martes, 11 de enero de 2011

Nada que esperar. Por Ignacio Camacho

Nada de legalización, nada de amnistía, nada de impunidad. Nada que no sea la rendición a cambio de nada.

EMPIEZA a resultar cansina esta letanía siniestra de treguas y entreactos, este macabro culebrón por entregas de pausas condicionales y de intervalos tutelados, este artificio de fantoches con boina hablando un pretencioso lenguaje de conflictos, de frentes, de confrontaciones y de procesos. Aburre y da pereza su escenografía de barracón, la delirante fatuidad de fantasmones enmascarados con la que tratan de dar prestancia a su sangrienta alucinación de violencia y chantaje. Y ya no cuelan las milongas de verificaciones internacionales ni los casuismos grandilocuentes del diálogo y el compromiso. Ya no alivian los gestos, ni las declaraciones, ni las medias tintas que siempre acaban en fracasos enteros; ya no valen condiciones ni premisas ni requisitos ni cláusulas. Ya está todo el mundo muy harto de la patraña y es demasiado tarde incluso para que se engañen los más proclives al autoengaño.

Ahora las cosas son mucho más sencillas. Ellos pueden seguir dándole vueltas al tétrico carrusel de su fantasmagoría iluminada. Pueden continuar creando entre los suyos la expectativa de una salida honorable o de una victoria transada. Pueden volver a intentar que el Estado se despiste o se haga el sueco ante la intentona de colarse de rondón en las instituciones para obtener financiación y cobertura. Pueden alargar la simulación de su resistencia y negarse a sí mismos la evidencia de su progresivo arrinconamiento y de su inminente derrota. Pueden seducir a algún buscavidas mercenario camuflado de negociador pacifista. Pueden persistir en el espejismo interno de su cruzada liberadora, y pueden incluso derramar más sangre y causar más dolor en ese ofuscado delirio de autoritarismo y autocomplacencia. Pero lo que no pueden ya es confundir a nadie con ese burdo y desfachatado montaje. Ni siquiera a quienes ya se dejaron enredar por inmadurez o irresponsabilidad y han acabado aprendiendo a desconfiar a base de lamentables desengaños.

La única respuesta posible es, simplemente, no. No a las expectativas condicionales. No a las farsas trucadas bajo vulgares disfraces. No a los lobos revestidos por conveniencia con piel de corderitos democráticos. No a la negociación. No a las concesiones. No a precio alguno que tase en contrapartidas políticas el valor de la sangre derramada. No a lacayos subvertidos ni a franquicias encubiertas ni a partidos-trampa. No a la amnistía, no al perdón, no al olvido. No a la impunidad ni a la inmunidad. No a nada que no sea la rendición incondicional, la disolución, la entrega de las armas, la condena del crimen, la expresión de arrepentimiento y la reparación de las víctimas. Y aún después de todo eso, habrá que ver. Y probablemente también será no. No hemos llegado hasta aquí, casi novecientos muertos después, para concluir que no ha pasado nada.


ABC - Opinión

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