jueves, 24 de marzo de 2011

Que no se vaya ahora, por coherencia. Por Fernando Fernández

Zapatero debe andar meditando cuán efímera es la fortuna ahora que su proverbial baraka se ha convertido en gafe.

LA decisión de ir a la guerra se ha llevado la última identidad que le quedaba al presidente. Sus ansias infinitas de paz se demuestran ahora pura táctica electoral y son notables los desvelos de sus hagiógrafos por distinguir Libia de Irak. Tienen razón, hay dos diferencias fundamentales: la reacción del principal partido de la oposición renunciando a hacer populismo electoralista con la política exterior y de seguridad, y la reacción de Francia, que esta vez se ha puesto al frente de la manifestación belicista por las mismas razones económicas y de política interna por las que antes se opuso. El presidente Zapatero debe andar meditando cuán efímera es la fortuna ahora que su proverbial baraka se ha convertido en gafe y hasta los suyos le consideran un apestado. Sin embargo, en estos momentos no puede anunciar su marcha a plazos. Sería una inmensa irresponsabilidad aumentar el vacío de poder en un país en guerra.

Idea de permanencia que se refuerza con la situación económica. Si todo el argumentario oficial para evitar la convocatoria de elecciones anticipadas al inicio de la conversión de Zapatero fue evitar un rescate europeo, esta misma tesis debería aplicarse ahora. Cierto que el diferencial de la deuda española ha bajado y hemos conseguido un relativo grado de independencia de Portugal, Irlanda y Grecia. Pero no es menos cierto que la crisis portuguesa va a repercutir necesariamente en España, en una intensidad desconocida pero no menor, por razones reales que van más allá del contagio psicológico; no en vano entidades españolas son las principales tenedoras de deuda del país vecino. Lo mismo puede decirse del déficit público, cada día que pasan aumentan las dudas sobre los resultados presupuestarios de Comunidades Autónomas y crecen los analistas que anticipan una revisión al alza de la cifras después de las elecciones autonómicas, tal y como sucedió en Cataluña. Con los mismos efectos sobre la dificultad para financiar la deuda que ya solo puede colocarse en bancos nacionales a precios que descuentan un considerable riesgo de impago. Y qué decir de la recapitalización de las Cajas, un proceso en marcha lleno de interrogantes y sujeto a un supuesto interés internacional que se desvanece con los criterios anunciados para los stress testseuropeos, porque ¿quién quiere salir mal en la foto por haber comprado una Caja?

En definitiva, que el presidente Zapatero tiene que elegir. Y es del Partido Socialista de quien depende en última instancia la decisión; no validemos la deriva presidencialista como si fuese obligada. Tiene dos opciones: mantener el relato de la responsabilidad y la inmolación que ha comprado sorprendentemente un buen número de españoles —y los dos partidos nacionalistas que le han ayudado a sobrevivir— y arriesgarse a un batacazo porque los electores conviertan las elecciones locales en un plebiscito de Zapatero; o soltar lastre, minimizar las pérdidas, abjurar del secretario general como una mancha irrelevante en una larga trayectoria de responsabilidad y buen gobierno, y salir a competir a pecho descubierto. El problema de esta segunda alternativa es que se quedan sin épica de sacrificio que vender a la población, sin más argumento que el puro cálculo electoral. Y no está el país para rácanos cuenta votos. Esta opción conduce inexorablemente al adelanto electoral. Por eso el presidente se va a quedar. Por eso y porque ya ha quemado a sus dos supuestos sucesores, que bueno es el chico para las peleas internas.


ABC - Opinión

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