sábado, 9 de abril de 2011

Guerra de guante blanco. Por Hermann Tertsch

Nuestras almas delicadas se soliviantan porque la OTAN no quiere disculparse por haber atacado unos blindados del ejército libio sin saber que habían sido capturados por soldados de la oposición al régimen. Y durante días la noticia más importante era otra confusión de la alianza al matar por error a otros combatientes rebeldes. Y sin embargo, parece lógico lo más incomprensible, que es que tras varias semanas de bombardeos, las tropas de Gadafi sigan moviendo su artillería pesada y sus tanques con una facilidad y efectividad pasmosa. Y que la soldadesca del régimen aún pueda mantener sus largas líneas de comunicación y suministro entre su retaguardia y algunas de las ciudades que ataca sin mucha dificultad. Revela un ritmo de los ataques de la OTAN parsimonioso y nada tiene que ver con la desesperada lucha contra reloj de las fuerzas rebeldes. Que en una guerra como la que presenciamos, con unos frentes en continuo movimiento y unas fuerzas irregulares enfrentándose a un ejército en proceso —lento pero cierto— de disolución se produzcan bajas por confusión o malentendidos no es más que comprensible. Los mejores ejércitos del mundo tienen bajas por fuego amigo. Se pueden minimizar pero nunca descartar. Lo relevante es la incapacidad de los mandos intermedios militares —¿o es culpa del mando superior y de la voluntad política?— para establecer comunicaciones con las fuerzas rebeldes. Pretenden una guerra de guante blanco. No las hay. El miedo de los gobiernos occidentales a tener una sola baja propia hace lenta y compleja su campaña pese a la abrumadora superioridad. Unos mandan aviones con orden de no disparar. Otros no quieren que sus pilotos se manchen. Así se hace y puede llegar a hacer el ridículo. Además de perder el respeto de aliados y enemigos sobre el terreno. Y se da tiempo al enemigo a matar a más libios inocentes.

ABC - Opinión

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