jueves, 13 de enero de 2011

La claqueta del presidente. Por M. Martín Ferrand

La claque ha salvado muchos espectáculos escénicos y perpetuado su éxito hasta las «cien representaciones»

A José Luis Rodríguez Zapatero le gusta monologar. Huye del debate como el gato escaldado del agua fría; pero se crece cuando, como los viejos predicadores, se dirige a un auditorio cautivo para darle el sermón laico que conviene a sus fines, generalmente más próximos a la conservación del empleo —del suyo propio— que a la consecución del bien común. Debe reconocerse que, como monologuista, el líder del PSOE ha mejorado mucho en estos últimos siete años, en los que el Estado se ha debilitado y la Nación, empobrecida y escasa de moral, espera el milagro de la recuperación laboral como único método eficaz para volver a donde estábamos cuando nos sobrevino el zapaterismo. Zapatero ha progresado adecuadamente en sus artes expresivas, un continente sin contenido, y mucho más en la cuantía y calidad de la claque que le acompaña en sus distintas apariciones públicas.

La claque, que nació para provocar los aplausos en el teatro, se ha desvanecido en el mundo escénico y tiende a especializarse en la política. Antes de que los empresarios teatrales más frecuentes fueran los ayuntamientos, las autonomías y el Ministerio de Cultura —cuando la taquilla era la madre del cordero—, los promotores de espectáculos solían vender, en el bar más próximo a cada teatro, unas entradas de bajo precio cuya adquisición obligaba al adquirente a aplaudir con entusiasmo cuando así lo indicaba el jefe de la claque o de la clac, que también se dice. Basándose en el principio científico de que el aplauso genera el aplauso y, ocasionalmente, contrarresta el pataleo, la claque ha salvado muchos espectáculos escénicos y perpetuado su éxito hasta las «cien representaciones» que era, cuando la ley del mercado regía la actividad, la meta del beneficio satisfactorio.

En el Congreso, el imperio partitocrático impone la división de opiniones entre los asistentes, obligados al seguimiento de su jefe de fila y, a mayor entusiasmo de los próximos, corresponde siempre un abucheo más grande de los distantes. Algo incómodo para un profesional del monologo. Por eso Zapatero tiende a buscar su grandeza lejos del hemiciclo democrático para poder manejar la claque con el mínimo riesgo de interferencias. Últimamente el presidente del Gobierno, más vivo y activo de lo que sospecha Mariano Rajoy, utiliza como claque incondicional y entregada a la élite empresarial y financiera. Eso, que dice poco de la élite, subraya el mérito del monologuista que, sin riesgo de réplica, cuenta en La Moncloa, o donde toque, lo que debiera ser materia exclusiva del Parlamento. Quizá no consigue la recuperación económica, pero sí la suya propia.


ABC - Opinión

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