Pero hay veces en las que también el sucesor de Pedro se equivoca por acción u omisión. Benedicto XVI quiso perdonar a cuatro obispos que se unieron en su día al arzobispo cismático Marcel Lefebvre y fueron excomulgados por ello. El cisma lefebviano es historia. Como lo es la Teología de la Liberación, tan jaleada en su día por los regímenes comunistas del Este de Europa y los marxistas y enemigos de la Iglesia católica en todo el mundo. Eran los dos extremos de una pugna en confusión, generada a partir de las convulsiones surgidas del Concilio Vaticano II. Aquello ha pasado. Por eso Benedicto XVI se ha decidido a levantar como acto de perdón las excomuniones de cuatro obispos de aquella secta cristiana. Pero los dos milenios de sabiduría deberían haber hecho saber al entorno del Papa que el perdón a alguien que ofende a millones requiere contrición, retractación y humildad del perdonado. Porque si no multiplica el pecado y la ofensa. El obispo británico Richard Williamson, el perdonado en cuestión, es un delincuente que ha negado el Holocausto y trivializa el genocidio nazi. Y no se ha retractado de sus infames palabras, que son un insulto para millones de muertos. Perdonar a este individuo sin exigirle previamente la retractación pública y humillada era un disparate. Y nada piadoso. En esta cuestión el sabio Vaticano ha actuado como si del ministerio de Moratinos se tratara. Ayer, la Secretaría de Estado del Vaticano enmendó este error exigiendo dicha retractación pública a Williamson. Pero después de que durante días una ola de indignación causara inmensos daños a las relaciones de Roma con el judaísmo y con todos aquellos justamente indignados, entre ellos la canciller del país de origen del Papa Benedicto, Angela Merkel. El daño está hecho. Habrá que limitarlo. Por supuesto que este hecho ha desatado una campaña contra el Papa. Existe siempre. Pero nutrirla con combustible de tanto octanaje parece impropio de la Iglesia. La buena fe nunca lo es todo.
ABC - Opinión
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