sábado, 12 de febrero de 2011

Un tsunami para el mundo árabe

Occidente ha de influir en el diseño del futuro de Egipto y de los demás países de la región para limitar la influencia de los islamistas.

LA victoria pacífica de los manifestantes sobre el régimen de Hosni Mubarak constituye un acontecimiento cuyas consecuencias, más allá de la celebración inicial, habrá que analizar a largo plazo. Egipto es un país con una influencia gigantesca en todo el mundo arabo-musulmán, y el fin de un régimen que monopolizó el poder durante más de tres décadas supone un terremoto en todos los sentidos. En Oriente Próximo nada será igual después de esta revolución, surgida —igual que en Túnez— al margen de los canales de la política tradicional. Si lo que ocurra de aquí en adelante adquiere la forma de una transición constitucional a la democracia, inicialmente a manos de los militares, o si el país se desliza hacia el caos son opciones que en las actuales circunstancias dependerán esencialmente de la actitud de los manifestantes que en la emblemática plaza de Tahrir disfrutan de su victoria y del convencimiento de que han sido más fuertes que cualquier ejército. La nueva generación de árabes, armada con ordenadores y teléfonos, despertó un vendaval en Túnez. En Egipto es ya un gran huracán ante el que tiemblan los gobiernos de toda la zona.

Después de un periodo inicial de dudas, la Administración norteamericana ha renunciado a sostener a Mubarak porque se ha dado cuenta de que su apuesta había caducado, mientras que los dirigentes europeos seguían hundidos en su perplejidad, todavía adictos a esa falsa estabilidad que prometía el dictador depuesto. Unos y otros deben entender cuanto antes que su interés es precisamente influir en el diseño del futuro de Egipto y de los demás países de la región, apoyando decididamente a los partidarios de la democracia —que son muchos— para limitar la influencia de los islamistas radicales, que representan el mayor peligro, y no sólo a corto plazo, para estas sociedades en crisis. Dirigido desde dentro de unos regímenes forzados a adecuarse al nuevo escenario o impuesto por la fuerza de unas revueltas contagiosas, el cambio de ciclo político resulta inevitable en la región. Que las consecuencias de este tsunamien el mundo árabe sean buenas para sus habitantes y para los

intereses de Occidente dependerá de que no se cometan los mismos errores que crearon ese mosaico de dictaduras y de sociedades bloqueadas que ahora se ha empezado a desmoronar.


ABC - Editorial

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