viernes, 22 de mayo de 2009

LA RECETA SINDICAL. Por M. Martín Ferrand

SER español, y tratar de serlo con diginidad activa y sin ninguna adhesión inquebrantable, es algo doloroso y cansino. Así viene siendo desde hace siglos. Cualquiera, hoy, puede seguir diciendo lo que el muy republicano y revoltoso Bernardo López García decía del Dos de Mayo: «Oigo, patria, tu aflicción/ y escucho el triste concierto...». Entonces la doliente melodía la interpretaban «la campaña y el cañón» y lo único que va mutando son los instrumentos. Hoy el triste (des)concierto tiene como solistas a un jefe de Gobierno socialista incapaz de anteponer los intereses de la Nación a los de su afán de permanencia en el poder, y un líder de la Oposición perezoso, dubitativo y, por lo que parece, poco dispuesto a luchar para conseguir las llaves de La Moncloa.

Cuando, con mayor o menor palabrería accesoria, los dos máximos representantes del ochenta por ciento de los ciudadanos españoles están encantados con la situación, especialmente en un Estado que no se vivifica con la separación efectiva de sus poderes, adquieren importancia otros focos de poder, desde los caciques autonómicos hasta esa caricatura representativa que conocemos como «agentes sociales». Ahí reside, sobre una situación indeseable, un peligro cierto. Cuando a un español cualesquiera se le presta un signo de poder, desde una gorra de vigilante a una banderola para cortar el tráfico, es más que probable que termine haciendo mal uso de él.

En ese ambiente, proliferan las paridas. Las del Gobierno pasarán a los anales del disparate; las de la Oposición, a los de la incuria, y las demás, según sea el grado de afectación de cada cual, a los de la carcajada y la indignación. Ahí tenemos las últimas de nuestro sindicalismo parasitario. CC.OO. y UGT proponen como receta curativa de la recesión que nos aflige más endeudamiento y más impuestos. Quieren aumentar los impuestos a los más ricos porque «los que tienen mayor poder económico se están beneficiando de la bajada de los precios». Alguien, seguramente una ONG -también subvencionada, no faltaba más-, debiera ocuparse de elevar al mínimo la cultura económica sindical que, a mitad de camino entre «todo para el pueblo» y «la revolución pendiente», no parece muy actualizada. ¿Sabrán que el tipo máximo del IRPF, uno de los muchos impuestos que soportamos todos, está en el 43 por ciento? Ni más impuestos, ni más endeudamiento: más sentido común.

ABC - Opinión

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