domingo, 14 de enero de 2007

Calles

"Y ya que este Gobierno no puede ni quiere enmendar sus errores, que tenga, como mínimo, el patriotismo suficiente para despegarse de los Luppi y compañía. Éramos pocos y llegó la Montonera."

QUIZÁ sea el momento de ir pensando en desmovilizar al personal y dejar la calle para el que se la pasee, porque estamos llegando a niveles de alarma. Mayo queda demasiado lejos y hay que extremar la prudencia. Se impone un pacto de mínimos, un pacto entre caballeros. El Gobierno y la oposición deberían comprometerse desde ahora a desalentar las manifestaciones y acotar su enfrentamiento en los ámbitos parlamentarios, no vayamos a tener un disgusto.

Las cosas, en efecto, pueden empeorar mucho más si no se alcanza un acuerdo técnico sobre el uso del espacio público. Es imposible ignorar que ya se ha rebasado la discrepancia y que hemos entrado en una fase de abierto antagonismo. Dejemos la calle en paz antes de que sea demasiado tarde. Está claro que no podrá haber sutura alguna para este desgarrón civil mientras Rodríguez siga al frente, pero impidamos la hemorragia mediante los apósitos que tenemos todavía a mano. Uno de ellos, el principal, sería la restricción voluntaria y pactada del recurso al derecho de manifestación. La oposición debería renunciar a responder con medios análogos a la ofensiva callejera de una izquierda que ni siquiera esconde su intención de acorralarla con el pretexto de la solidaridad con las víctimas de Barajas (nada tan transparente, a este respecto, como el manifiesto de la farándula, el pasado viernes). A la izquierda montaraz y espontánea es inútil pedirle cordura, pero quiero creer que todavía cabe apelar al sentido común de algunos miembros del Gobierno (no me refiero a la cúpula, desde luego). En el caso de que ni siquiera esta presunción resultase fundada, los partidos que votaron la investidura del actual presidente tendrían la obligación moral de implicarse en el asunto, y si incluso éstos fallaran, alguien debería llamar a todos a capítulo. Un nuevo 13 de marzo hundiría el sistema.

Atravesamos una crisis política muy grave. La más grave de la democracia nacida en 1978. Con todo, el atentado de ETA no ha hecho sino poner de manifiesto en toda su crudeza lo que todos sabíamos que ya se había producido mucho antes: una ruptura de los consensos básicos. Hay que evitar que la calle sirva de escenario a la disensión, porque las consecuencias terminarían por escapar a todo control. En otras circunstancias, adelantar las elecciones podría haber sido una solución; ahora, no tenemos ni esa certidumbre, porque el sistema está seriamente dañado. Ha resultado desesperante oír a la vicepresidenta invocar las manifestaciones organizadas por las asociaciones de víctimas del terrorismo «contra el Gobierno» (cláusula obsesivamente repetida por Fernández de la Vega) para justificar la convocatoria de una manifestación cuyo verdadero objetivo era, en palabras de un Federico Luppi flanqueado por el representante de UGT, «frenar a la derecha». Y ha sido repugnante oír a la vicepresidenta pedir excusas a los ciudadanos por las afrentas de la oposición al presidente. Este es el lenguaje de los vices de Venezuela y Bolivia. Seguro que Fernández de la Vega podría encontrar mejores modelos si los busca entre sus homólogos europeos.


Lo que debe frenar cuanto antes, por el bien de todos, es la vesánica huida hacia delante del Gobierno. Ya no es cuestión de pedirle al presidente Rodríguez que cante la palinodia. Bastaría, de momento, con que se comprometiera a desautorizar las manifestaciones de apoyo y acoso encubiertas por disfraces humanitarios y prohibiera a su vicepresidenta jalear a la afición tras los consejos de ministros. No le sería difícil obtener de la oposición garantías simétricas. De aquí a las elecciones municipales, cuando menos, la escenificación de la discordia debe recluirse entre las paredes de las Cámaras o esto será Cochabamba.


Por supuesto, nadie es ya tan ingenuo como para pensar que ETA va a facilitar la restauración de la sensatez, pero le será más ardua su tarea criminal si ve que los españoles eluden voluntariamente la colisión civil. Y ya que este Gobierno no puede ni quiere enmendar sus errores, que tenga, como mínimo, el patriotismo suficiente para despegarse de los Luppi y compañía. Éramos pocos y llegó la Montonera.

Jon Juaristi
Abc, 14-01-2007

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