable recelo de que el sistema de pensiones no aguante el tiempo suficiente para pagar las suyas. La perspectiva de zozobra se vuelve aún más inquietante para los jóvenes actuales, previsibles pensionistas a partir de 2050; en esa fecha, los estudios demográficos prevén que la pirámide de población decline hacia una pronunciada curva de envejecimiento. Si no se toman ahora las medidas necesarias, España será a mitad de siglo un país de clases pasivas condenadas a malvivir en un precario desequilibrio asistencial.

Esta amenaza para el Estado de Bienestar es desde hace tiempo un clamor que venían proclamando expertos de toda condición, incluidos el Banco de España y la Comisión Europea, desoídos con tozudez y hasta replicados con algún insulto por un Gobierno envuelto en su alegre optimismo negacionista y en su alergia a las reformas estructurales. Sin embargo, la demoledora impiedad de las cifras ha acabado derribando a Zapatero de su caballo inmovilista; su repentina turboconversión al reformismo, acaso un milagroso fruto anticipado del ya célebre Desayuno de Oración, constituye el reconocimiento implícito de su fracaso social ante la crisis. Pero aunque con retraso, ha quedado abierto al fin el debate tabú del sistema jubilar y nuestra dirigencia pública cometerá una flagrante irresponsabilidad si deja escapar esta ocasión histórica.

Es hora de que la peor generación política de la democracia se retrate ante la posteridad con una decisión de alcance estratégico. Desde la llegada al poder de Zapatero, la mediocre clase dirigente española no sólo se ha entregado a un feroz presentismo oportunista, sino que ha desarticulado la mayoría de los pactos de Estado vigentes desde la transición y desmantelado la urdimbre nacional en provecho de frívolas tácticas de coyuntura. La posibilidad de reformar la jubilación le concede la oportunidad de una redención parcial que deje siquiera algún legado útil a ese futuro donde inevitablemente tenemos que pasar el resto de nuestras vidas.
En su brusca rectificación, quizá tan improvisada como el resto de sus decisiones, el Gobierno ha hecho una propuesta poco meditada, contradictoria, unilateral e incompleta si no la acompaña de otras medidas de fondo sobre el empleo, el gasto y la productividad; pero para ver hasta dónde está dispuesto a llegar no hay otra fórmula que tomarle la palabra y obligarlo a cumplirla, sentándolo en una mesa de negociación en la que no le quepa más remedio que buscar el consenso que hasta ahora ha rechazado. Por primera vez en seis años, la agenda pública española se abre a la discusión de un asunto esencial de largo plazo. Es menester aprovechar este ataque de cordura momentánea del zapaterismo antes de que le sobrevenga una crisis de arrepentimiento.


ABC - Opinión

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