domingo, 31 de enero de 2010

Dignidad. Por Alfonso Ussía

En un arranque de osadía, una clínica de Madrid contrató al doctor Valentín Fuster y se lo trajo de Nueva York. El director de la clínica, también cardiólogo e investigador, le anunció su nuevo trabajo: «A partir de ahora, se encargará usted de vigilar si las enfermeras cumplen adecuadamente su horario laboral». El doctor Fuster, con dignidad, mandó a su colega a tomar por saco. En un arrebato de astucia, un modesto editor, muy embaucador, le hizo una oferta a Mario Vargas Llosa para conseguir los derechos de su último libro.

Vargas Llosa, conmovido, aceptó la oferta. Semanas más tarde el editor llamó al maestro: «Don Mario, creo que el capítulo octavo es muy plano y el final muy flojito. Le doy un mes para que mejore la novela». Mario Vargas Llosa, con dignidad, mandó al editor a tomar por saco. Una revista de cuchufletas contactó con Antonio Mingote. Su redactor-jefe le solicitó un dibujo para la portada. Antonio, siempre generoso y cortés, trabajó, dibujó la portada y se la envió al redactor-jefe de la revista de marras. La reacción del redactor-jefe no se hizo esperar: «Don Antonio, esperábamos que su dibujo fuera mejor y más gracioso. Envíenos otro y con urgencia, porque estamos cerrando». Antonio Mingote, con dignidad, mandó al redactor-jefe a tomar por saco. El director de una malísima película española consiguió dinero para contratar a Sean Connery. En el rodaje de la primera escena, el director se sinceró con el gran actor escocés: «Sean, usted no actúa con naturalidad. Le recomiendo que vea alguna película de Federico Luppi para que aprenda a moverse ante las cámaras». Sean Connery, con dignidad, mandó al director a tomar por saco.

Había vencido Manuel Pizarro, gracias a su inteligencia y tenacidad en la resistencia, a los poderes públicos en defensa de los accionistas de Endesa. Aquella imagen de Pizarro mostrando un ejemplar de la Constitución en los momentos de mayor acoso de los gobiernos de España y de la Generalidad de Cataluña a la empresa lo convirtió en un héroe. Triunfó en su batalla y abandonó Endesa en olor de multitudes, conservándola en manos de sus dueños y no de intereses políticos. Se acercaban las elecciones y Mariano Rajoy le ofreció un alto puesto en la lista por Madrid y, en el caso de que el PP consiguiera gobernar, la vicepresidencia económica del Gobierno. Pizarro protagonizó un debate en televisión con el taimado y mentiroso Solbes. Solbes negó la existencia de la crisis, como su jefe Zapatero, y con el cinismo triste que le caracteriza, acusó a Pizarro de oportunista y antipatriota. Dicen que ganó Solbes. Uno vio el debate y no hubo color. Ganó Pizarro con la verdad aunque la mentira de Solbes fuera más efectiva. Se perdieron las elecciones. La negada crisis económica nos estranguló. Solbes se fue a freír gárgaras, como Sevilla. Zapatero reconoció que no había dicho la verdad. En un momento así, Rajoy, que tenía a su lado la lealtad y la brillantez de uno de los más grandes empresarios y economistas de España, despreció su talento, su oratoria y su sabiduría. Rajoy fue el que convenció a Pizarro. Abandonado en un escaño alto del Congreso, sin nada que hacer pudiendo hacer tanto, harto de la estupidez de su partido y sus dirigentes, Pizarro, con toda dignidad, se ha marchado a su casa y ha mandado a Rajoy a tomar por saco.


La Razón - Opinión

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