viernes, 8 de abril de 2011

Metternich junto al Wannsee. Por Hermann Tertsch

¡Ay, nuestra pobre ministra de Exteriores! Su intervención trasladó a tan distinguido público a un aula de parvulario.

ES difícil encontrar un marco mejor para lucirse. Pocos escenarios pueden ser más agradecidos para un político que el que le brindaba ayer a la ministra de Asuntos Exteriores, Trinidad Jiménez, el Foro Hispano-Alemán en Berlín. En la magnífica sede de la compañía Wurth en el privilegiado paisaje de la ribera boscosa del Wannsee, en las afueras de Berlín. Hasta sol lucía. Allí tenía un público atento y respetuoso, con gran parte de la crema del empresariado español y alemán. Ha sido un gran éxito de convocatoria esta sexta edición del Foro al que el Rey Juan Carlos y el presidente de Alemania tienen ya firme costumbre de acudir y agasajar con una comida en el Palacio presidencial de Bellevue. Los empresarios españoles tienen claro que Alemania ha ejercido como ángel protector al haber impuesto unas reformas en España que jamás se habrían tomado de haber dependido del talante feliz de nuestro presidente autosatisfecho. Pero más allá del momento, saben que la Alemania actual es el mejor socio imaginable para desarrollar el tejido industrial español, ese flanco tan débil. Los alemanes que estaban allí cuentan en décadas su presencia en España. Y consideran que estos vínculos tan fuertes y estrechos no pueden dinamitarlos los disparates de unos políticos insensatos. Éstos vienen y se van pero los intereses comunes permanecen y sobrevivirán a la crisis, a Zapatero, gamberradas como la sufrida por EON y otros desmanes contra la seguridad jurídica. Como recalcaron los empresarios de ambos países, también el Rey y el presidente Wulff, la alianza estratégica entre España y Alemania es lógica, histórica y permanente.

Lo dicho, un chollo de público. Allí estaban desde el jefazo del BBVA, Francisco González, pegado a su Ipad, a Miguel Antoñanzas, de EON; Cesar Alierta y su gigante Telefónica, de buen humor; el gran jefe de Airbus, Thomas Enders, muy amable; el pope de Siemens, Peter Löscher, y el jefe de la Bolsa Alemana (DBAG) y presidente de la Cámara Internacional de Comercio, Manfred Gentz. Y el comisario Almunia, sobrio, riguroso e inteligente. Y decenas de personalidades del mundo de la diplomacia, la cultura y la sociedad civil en general. Todos dedicados a hablar de sus cosas, captar mensajes políticos si los hubiere. Las ministras españolas Cristina Garmendia y Trinidad Jiménez tenían allí un público amable y condescendiente. Garmendia logró hacer una exposición razonable. Pese a la evidencia de que su jefe ya le ha contagiado esa insoportable manía de forzar el optimismo hasta los extremos del buhonero. Pero ¡ay nuestra pobre ministra de Exteriores! Su intervención trasladó inopinadamente a tan distinguido público a un aula de parvulario. Podía ser también una charla de parroquia. A los pocos minutos de comenzar, los asistentes ya se cruzaban miradas compungidas. Cuando concluyó muchos suspiraron aliviados de que no se prolongara la vergüenza. La culpa no es suya. La tiene quien la tiene. Ella sufre en cuanto la sacas del mitin de barrio. Al final dijo que para ella Europa significa que nadie quede desasistido. Podía referirse a gobiernos desastrosos que piden dinero. O a sí misma. Despertó piedad la ministra. Después habló el ya sólo ministro de Exteriores, Guido Westerwelle. Se ha quedado sin vicecancillería y sin jefatura del FDP, después de hundirlo hasta el 3 por ciento en las encuestas. No da una, el pobre hombre. Pero después de hablar Trini, Guido parecía Metternich.

ABC - Opinión

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