miércoles, 12 de enero de 2011

La «crispación» política. Por M. Martín Ferrand

Zapatero, lejos de reconocer sus errores, busca extraños pactos que sustituyan su obligación de cortar por lo sano.

UNA generalizada costumbre periodística reside en buscarle un pedestal teórico a los acontecimientos que, por su singularidad, conmueven a la opinión pública. Es una variedad del fatalismo que niega la espontaneidad de los hechos y los engarza en antecedentes que, a mitad de camino entre la sociología y la imaginación, hunden sus raíces en situaciones que, más o menos, parecen razonables. En esa línea de pensamiento, una mayoría de los observadores atribuyen la matanza de Tucson, en la que resultó gravemente herida la demócrata Gabrille Giffords, a la crispación política que, desde la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca, azota y aflige a los Estados Unidos. Quizás sea excesivo atribuirle a un joven «mentalmente inestable» la capacidad de catalizar en su conducta un sentimiento generalizado; pero, como señalaba Luis Bonafoux hace un siglo, al público le complace tener una explicación para todo, incluso para lo inexplicable, y no es cosa de privarle de un capricho tan barato.

Es un hecho que en España, por causas en las que nada tiene que ver el presidente Obama, la crispación política crece de día en día. Puestos a teorizar, que es algo gratuito, uno de los pilares de tanta irritación puede buscarse en el hecho lamentable de que nuestra clase política, muchas veces más atenta a la conservación de sus canonjías que a la pretensión del bien común, acepta y asume los muchos y demoledores efectos que nos brinda la actualidad sin la más mínima pretensión de buscar y atajar sus causas. Esa es la gran especialidad de José Luis Rodríguez Zapatero y su coral gubernamental. Lejos de reconocer sus errores y su falta de adaptación a las circunstancias, busca raros consensos y extraños pactos que sustituyan su obligación de cortar por lo sano para evitar la gangrena de todo el cuerpo nacional. En eso, aunque con menos destreza, le van a la zaga los partidos de la oposición.

Asistimos a una reforma financiera que no reforma nada y mantiene en sus puestos a quienes la generaron, a una reforma laboral que no disguste a los empleadores y contente a quienes dicen ser —en demérito del Congreso de los Diputados y el Senado— sus representantes y está en ciernes una reforma de las pensiones que deja en pañales al príncipe de Lampedusa. A partir de ahí puede hablarse de «crispación» política; pero sería tan impreciso y literario como afirmar que la violencia era inevitable en Arizona, en Tucson precisamente, porque el escenario del crimen coincide con el elegido por John Ford para rodar Pasión de los fuertes, el histórico y mortal enfrentamiento entre los hermanos Earp y los Clanton.


ABC - Opinión

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