viernes, 15 de mayo de 2009

LO DEL HIMNO Y EL CUÑADO BORRACHUZO. Por Carlos Herrera

BUEN rollo. No pasa nada. ¿Qué tiene de anormal que miles de jóvenes -y no tan jóvenes- bramen su disconformidad con uno de los símbolos del país al que pertenecen nominalmente? Pues nada, no pasa nada, es normal. Es un ejercicio de sana oxigenación democrática que se emita una sonora protesta en el mismo instante en que hacen aparición en el palco de autoridades los soberanos de una nación en la que los vociferantes viven tan ricamente. Eso es muy común en todas partes, no sé de qué se quejan. Si usted se fija, en México, en Italia o en Yemen la gente suele cagarse en la madre que parió al himno y en el himno mismo en cualquier celebración deportiva o social. Es que es empezar a sonar el himno danés, por ejemplo, y allí no hay quien se resista, que si maldito sea el himno, que si maldito quien lo matriculó, que si te lo metas donde te quepa, que si qué te has creído con la tontería, que si por aquí, que si por allá. Escuchar el himno de otros países es, definitivamente, una lata en cualquier parte del mundo. Normal que en España pase lo mismo.

Aquellos que sabotearon la audición del himno español, para regocijo de políticos independentistas y diversa chusma adyacente, estaban, en realidad, ejerciendo un derecho del que hay poco que objetar. La grandeza democrática obliga a que saludemos como inevitable que un número indeterminado de ciudadanos puedan manifestar su desapego con los símbolos del Estado en el que discurre su vida. Quemar la bandera estadounidense, por ejemplo, es un derecho reconocido por los tribunales de aquél país, cuna de muchas libertades envidiables. Si miles de sujetos embebidos por la cerveza caliente y las consignas aborregadas de unos cuantos partidos independentistas deciden mostrar su disconformidad con los estandartes del país al que están adscritos, poco pueden hacer quienes sientan lo contrario más que asumir pacientemente la realidad. Esto es lo que hay. Al fin y al cabo se les ha educado para eso: las generaciones presentes y futuras, formadas en las escuelas del nacionalismo vasco y catalán, han sido concienciadas en el desapego a España y a todo lo que a ella represente, desde un himno a una bandera o a una tradición. Lo que se recoge ahora es lo que se ha sembrado ley de educación a ley de educación. Es muy divertido pitar un himno en libertad siempre que no sea el tuyo. Es estupendo hacerlo de forma gregaria y abrigado en la masa lanar de miles de tíos como tú. Es fantástico desconocer la historia inmediata del país en el que vives y creerte el cuento que te han contado unos cuantos gilipollas también como tú. Es fascinante silbar como borrachos al Jefe de un Estado que ha conseguido que en su seno se desenvuelvan sin cortapisas de ningún tipo todos los sentimientos nacionales posibles. El señor del anillo gordo en el dedo que saludaba desde el palco con cara de circunstancias es el mismo que ha conseguido que España sea una inmensa sociedad de tolerancia y libertad en la que todo estúpido pueda tener su espacio de expresión. Lo lógico es ser un borrego y silbarle, insultarle y agitarle en su cara banderitas con estrellitas simbolitos de paisitos inventaditos.

Pero es lo que hay y posiblemente no haya que darle más importancia. En las sociedades que representan los equipos que disputaban la Copa de Rey hay muchos ciudadanos que aprecian sinceramente el himno español y demás simbología común. Empezando por los jugadores que forman parte del equipo de todos los españoles y acabando por todos los aficionados que celebraron jubilosamente la Eurocopa del pasado verano. Son muchos y hacen mucho ruido, pero me niego a pensar que sean todos. Hay que convivir con ello y resignarse a que en todas las casas hay un cuñado borrachuzo. Y dejar de darle vueltas a la tontería.

ABC - Opinión

1 comentarios:

david dijo...

Hoy en el trabajo (soy de Barcelona) se comentaba jocosamente. No conozco a ningún catalanohablante que no sea independentista. Los charneguitos ríen las gracias para hacerse los simpáticos. Y a los que no reímos las tonterías antiespañolas nos miran con desconfianza (joder que paranoico estoy).