jueves, 10 de marzo de 2011

Se reanima el quinielismo sucesorio en torno a Zapatero. Por Antonio Casado

La infección urinaria de Rubalcaba, la fecha del próximo Comité Federal, la suspensión del mitin socialista de Vistalegre, un corrillo de Zapatero con Bono, Rajoy y Moragas, o una posterior reunión solo de Zapatero con Bono. Cualquier cosa le vale al guadiana sucesorio del PSOE.

Ayer se disparó el quinielismo. Las apuestas se inclinan por la evasión de Zapatero (no repetición de candidatura) antes de las elecciones autonómicas y municipales del 22 de mayo, después de escuchar una vez más al presidente de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, que claveteó en la radio su idea de que Zapatero debería desvelar sus intenciones antes de la campaña electoral que se avecina.

Le podría venir bien a los intereses del señor Fernández Vara, que piensa repetir candidatura autonómica, no a la causa general del PSOE. Carece de sentido esperar que Zapatero vaya a retratarse antes del 22 de mayo. Salvo que el anuncio fuese la voluntad de repetir candidatura, cosa nada probable (de ser así, ya lo habría dicho). De lo cual se deducen dos cosas:


Primera, la tardanza en hacer el anuncio significa que no piensa volver a encabezar la candidatura socialista en unas elecciones generales. Y segunda, no lo anunciará de ninguna manera antes del 22 de mayo porque, entre otras razones, le haría un flaco favor a su partido. Si Zapatero hiciera lo que le piden Vara y Barreda el PSOE estaría regalando a sus adversarios el argumento de la interinidad. Si para el PP -y no solo para el PP-, ya no tienen credibilidad las decisiones de Zapatero, nos podemos imaginar la credibilidad que tendrían las decisiones a tomar después de autoimponerse la condición de presidente provisional durante el año que le queda a la Legislatura.
«La sucesión de Zapatero se ha convertido en un guadiana que distorsiona la política de comunicación del PSOE.»
Si el presidente del Gobierno mantiene la incertidumbre siempre podrá sostener que, aunque no piense repetir, no es de peor condición aspirar a ganar por tercera vez que, como en el caso de Mariano Rajoy, arriesgarse a sufrir una tercera derrota consecutiva. En cambio, si anunciase ya mismo que no se presentará estaría admitiendo su inferioridad frente al adversario. Eso por un lado. Por otro, tendría que comunicarse con los ciudadanos no como un presidente del Gobierno legitimado y en activo, sino como un juguete roto. ¿Así durante un año? Zapatero y su estado mayor no cometerán ese error.

Sin embargo, el quinielismo no cesa. Los dirigentes del PSOE no supieron explicar ayer la suspensión del acto electoral del día 3 de abril en Vistalegre (Madrid) sin que la marea especulativa lo mezclase con las intenciones del presidente sobre su futuro. Dicen en Ferraz que “no hay gato encerrado”, pues sólo se trata de centrar la campaña en los problemas locales y regionales que afectan directamente al ciudadano, lo cual no anticipa la intención de aparcar a Zapatero.

Asunto distinto es que se anunciase antes la suspensión del mitin que la territorialización de la campaña. O que Zapatero, en el comité federal del sábado, volviese a dar claves poco territoriales y muy nacionales para afrontar la campaña del 22 de mayo, como el elogio de la vocación modernizadora del PSOE y la preeminencia de la marca de partido sobre el candidato. Eso sí encajaba con el acto de Vistalegre. Pero al hacerse la corrección en el comité electoral, los mensajeros volvimos a quedar descolocados. Y además se demostró que la sucesión de Zapatero se ha convertido en un guadiana que distorsiona la política de comunicación del PSOE.


El Confidencial - Opinión

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