viernes, 20 de julio de 2007

Ciutadans, un éxito letal

A la vista del tumultuoso curso que la trayectoria de Ciutadans-Partido de la Ciudadanía (C-PC) ha tenido desde su nacimiento, hace poco más de 12 meses, sería fácil recurrir al sarcasmo, y hacer sangre a cuenta del espectacular contraste entre las promesas de transparencia, aire fresco, regeneración democrática, nuevo estilo político, etcétera, y las prácticas de opacidad, sectarismo, faccionalismo y zancadilleo en la peor tradición de los partidos más viejos y resabiados. También cabría preguntar si la aparente implosión de Ciudadanos, el rosario de dimisiones y bajas de las últimas fechas, es fruto de ese boicoteo mediático, de esa conjura hostil que algunas plumas dignas de mejor causa denunciaron el pasado otoño, o bien obedece a causas internas, a las debilidades y contradicciones inherentes al proyecto.

El fracaso sufrido por Ciutadans-Partido de la Ciudadanía en las municipales de mayo fue el fulminante de un estallido que se ha hecho patente antes, durante y después del congreso de julio
Puesto que mi hipótesis es esta última, trataré de desarrollarla del modo más analítico posible, sin ensañamiento ni regodeo. Como fruto inevitable del perfil socio-profesional de sus promotores, Ciutadans se gestó y alumbró entre grandes dosis de retórica, sí, pero al calor de una única motivación: el rechazo de las políticas identitarias (en materia de lengua, de símbolos, de conmemoraciones, etcétera) desarrolladas en Cataluña desde 1980 y ratificadas en 2003; es decir, de las políticas nacionalistas. Y, por tanto, el apoyo tácito a las políticas identitarias que impulsan desde siempre las instituciones estatales; o sea, a las políticas nacionales. Porque en esta materia rige el horror vacui: si una comunidad humana no hace una política identitaria propia, otros se la hacen y se la imponen...

Ahora bien, el problema de la postura germinal de C-PC -etiquetada con más o menos precisión de "anticatalanista", "españolista", "no nacionalista"...- es que puede ser asumida desde todos los grados del arco ideológico, lo mismo desde la extrema derecha, desde el extremo centro o desde la extrema izquierda. Véase, a propósito de extrema izquierda, el ejemplo de Unificación Comunista de España (UCE), un grupúsculo que fue en tiempos marxista-leninista y anti-OTAN, que de unos años acá cultiva el españolismo a la férvida manera de José María Aznar, y que flirtea con Ciutadans desde la aparición de éstos.

El caso es que, realzado por la notoriedad y sentido del espectáculo de algunos de sus impulsores, por la aparente osadía de su discurso dentro del escenario catalán y por el apoyo interesado de una coalición mediática que perseguía sus propios fines (esa emisora, castigar a Josep Piqué; aquel diario, chantajear al PSC e, indirectamente, al PSOE...), el banderín de enganche de Ciudadanos atrajo en pocos meses a una militancia muy heterogénea, muy aluvial, poseedora de un magro denominador común: la defensa de la posición dominante de la lengua castellana y el rechazo de las políticas catalanistas. Y entonces, sin tiempo material para que esos hombre y mujeres homogeneizaran sus horizontes ideológicos, para que destilasen una cultura militante propia de C-PC, sin tiempo para decidir si eran socialdemócratas, liberales, conservadores o radicales, el flamante partido y su desconocido cabeza de cartel obtuvieron tres escaños en el Parlamento de Cataluña elegido el 1 de noviembre de 2006.

Fue, en varios sentidos, un triunfo fatídico. Por un lado, pronto se hizo evidente que la agitprop resulta mucho más cómoda y agradecida que la labor institucional: es más fácil llenar el teatro Tívoli que conseguir hacerse visible en un debate parlamentario. El contexto político general tampoco ayudó: contra Maragall, Ciutadans vivía mejor que contra Montilla. Sobre todo, la conquista de los escaños y de los medios materiales consiguientes hizo surgir en el partido una incipiente oligarquía interna encabezada por Albert Rivera, un pequeño aparato que empezó a actuar como todos; es decir, a aplicar aquel viejo apotegma de Alfonso Guerra: "el que se mueva, no sale en la foto". Esto, en una organización aún no cohesionada, entre una militancia novel, discutidora y sin hábito de disciplina, hizo proliferar las voces críticas, las disidencias y las facciones. A mayor abundamiento, el éxito electoral abrió también una grieta entre el envalentonado liderazgo orgánico de C-PC (Rivera) y el cóctel de vanidades, resentimientos y diletantismos que habían formado el colchón intelectual del proyecto, buena parte de cuyos miembros empezaron a dar muestras de decepción, de escepticismo o de despego con respecto a su criatura.

Así las cosas, y con la crisis latente desde el invierno, el fracaso sufrido por Ciudadanos en las elecciones municipales del 27 de mayo fue el fulminante de un estallido que se ha hecho patente antes, durante y después del congreso clausurado el 1 de julio. A lo largo de este tiempo, la misma y desmesurada atención mediática que el año pasado atraía adhesiones y ganaba simpatías para C-PC se ha transformado ahora en bumerán, amplificando las disputas, los reproches y la sensación creciente de desbarajuste interno, entre referencias a una 'Corriente Zanahoria' y alusiones a un 'Colectivo Ubú'.

A este escenario fratricida, el proyecto de partido político que promueven Fernando Savater y ¡Basta Ya! le ha proporcionado un pretexto o una coartada, pero no es en modo alguno su causante. Quiero decir que los antagonismos de ideas, de personas, de ambiciones y de talantes en el seno de Ciutadans eran previos, fundacionales y estructurales. La iniciativa de Savater, Rosa Díez, Martínez Gorriarán y compañía sirve sólo para presentar en público aquellas rivalidades bajo una luz ennoblecedora: los enemigos del "personalismo" de Rivera claman por la fusión inmediata con ¡Basta Ya! en un nuevo partido con sede en Madrid -lo que diluiría el liderazgo del joven diputado-, mientras que éste -tratando de preservar la soberanía de su chiringuito- habla sólo de coaligarse o federarse con la plataforma vasca.

No es la menor entre las ironías de esta historia que, un año después de agruparse para luchar contra el catalanismo, una parte de los Ciutadans acuse a su líder de "anteponer la catalanidad a la españolidad", le reproche su "ambición catalana" y le tache -en suma- de catalanista.

Joan B. Culla
Tribuna en El País, 20/07/2007

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