miércoles, 16 de diciembre de 2009

Barco ebrio. Por Gabriel Albiac

«ESTAMOS ante un Gobierno absolutamente a la deriva». Una vez más, sólo Esperanza Aguirre parece dispuesta a formular lo que es universal certeza ciudadana, que la nave del Estado es hoy el barco ebrio aquel, en cuya alegoría fijara Platón la peor desdicha que quepa en suerte a una ciudadanía libre: al timón, un piloto ciego y sordo, su saber náutico es igual a la agudeza de su sentidos: cero; los marineros, borrachos como cubas, se sacuden guantazos por echar mano a instrumentos de cuyo refinamiento saben tanto cuanto de la conjetura de Fermat un bebé en la guardería; los pocos con el talento bastante para pedir cordura son alegremente tirados por la borda, mandrágora y alcohol son solos capitanes respetados, y todos cantarines encaminan su euforia hacia el abismo. Platón: República, libro VI, 487e y siguientes. Hay cosas en las cuales la especie humana no parece dispuesta a avanzar un maldito milímetro. Y, aunque a intelectuales de la amplia erudición de los videntes de Wyoming pueda parecerles una calumnia, Platón no es un alias de Tertsch, ni la República un libelo aguirrista contra el ángel Zapatero.

Hemos llegado al fondo más ruborizante de eso en lo cual el viejo griego ve un enfermo deleitarse en el gobierno de lo peor, el gobierno de los peores, tras del cual sólo puede deducirse la paradójica voluntad de suicidarse que arrastra a veces en volandas a una sociedad entera. Deleitada o borracha. O loca, tanto da. Cuando esas horas letales de una ciudadanía llegan, sólo queda abrir los ojos y decirlo. No suele gustar a nadie. Pero es deber decirlo. O compartir la responsabilidad del insensato que timonea la nave hacia el abismo. Decir algo tan sencillo como lo es la descripción de Aguirre: que «la política económica que está haciendo el gobierno de la nación, por desgracia para todos, es exactamente la contraria a la que recomiendan las organizaciones internacionales».

Y es de verdad extraño oír en voz de hombre adulto eso que ayer proclamó el -se supone que adulto- presidente del Gobierno: «No se responsabilizan en el gobierno de España». Hablaba él de la oposición, claro. Pero lo mismo podía reprochar a cualquier tipo sensato que cruzara la nave y dijera a su piloto muy educadamente: mire, el problema es que no tiene usted ni pajolera idea de para qué sirve una brújula. «No se responsabilizan con el gobierno de España». ¡Pues claro que no me responsabilizo, oiga! ¿Por qué demonios tendría yo que compartir la responsabilidad de un ignorante que ha hundido en pocos años la mejor situación económica que este país tuvo en el último medio siglo? ¿Qué demonios de responsabilidad pretende endilgarme usted en una cadena de chapuzas anticonstitucionales que han colocado a este que antaño fue un país al borde mismo de su disolución balcánica? ¿En nombre de qué locura tengo yo que responsabilizarme de la destrucción de las enseñanzas medias, de la desaparición material de las Universidades, del trueque del sistema de enseñanza en una insípida formación del espíritu nacional políticamente correcta? A cada cual su necedad. Nadie tiene por qué cargar con la culpa moral del mal que otros hicieron.

Pero eso hoy no parece atreverse a decirlo más político que Esperanza Aguirre. Pues quede constancia: «Lo que no puede esperar Zapatero es que, teniendo en cuenta la política económica y de empleo aplicada en los dos últimos años, que nos ha llevado a ser los campeones mundiales del paro, prácticamente con un índice doble que la media de la Unión Europea, vayamos nosotros a corresponsabilizarnos». No puede. No debería poder. Pero lo espera. Y el barco se va a pique.


ABC - Opinión

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