lunes, 3 de enero de 2011

Política a portazos. Por Ignacio Camacho

Con su exaltado portazo, Cascos evidencia que su afán de retorno obedece a una invencible nostalgia de sí mismo.

FRANCISCO Álvarez Cascos es uno de esos políticos que, como Fraga, poseen por cada una de sus muchas virtudes un defecto capaz de neutralizarlas. Es talentoso pero vehemente, eficaz pero polémico, pujante pero autoritario; su forma de solucionar problemas siempre engendra nuevos conflictos. Su talante impulsivo llegó a incomodar incluso a Aznar, su gran valedor, que lo dejó caer para limarle aristas a su proyecto; un hombre así siempre resulta incómodo para cualquier dirigente con aspiraciones de mayoría. El estilo conminatorio con que ha gestionado su candidatura al Principado de Asturias y la manera estrepitosa con que ha encajado la negativa de Rajoy demuestran que ni el tiempo le ha serenado ni la madurez le ha enseñado a ponderar sus impetuosos arrebatos y su tendencia a entrar en combustión. Está acostumbrado a hacer política a portazos.

Con una mayoría absoluta a su alcance, lo último que Rajoy necesita son desafíos imperativos y pulsos de poder. A un líder acusado de débil no conviene darle ninguna oportunidad de mostrar su fortaleza, sobre todo cuando se siente reforzado por las expectativas de opinión pública. Este principio tan sencillo no lo ha comprendido Cascos, a quien el hervor de la sangre le nubla la capacidad de análisis. Tampoco ha recordado los tiempos en que él zanjaba por la vía expeditiva cualquier cuestionamiento de su autoridad interna. Y por si fuera poco, ha sido incapaz de darse cuenta del minucioso proceso de liquidación del tardoaznarismo que su antiguo compañero de gabinete está llevando a cabo en las filas del PP. Rajoy no quiere otro superviviente del pasado que él mismo, y en las puertas del triunfo se siente con fuerzas para afirmar su liderazgo liquidando a título preventivo a todo el que ose cuestionarlo.

En su legítima aspiración autonómica, Cascos no ha cometido más errores porque no ha tenido tiempo. El último es ese anuncio de crear un partido propio, gesto más de rabia que de orgullo con el que aleja cualquier posible solidaridad interna en el PP; los partidos son sectas que establecen lazos autodefensivos ante todo envite del exterior. El ex ministro ha dado la razón a quienes recelaban de él al mostrar que su deseo era convertirse, de un modo u otro, en un punto de fricción, y al anteponer a la causa su propio protagonismo. Eso está muy mal visto en esta política de intereses sindicados, tan refractaria a las reivindicaciones personalistas. No habrá mucho llanto en la derecha por un hombre que, por encima de todo argumento, ha evidenciado que sus ansias de retorno se deben a una invencible nostalgia de sí mismo.

Con esa excitada sacudida aventurerista, Cascos ha hecho a Rajoy más un favor que una faena. Sin él el PP puede, ciertamente, volver a perder en Asturias, pero con su candidatura el verdadero problema habría sido que ganase.


ABC - Opinión

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