sábado, 12 de febrero de 2011

La «Omertá». Por Eduardo San Martín

La investigación judicial del caso Faisán ha pinchado en blando y Rubalcaba lo sabe. Solo así se explicaría su dramático cambio de actitud en la semana que media entre las dos últimas sesiones de control en el Congreso. «Caso resuelto», proclamaba el todovicepresidente hace diez días después de que el juez Ruz descartara por no significativas las conversaciones mantenidas en los días de autos por el secretario de Estado de Seguridad con jefes policiales más tarde imputados. El auto no resolvía nada: es normal, en efecto, que Camacho hable con sus subordinados a diario. Pero el todoministro lo saludó como si se tratara de una absolución.

Siete días después, la euforia daba paso a la irritación. Los veteranos de la tribuna de prensa no recordaban un Rubalcaba tan descompuesto. La transfiguración coincidía con la declaración formulada ante el juez por el superior del responsable de la operación, principal sospechoso del chivatazo a ETA. El juez Ruz, en quien antiguos colaboradores suyos en Collado Villalba admiran su independencia y probidad, abría una veta sobre la que otros instructores, entre ellos Garzón, habían echado mucha tierra. No solo hubo chivatazo, sino un intento de borrar la prueba principal.

La declaración del comisario augura sorpresas peores para un futuro en el que quienes organizaron la operación y su encubrimiento ya no estarán en el poder. Entre ellas, la posible ruptura de la conspiración de silencio que ha hecho sumamente arduo el progreso de la investigación; la «omertá» que ha impedido, por el momento, que los indicios abrumadores que engordan el sumario se hayan convertido en pruebas. Parafraseando a Lincoln, se puede mantener callado a uno durante mucho tiempo, o a muchos durante algún rato, pero no se puede garantizar el silencio de todos durante todo el tiempo. Como ocurrió, al final, en el caso de los GAL. Y Rubalcaba se ha puesto nervioso.


ABC - Opinión

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