viernes, 15 de mayo de 2009

ESPAÑA NO EXISTE. Por José María Carrascal

RESULTA que Rajoy perdió el debate por no haberlo ganado como se suponía, y que Zapatero lo ganó por no haberlo perdido como se vaticinaba. Cuestión de perspectiva, en la que el presidente es un lince y el líder de la oposición un pardillo que si no es capaz de ganar cuando todo está a su favor, difícilmente ganará en circunstancias normales. Aunque también es verdad que ganar debates no arregla los problemas de una economía, que cada día se lleva un nuevo batacazo.

Pero no caigamos en el error común de personificar. Esta no es una cuestión personal entre Zapatero y Rajoy, aunque viéndoles y oyéndoles lo parecía. Para mí, quien perdió el debate fue España. Un debate sobre el estado de la Nación en el que la Nación no aparece por ninguna parte, es un debate perdido por ésta. Y en el último de la Carrera de San Jerónimo, los protagonistas fueron Zapatero, Rajoy, Cataluña, Euskadi, Galicia, Canarias y algún otro que pasaba por allí, como Carme Chacón o la sombra de Aznar, pero de España no se acordó nadie, excepto para invocar su nombre en vano. No es que España se rompa o se hunda, como también se dijo con mejor o peor intención. Es que España no existe o existe sólo para abuchearla, como ocurrió en Mestalla. Y, desde luego, no existió en este debate sobre el estado de la Nación. Aunque si pensamos que la nación ha sido secuestrada por sus partes, tampoco extraña.


A toro pasado, un toro afeitado, banderilleado, rejoneado y, puede, castrado, es decir, un buey, el debate nos deja el gusto amargo de haber sido estafados. Quien debería de haber presentado un plan para que la crisis no nos lleve por delante se limitó a presentar un plan para que la crisis no se lo lleve a él. Y quienes deberían haber presentado alternativas a la falta de un plan coherente, se limitaron a alancear un adversario que creían muerto -grave error- o a intentar sacar provecho de su debilidad, también grave fallo, pues le dejaron escapar vivo y, sospecho, riéndose de todos como acostumbra. En resumen, un espectáculo deprimente, turbio, «obsceno», como dicen los cursis y los que no saben qué es la obscenidad. Un espectáculo fiel reflejo de la España de nuestros días, en la que el Gobierno no gobierna por pensar que los problemas se arreglarán solos, y la oposición no se esfuerza, por creer que los problemas la llevarán en andas a gobernar. El resultado es esa ciénaga de inmovilismo, corrupción, incompetencia, egoísmo y resignación en que ha devenido la política española, en medio de la peor crisis económica del último medio siglo. O puede que haya sido esa crisis la que haya puesto al descubierto la realidad de una política y de una situación que las falsedades, tapujos, codicias y perifollos no nos dejaban, ni queríamos, ver.

ABC - Opinión

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