miércoles, 16 de diciembre de 2009

La lealtad de un desleal. Por M. Martín Ferrand

AUNQUE la palabra consenso resulte mágica y tenga multitud de devotos y seguidores, conviene acercarse a ella con mucho cuidado. La democracia es una forma de organizar la discrepancia, la confrontación, y no son muchos los casos en que la coincidencia en un objetivo y el método para su consecución permiten a los grandes partidos trabajar codo con codo, como si se tratara de uno solo. Cuando José Luis Rodríguez Zapatero acusa a los presidentes autonómicos del PP, artífices del fracaso socialista en la Conferencia de Presidentes, de ser desleales con España incurre en un vicio totalitario. Los fracasos son para quien los trabaja y pretender compartirlos con una oposición ninguneada es un desacato a la razón. La lealtad es un valor moral, más que político, que sólo debe invocar quien la tiene acreditada. No es el caso.

La Conferencia no tuvo mayor contenido que el de la exculpación del fracaso presidencial. Zapatero no vio llegar la crisis, incluso negó su existencia, y después la abordó tarde y mal, sin la debida resolución y la exigible disposición de perder votos, si fuera necesario, para ganar empleo, reducir déficit, crear riqueza y estabilizar una Nación que, después de cinco años, presenta un peor aspecto, concordante con la realidad, que el que lucía cuando alcanzó la jefatura del Ejecutivo.

Esa invocación a la lealtad institucional que, de manera abusiva, suele utilizar Zapatero como si se tratara de una maza dialéctica es poco menos que una gran superchería. Un líder de un gran partido nacional que, por alcanzar el poder y mantenerse en él, es capaz de considerar la Nación como un concepto «discutido y discutible», de impulsar un Estatut como pago de un apoyo de Gobierno y de asistir complacido a lo que significa el tripartito de gobierno en Cataluña -el pacto entre un partido nacional y dos formaciones radicalmente separatistas- no puede invocar la deslealtad de sus adversarios.

Cuenta Joan Sella Montserrat, en su interesante libro «Comer como un rey», que Rossini ganó en una apuesta un pavo trufado. El perdedor justificaba su impago diciéndole al genial acreedor que todavía «no ha llegado la temporada de las trufas de primera calidad». El músico sentenció: «Esa es una falacia que difunden los pavos para no dejarse trufar». Zapatero tampoco paga sus deudas con el electorado, pero sus disculpas son mucho menos ingeniosas que las del músico.


ABC - Opinión

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