lunes, 18 de julio de 2011

La gran juerga. Por Gabriel Albiac

Somos parasitarios. Esto queda: resaca,tras medio siglo de juerga que pagaron otros.

¿DE qué iba aquello? De la eufórica ilusión según la cual era posible producir realidad con nada más que fantasía. Palacios en el aire. Hasta que el aire se niega a mantenerlos. Caen a plomo, entonces. Nada les sobrevive. Nadie. La desbocada fantasía de Mitterrand y Kohl a inicio de los noventa, la pagamos nosotros ahora. A ellos les salió gratis, ya hasta pudieron labrarse la reputación de «hombres de Estado» que, en sus nada transparentes biografías, les sirvió encubrir tanta miseria anímica y política. Pagamos nosotros ahora. Pobres diablos: son siempre los pobres diablos quienes pagan. Ahora, cuando no hay un duro. Y el euro, hasta podría darnos risa. Sólo que no hay ya risa que no se nos congele. Y aquel brillante invento de Mitterrand y Kohl, el euro, nos escupe a la cara la realidad que cualquiera que no fuera imbécil podía prever desde su primer día: la bancarrota.

Todas las lógicas de Estado, Nación y moneda (las tres hablan de lo mismo) fueron violadas entonces, con la infantil alegría que es propia de la ignorancia. O del demasiado saber que todo iba acercándose al mayor abismo del siglo. Sin remedio. Éste, por el cual caemos ahora.


¿El peor? Sé que sonará exagerado a quien recuerde lo que fue el siglo veinte: la más eficaz carnicería de la historia humana. Y, sin embargo, todo apunta ahora a una salida aún más dura, porque mucho más duro es el batacazo esta vez que en 1929. Si es que hablar de salida tiene algún sentido, para este blindado callejón sin salida en el cual nos hemos atrincherado: Europa. Que no es solución alguna; ni siquiera un problema. No un moribundo; un cadáver.

¿Qué era en 1992 aquel vendaval que, en Mastricht, Francia y Alemania desencadenaban? Acta confesa de que mucho hacía ya que en Europa no se producía nada de valor alguno. Ni en lo material, ni en lo intelectual. Nada. Y, sin embargo, Europa vivía en los más altos niveles de confort y consumo del planeta.

No hay milagros. Si alguien no tiene ingresos y vive en la opulencia, acabará en presidio. Puede que logre posponerlo un tiempo. Pero, al final, se estrellará contra el muro marmóreo de la realidad. Paga o muere. Es la ley inviolable del capital. Europa no puede pagar. Cada vez podrá menos. Su deuda no hace más que acumularse. En lo privado como en lo público. Así que no hay misterio. Esto se acabó, muchachos. Quien tenga edad, saber y ganas, que emigre. Mientras pueda. Los demás, vamos de cabeza a la fosa. Sin grandeza.

Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Europa ha vivido de no hacer nada. Y ha vivido muy bien. Exenta de los inmensos gastos militares que, en el ajedrez de la Guerra Fría asumieron, en exclusiva, los Estados Unidos frente a la URSS, y gracias a los cuales al continente no se lo zampó Stalin en los diez minutos que siguieron al suicidio de Hitler. Ese gasto militar imposible se llevó por delante a los soviéticos y sacude ahora los cimientos de Wall Street, o sea, de todo. Libre de tal sangría, la economía europea vivió, entre el inicio de los sesenta y el comienzo del nuevo siglo, una ocasión excepcional para renovarse. La despilfarró. Por completo. Y llegó el fin de fiesta. Somos parasitarios. Esto queda: resaca, tras medio siglo de juerga que pagaron otros.


ABC - Opinión

1 comentarios:

Ernesto Aranda dijo...

Conocí a Gabriel Albiac en la Complutense en los años 80. Es impresionante su deriva ideológica. Aquello de "marxista muerto" es una estupidez bajo la que esconde su tramutación es sofista al servicio de los intereses más reaccionarios concebibles. La cosa comenzó criticando la socialdemocracia con tino para quienes aspirábamos a mejores medidas sociales no plegadas a la lógica del mercado y del FMI. Pero en ved de trabajar en una actividad intelectual regeneradora del pensamiento de izquierdas, -él ha renegado de eso-, ha puesto su supuesto rigor racional a trabajar para la derecha española cuya praxis se significa por ir todavía mucho más allá en medidas regresivas que el socialismo europeo. Un alucinante viaje desde Toni Negri hasta Sanchez Dragó. Cuando alguna vez leo sus artículos tengo la triste sensación de que es un renegado que acumula dentro de sí toda la soberbia que antaño criticaba. En mi opinión se le ha ido la pinza. Es para mí, junto con Foucoult, etc., una prueba palpable de que quienes creen que el racionalismo extremo les puede salvar terminan de alguna forma enloqueciendo. La vida y la experiencia son inabarcables para la razón; ese ha sido el gran error de sus vidas.