viernes, 4 de diciembre de 2009

El pasaporte. Por Alfonso Ussía

No tengo el gusto de conocer personalmente al señor cónsul de Marruecos en Canarias, Abderramnán Leibek. Tampoco disfruto del placer de conocer al señor cónsul de Marruecos en Bilbao. Y entregado a la sinceridad, lamento comunicar oficialmente que no he conocido en toda mi vida a ningún cónsul de Marruecos, circunstancia que mengua de manera considerable mi capacidad de análisis. De ahí mi desconcierto. Sí reconozco que de, casi cuarenta años hacia acá, el contencioso del Sahara me mantiene en una perenne situación de duda. Creo sinceramente que el Sahara no es Marruecos. El Reino de Marruecos es una cosa demasiado moderna para reivindicar territorios establecidos y reconocidos con anterioridad a su fundación. En el caso del Sahara, inicialmente colonia y finalmente provincia española. También creo que el Frente Polisario se equivocó en los planteamientos iniciales, y que su comportamiento hostil contra España supuso un grave error de estrategia. También su ideología, que no compartían todos los saharauis.

Pero el Sahara jamás ha sido Marruecos. Me comentaba días atrás un ilustre e inteligente embajador de España, ya retirado, que el más acusado acierto del régimen franquista fue el de establecer las pautas y distancias con Marruecos. Secuelas del africanismo y de la experiencia. Marruecos es una nación nueva reinada por una dinastía escrupulosamente dedicada a su patrimonio. Es cierto que también se ha erigido en el tapón del fundamentalismo islámico, y que defiende los intereses del mundo occidental. A los saharauis los dejamos abandonados a su suerte, y esa carísima organización que responde al nombre de ONU, no ha sabido, hasta la fecha, proyectar una solución. La ONU es como el Tribunal Constitucional, pero a lo bestia, como diría Gila. Una buena parte de los saharauis quieren ser marroquíes, y otra sólo saharauis. Los españoles nos fuimos sin garantizar el futuro del Sahara. En nuestra política exterior siempre han chocado dos intereses respecto a Marruecos.
Las buenas relaciones y Ceuta y Melilla. También el Sahara. Los partidos de izquierdas siempre se mostraron totalmente partidarios de los saharauis cuando no estaban en el poder, y absolutamente favorables a los intereses de Marruecos cuando gobernaban. Es el caso actual. Una sola persona es capaz de provocar un terremoto político. La llamada «activista» saharaui –ignoraba que ser y sentirse saharaui fuera una actividad–, permanece en Lanzarote en huelga de hambre. Le han retirado el pasaporte marroquí y no acepta el español. Para unos, la «Ghandi» del Sahara. Para otros, una agente de Argelia y del Frente Polisario. Para los españoles, un asunto de conciencia. Pero lo ridículo del asunto, es la última oferta marroquí, trasladada a Aminatu Haidar por el cónsul de Marruecos en Canarias: «Pida usted perdón al Rey de Marruecos y en media hora tiene el pasaporte». ¿Qué se ha creído el Rey de Marruecos, dueño y señor de los bienes y las vidas de ese gran país? En España, se queman fotos del Rey, se publican postales con un lazo de horca en torno al cuello del Rey, se insulta al Rey, y el Rey no exige que se le pida perdón. Los pasaportes no dependen del perdón del Rey. Si España, Marruecos y el Frente Polisario no son capaces de arreglar un simple problema humano, que lo haga la ONU. Pero la situación, por ridícula y dramática al mismo tiempo, empieza a ser insostenible. Insostenible, Zapatero, usted tan polisario siempre. De pacotilla, claro.


La Razón - Opinión

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