lunes, 20 de septiembre de 2010

PSOE. Los despojos de Zapatero. Por Agapito Maestre

Zapatero es ya, sin duda alguna, el mayor lastre que arrastrarán todas las federaciones regionales del PSOE hasta las elecciones autonómicas y locales. Ningún barón regional quiere verlo por sus predios.

¿Conseguirá Zapatero detener el deterioro de su imagen en el interior de su partido? Imposible. Zapatero es ya un cadáver político. Los despojos del líder socialista se lo están repartiendo entre los buitres de las agrupaciones más importantes de su partido. Blanco y Pérez Rubalcaba están muy entretenidos en el reparto del botín. Pero, antes de contar lo que viene, levantemos acta de lo que hay, de la rabiosa actualidad, porque es más rica que nuestra propia imaginación. En otras palabras, la muerte política de Zapatero se puede contar de muchas maneras, pero ninguna contemplará su resurrección. Así es de cruel y terrible la "política", o mejor, el tipo de política que ha creado alguien que ha despreciado a millones de ciudadanos sin importarle su nación.

Hay dos formas de contar su muerte, que tienen, aquí y ahora, una fuerte presencia en los medios de comunicación. Unos, sus más tiernos amiguitos, cuentan el triste final del Maquiavelo vallisoletano cual plañideras contratadas para el evento; lloran, lloran y lloran sin ver salida alguna "a la cosa" después del sepelio. Otros, más realistas y previsores, repiten con frialdad de sondeo electoral el siguiente diagnóstico: Zapatero, sí, está muerto; pero, y aquí viene el pronóstico, además puede conseguir que el PSOE pierda todo su poder territorial; exigen cambios rápidos, limpios y volver a empezar, pero también dudan de cómo hacerlo y a quién recurrir.


En cualquier caso, basta que Zapatero esté dispuesto a aguantar hasta el final, o sea, hasta pudrirse en La Moncloa durante otros casi dos largos años, para que el debate del postzapeterismo pase a llamarse "cómo reconstruir el socialismo en las autonomías". Zapatero es ya, sin duda alguna, el mayor lastre que arrastrarán todas las federaciones regionales del PSOE hasta las elecciones autonómicas y locales. Ningún barón regional quiere verlo por sus predios. El poszapaterismo socialista se nutre de esas mesnadas regionales anti ZP. El caso más relevante, y acaso modélico para sustituir a Zapatero, ha sido el ofrecido por Tomás Gómez en Madrid.

Independientemente de que gane o no el rollo ese de las primarias, que seguramente las ganará, Tomás Gómez ha demostrado a todo el PSOE que Zapatero está más que débil, yace en su catafalco monclovita, y puede que su putrefacción infecte a todo el cuerpo socialista. A cualquier jefe con un poco de poder en el PSOE, excepto Zapatero, le hubiera bastado con nombrar una comisión gestora en Madrid para acabar con cualquier atisbo de "rebelión" de un absoluto desconocido, como Gómez, ante el jefe. He ahí la prueba de que en la sala de máquinas del PSOE ya no se discute sobre el poszapaterismo, sino sobre el daño menor que puede causar un cuerpo muerto en La Moncloa.

En esta situación, por qué no decirlo, cuánto se echa de menos una oposición con un poco más de coraje moral y diligencia democrática.


Libertad Digital - Opinión

Deuda con la Guardia Civil. Por José María Carrascal

Justicia para la Guardia Civil, y que Méndez, Toxo y Lara se queden en su manifestación, rodeados de sus «liberados».

POCOS abucheos más merecidos que el que recibieron los dirigentes de CCOO, UGT e IU al incorporarse a la manifestación de los guardias civiles reclamando sus derechos laborales. Merecida, primero, porque las suspicacias de nuestra izquierda hacia la Guardia Civil viene de lejos. Segundo, porque nunca se ha preocupado de sus reivindicaciones y, tercero, porque asomar en esa manifestación pocos días antes de su huelga general es un acto de oportunismo tan grosero que repugna. Podrían haberse ocupado hace muchos años de la discriminación que sufren los miembros del Instituto Armado y sus familias, en vez de aparecer ahora que necesitan su apoyo. Menos mal que no dejaron hablar a Toxo ni a Méndez como intentaban. Pero tampoco debe extrañarnos, conociendo los sindicatos que tenemos, «de clase», pero de clase privilegiada, sobre todo en sus dirigentes, y una izquierda que hace mucho tiempo perdió el contacto con el mundo en que vivimos.

Dicho esto, tengo que añadir algo que he dicho tantas veces y seguiré diciendo hasta que no vea respuesta: que es una vergüenza que un guardia civil gane menos que un guardia urbano, que un policía nacional y no digamos ya de un mosso d'escuadra o un ertzaina, corriendo infinitamente más riesgo en su labor, trabajando mucho más, siendo mucho más eficaz y viviendo en condiciones mucho más humildes en sus casas-cuartel. Últimamente, incluso se les despacha a misiones militares en el exterior, como Afganistán, donde ya han muerto varios de ellos. ¿Cuándo van a equipararse, por lo menos, a las policías autonómicas? ¿No le da vergüenza al ministro de Interior tenerles en estas condiciones? Ya sé que corren tiempos de apretarse el cinturón y de reducir gastos. Pero hay montones de partidas en el presupuesto donde puede recortarse sin mayores daños excepto a los directamente afectados, mientras en otras se impone establecer la paridad, y no sólo por justicia, sino también por interés nacional. Estando la Guardia Civil a la cabeza de ellas.

La desvergüenza llega a su límite cuando se quiere utilizar el carácter militar del Instituto Armado para impedir que exponga públicamente sus reivindicaciones. ¿No era la izquierda la primera en pedir se quitase esa característica al Cuerpo? ¿O va a resultar que el gobierno Zapatero no es de izquierdas? Pero noto que me estoy metiendo en terrenos escabrosos: el de fijar la naturaleza política de nuestro gobierno, algo que trae de cabeza a los politicólogos. Así que vamos a dejarlo en lo dicho: justicia para la Guardia Civil, y que Méndez, Toxo y Lara se queden en su manifestación, rodeados de sus «liberados» del tajo, más que suficientes para llenar las calles.


ABC - Opinión

ZP se hunde, el país amenaza ruina y el Rey, ¿dónde está el Rey?. Por Federico Quevedo

Miércoles, primera hora de la mañana. En los pasillos de un concido centro comercial me encuentro con el director gerente del mismo que me saluda afectuoso. Tras las cuatro frases de rigor -el verano, el tiempo, etc-, le entro sin compasión: “¿Cómo va la vuelta de las vacaciones?”. Y él responde sin dudar: “Horrible, peor que nunca. El consumo se ha hundido. La gente solo compra productos básicos, y a ser posible marcas blancas. No habíamos tenido un mes de septiembre peor que éste, ni siquiera en lo que llevamos de crisis, y nuestros competidores están todavía peor que nosotros”. Me deja de piedra, porque le veo realmente preocupado.

Si uno hace caso -yo hace tiempo que me de di de baja- de lo que dice el Gobierno, aparentemente las cosas habrían empezado a mejorar. Pero la realidad es justo la contraria y nos estamos enfrentando a lo que probablemente sea algo más que una simple recaída, como quieren hacernos ver las estadísticas oficiales, algo parecido a lo que ya les anuncié una vez, no recuerdo cuando: hemos atravesado el ojo del huracán, un espacio de calma, incluso de cierta recuperación, y ahora viene lo peor de la tormenta, lo peor porque, además, ha cogido fuerza y nos embiste con una virulencia desconocida. No lo digo yo, son, no diré muchos pero si unos cuantos, expertos que analizan los indicadores y, sobre todo, hacen un trabajo de prospectiva, los que se están asustando por la intensidad de la crisis que se nos viene encima.


De hecho, se están empezando a producir situaciones propias de un estado de conflicto o catástrofe, es decir, gente que acude a las grandes superficies a hacer acopio de productos básicos no perecederos y guardarlos, no por que nadie piense que vaya a haber escasez de los mismos, sino porque lo que teme quien lo hace es quedarse sin trabajo y no disponer de dinero para alimentar a su familia. Si les digo que la situación está empezando a ser dramática, no les exagero nada. No voy a negar que, aparentemente, hemos conseguido superar la fase de desconfianza hacia nuestra deuda, pero también es cierto que eso ha sido posible gracias a que la UE y el FMI han cuantificado en más de 700.000 millones de euros el fondo de rescate que estarían dispuestos a aportar si España quiebra.

«La gente no llega a fin de mes, no puede pagar los colegios, y el malestar social empieza a ser muy preocupante»

Mientras exista ese aval los mercados van a seguir estando encantados comprando deuda del Reino de España a unos tipos de interés de lo más suculentos. Y nadie nos asegura que el riesgo de quiebra haya desaparecido, entre otras cosas porque existe una sospecha cada vez más creciente de que el Ejecutivo está maquillando las cifras de déficit, es decir, cayendo en el mismo error en el que cayó Grecia. Pero volvamos a la economía real, la de la calle: el grifo de los bancos está más cerrado que nunca, al tiempo que la morosidad crece como la espuma. La gente no llega a fin de mes, no puede pagar los colegios -las bajas en centros privados derivadas a concertados y públicos ha batido records este curso-, y el malestar social empieza a ser muy preocupante.

Pruebas de esto la estamos teniendo en cada una de las concentraciones con las que las centrales sindicales calientan la jornada de huelga general del próximo día 29. A Méndez y Toxo se les ha ido de las manos, y lo que iba a ser una huelga general de compromiso, medio pactada con el Gobierno, se está convirtiendo en una expresión del cabreo colectivo. “¡Zapatero, dimisión!” es el grito más coreado, y con una intensidad desconocida hasta ahora por la rabia que acumulan las gargantas que lo gritan. Rodríguez se hunde en las encuestas, su popularidad está bajo mínimos y ya son mayoría en los sondeos los que quieren elecciones anticipadas y que este presidente se largue de una vez. La huelga general puede acabar siendo lo que nadie, ni Gobierno ni sindicatos, querían que fuera: una manifestación multitudinaria de malestar y cabreo contra Rodríguez e, incluso, contra quienes han convocado la misma por su compadreo hasta hace dos días con él. La situación es tan grave que la amenaza de conflictividad social empieza a ser cierta y, me consta, que el Ejecutivo lo sabe y está sometiendo a una vigilancia muy estrecha las zonas menos favorecidas, los casi guetos de las grandes ciudades para evitar reacciones violentas. ¿A dónde nos conduce todo esto? ¿A dónde nos ha llevado Rodríguez?

El país amenaza ruina. Y no solo económica, ya lo saben ustedes. Todo está en entredicho, no hay ni una sola institución del Estado que se salve de la sospecha de corrupción o de sometimiento al poder Ejecutivo. El edificio que levantamos en la Transición se desmorona como si un terremoto hubiera sacudido sus cimientos, los cimientos del consenso, la concordia, el esfuerzo, la fe en nosotros mismos y en la Nación, y la Monarquía. Sí, la Monarquía es, probablemente, la institución que estos días acumula más ansiedad y mayores sospechas. Nadie sabe qué se piensa en la Casa real de lo que ocurre en este país, entre otras cosas porque desde hace días nadie sabe donde está el Rey, y cual es el verdadero alcance de la situación personal que lo mantiene alejado de la actividad pública, aunque hay bastantes sospechas, yo diría que certezas, de que se trata de algo grave. Se diga lo que se diga, e independientemente de las ideologías de unos y de otros y del aprecio o no que se le tenga a la Monarquía, hay un hecho evidente y es que, hasta ahora, ha actuado de nexo de unión para todos y es el único asidero que nos queda si queremos mantener vivo el espíritu de la Transición. Ahora bien, ¿es posible que la Monarquía siga ejerciendo ese papel más allá de Don Juan Carlos? Ahí es donde surgen las dudas, y esa es una de las razones que hacen de este momento uno de los más graves de nuestra historia reciente, y que al mismo tiempo exige mayores dosis de responsabilidad y sentido común. Dos virtudes de las que carece, sin lugar a dudas, Rodríguez Zapatero, razón por la que se hace imprescindible su salida del Gobierno para poder afrontar con el acuerdo de todos el camino que, inevitablemente, ya hemos iniciado hacia una II Transición.


El Confidencial - Opinión

Tea Party. La derecha mira con los ojos de la izquierda. Por Emilio Campmany

La solución no sólo ha de consistir en rechazar la terminología que impone la izquierda sino también las lentes, ultradeformadas, a través de las cuales pretende ésta que todos veamos la realidad para que sea "su" realidad.

Más de una vez los lectores de Libertad Digital me han recriminado hablar de los jueces próximos al PSOE y de los afines al PP refiriéndome a ellos con las expresiones "progresistas" y "conservadores". La regañina se funda en que es una terminología impuesta desde la izquierda que ve el término "progresista" como algo positivo y la expresión "conservador" como negativa. Yo la empleo porque es la generalmente admitida, pero por qué haga yo las cosas carece de importancia. La cuestión es que en esto y en muchas otras, la derecha se ha acostumbrado a observar los fenómenos políticos con las palabras de la izquierda. Y lo terrible es que, al emplear sus palabras para denominar las cosas, acepta igualmente verlas a través de sus ojos, que deforman la realidad tanto cuanto sea necesario hasta conformarla a sus intereses. El domingo teníamos un buen ejemplo en los periódicos.

Titula El País: "El Tea Party asedia Washington. La victoria de los extremistas en Estados Unidos convierte las elecciones legislativas de noviembre en una lucha entre la civilización y la caverna". Lo de "una lucha entre la civilización y la caverna" se figura un pelín exagerado, pero siendo El País un periódico de izquierdas parece normal lo que en verdad es una flagrante deformación de la realidad. Menos choca que Público califique el movimiento de "ultraconservador". En realidad, a los dos les pasa que todo lo que es de derechas les parece ultra algo, lo que a veces les hace parecer algo ultraestúpidos.


Lo curioso es que la prensa de derechas les hace el juego. El Mundo, ABC, y La Razón dan la misma información, la intención de Sarah Palin de presentarse a las elecciones presidenciales de 2012, calificando el movimiento al que pertenece, el "Tea Party", de "ultraconservador". Lo de El Mundo tiene un pase porque ya sabemos que no le gusta parecer de derechas. Lo de ABC y La Razón tiene menos justificación. Mucho más cuando nunca hablan de Obama como "ultraizquierdista" o "radical de izquierdas", que es como lo describe la derecha norteamericana. La cosa llega a preocupar cuando uno se asoma a las páginas de La Gaceta y encuentra el mismo adjetivo, "ultraconservador", para referirse al mismo movimiento.

Evidentemente, el "Tea Party" hay que encuadrarlo dentro de la derecha del Partido Republicano. Pero eso no lo convierte en ultra ni en cavernícola. Son gente de derechas, ni más ni menos. Y eso no las hace peores, ni mucho menos, a las de izquierda de allí o de aquí. Sí son bastante mejores de las de extrema izquierda que hemos de soportar en Europa, en general, y en España en particular. Porque la extrema izquierda existe. Son de ideología radical, de inspiración marxista y tendencia antidemocrática, que encuentran amplia protección y eco en los medios de la izquierda y que nunca se ven denunciados, ni siquiera en los medios conservadores, porque hacerlo conlleva el riesgo de ser tildados de ultras o simplemente de derechas, que es hoy tanto como un insulto.

La solución, por lo tanto, no sólo ha de consistir en rechazar la terminología que impone la izquierda sino también las lentes, ultradeformadas, a través de las cuales pretende ésta que todos veamos la realidad para que sea "su" realidad. Empecemos a poner algunas cosas en su sitio. El "Tea Party" no es más que un movimiento conservador y el corresponsal de El País en Washington un ultraizquierdista.


Libertad Digital - Opinión

Zapaterismo (II): Las primarias. Por Ignacio Camacho

En torno a Tomás Gómez se está aglutinando un sector de disidencia con el valor de forjar por primera vez un polo crítico.

AL involucrarse en las primarias de Madrid, aunque luego haya intentado aparentar que se mantiene al margen, Zapatero las ha convertido en un test sobre su propio liderazgo. Por un mal cálculo ha permitido que el pulso socialista en la capital del Estado plantee con toda crudeza el debate no sólo sobre el postzapaterismo sino sobre el propio zapaterismo en su declinante estado actual, que es ya en buena medida una carrera presucesoria. La resistencia de Tomás Gómez compromete en primer lugar al presidente, en segundo a una posible aspirante al relevo —Trinidad Jiménez— y en tercero a los factótums del Gobierno que sostienen el precario andamiaje del líder —Blanco y Rubalcaba— y que se han comprometido de manera explícita en auxilio de la candidatura patrocinada por la dirección nacional del partido. Una victoria de Gómez supondría un vuelco brutal del statu quo y abriría de modo explícito la batalla de la sucesión. Cuando Rubalcaba le acusó de no poseer otro capital que el de haber dicho no a Zapatero lo estaba invistiendo de alternativa; eso no es sólo un capitalazo, sino todo un patrimonio acumulado cuyo valor puede sobrevivir incluso a una derrota.

Gómez no deja de ser un político de trayectoria mediocre, pero a su alrededor se están reuniendo las fuerzas críticas del zapaterato con la mira puesta en un relevo a medio plazo. En ese sentido le bastará con obtener un resultado digno para dejar patente la existencia de un foco alternativo que puede ir creciendo cuanto mayor resulte el desgaste de la actual dirigencia. Las primarias valencianas constituyen también una prueba de fuerza para el papel de Blanco y Rubalcaba en el entramado sucesorio; ambos apoyan, por razones diferentes, a Antoni Asunción, y convergen en el desafío interno al poder orgánico de Leire Pajín a través de su protegido Alarte. Ninguno de los candidatos parece en condiciones de comprometer la victoria de Camps, como en Madrid es difícil que Jiménez o Gómez puedan desequilibrar la hegemonía de Esperanza Aguirre; se trata en ambos casos de una confrontación que mide apoyos de cara al control del partido en la verdadera batalla de los próximos meses. La batalla del postzapaterismo.

Pase lo que pase, en torno al inesperado Tomás Gómez se está aglutinando un sector de disidencia, por ahora heterogéneo, pero con el valor intrínseco de forjar por primera vez en el mandato zapaterista un polo crítico. Muchos de los apoyos del candidato rebelde permanecen en la sombra, y la mayoría son de conveniencia, como los que han llamado en las últimas semanas a Patxi López para animarlo a no dejarse avasallar en la negociación presupuestaria del presidente con el PNV… muñida también por Blanco y Rubalcaba. Los movimientos son cada vez más explicítos, y todos tienen un denominador común: ponen en valor la importancia de decir no a Zapatero como capital de inversión a futuro.


ABC- Opinión

Ni huelga ni estos sindicatos

Si los sindicatos hubieran tenido un mínimo de olfato o interés sobre el estado de ánimo de la opinión pública, hace años que se habrían movilizado contra el Gobierno. El descontento de la sociedad española con las políticas socialistas no ha surgido espontáneamente en estas semanas, sino que la desafección era ya mayoritaria en el arranque de la Legislatura, cuando las centrales sindicales compartían, e incluso alumbraban, las medidas económicas y sociales del gabinete. Si UGT y Comisiones Obreras se detuvieran mínimamente ahora en los análisis demoscópicos, entenderían también que los españoles no secundan la convocatoria de huelga general del 29-S y muestran un desapego mayoritario a lo que representan los dos sindicatos mayoritarios. La encuesta de NC Report para LA RAZÓN es concluyente sobre el estado de ánimo de la sociedad. Más del 63% de los españoles no se suma a la huelga, frente a sólo el 24% que manifiesta su voluntad de seguir a Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo. Los ciudadanos que creen que la movilización será minoritaria doblan a los que confían en la protesta mayoritaria, y constituyen también una mayoría (47,6%) los que están convencidos de que la jornada del 29-S será un fracaso de las centrales.

Los abrumadores resultados constatan que este país no está para paros masivos ni parece dispuesto a movilizarse tras unas organizaciones discutidas y en una deriva de pérdida de prestigio social muy preocupante para su futuro. Quieran o no los convocantes, la realidad es que la huelga se ha convertido en una reválida para UGT y Comisiones Obreras, para el futuro de ese sindicalismo político que representan estas organizaciones y para los liderazgos de Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo. En este punto, el sondeo de LA RAZÓN concluye que más de la mitad de los españoles cree que el actual modelo sindical debe ser rectificado.

O lo que es igual, que el sindicalismo de UGT y CCOO pertenece a un pasado que no tiene encaje en este siglo XXI. Por eso, a estas alturas no se comprendería que los sindicatos no se dieran por enterados en caso de un revés en la jornada de paro. Que se pretendiera continuar como si nada hubiera pasado sería la mejor constatación de que las castas sindicales supeditan la defensa de los derechos de los trabajadores a que su estatus no peligre.

La situación de un país con más de cuatro millones y medio de parados ha exigido de todos los agentes sociales un ejercicio de responsabilidad y de reflexión. Lejos de esa actitud de compromiso, los sindicatos han sido un freno permanente de las reformas imprescindibles que la economía española necesita. Aferrados a anacrónicos discursos y a recetas económicas vencidas, han servido de soporte al fracaso frente a la crisis del Gobierno. Es difícil esperar ya una reflexión seria por parte de Méndez o Toxo, cuando han sido incapaces de reconocer siquiera su cuota de culpa en las consecuencias de una política económica fracasada. El día después de la huelga será el momento de evaluar lo sucedido y de exigir responsabilidades.


La Razón - Editorial

José Antonio Labordeta, descanse en paz

Pocos españoles habrá hoy que no lamenten en diverso grado su pérdida. Nuestras más sinceras condolencias para todos aquellos que lo leyeron, lo siguieron, lo admiraron y sobre todo lo quisieron.

En la madrugada del pasado sábado murió a los 75 años José Antonio Labordeta. En estos casos, suele ser habitual que los medios de comunicación respetemos durante un tiempo la memoria de los difuntos y dejemos las críticas para más adelante, cuando los ánimos estén más calmados y se haya cogido una cierta perspectiva histórica.

Nosotros no vamos a omitir las críticas a Labordeta sólo por el respeto que su persona y sus familiares, amigos y admiradores nos merezcan, sino también por el hecho mucho más simple de que no tenemos gran cosa que reprocharle. Es notorio que como periódico nos encontramos muy alejados de muchas de sus ideas políticas, pero mal haríamos si redujéramos toda su figura y su trascendencia pública a aquella parte de su ideología que nos desagrada y que, dicho sea de paso, defendía mucho más cabalmente que la inmensa mayoría de políticos actuales.


Porque, conviene recordarlo en estos momentos, Labordeta fue uno de los intelectuales más polifacéticos y completos que ha tenido España en el último medio siglo: poeta, cantautor, novelista, profesor, guionista, director, político e incluso presentador de televisión; actividades que siempre desempeñó con gran dedicación, entusiasmo y simpatía hasta el punto de convertirse en un maestro en varias de ellas.

Un hombre de letras de lo que por desgracia ya no quedan en España, con más de 20 discos y otros tantos libros en su haber, el último de ellos publicado hace apenas unos meses en el que reflexionaba emotivamente sobre la enfermedad que finalmente se lo ha llevado; un modelo intelectual para multitud de jóvenes idealistas que en los 60 y los 70 buscaban referentes en la defensa de la libertad y de la democracia; y también un personaje público conocido y querido en todas las partes de España por sus frecuentes apariciones televisivas y políticas durante los últimos quince años en las que exhibía campechanía, ingenio e incluso humanas muestras de mal humor.

Pocos españoles habrá hoy que no lamenten en diverso grado su pérdida. Nuestras más sinceras condolencias para todos aquellos que lo leyeron, lo siguieron, lo admiraron y sobre todo lo quisieron. Descanse en paz José Antonio Labordeta.


Libertad Digital - Editorial

El problema catalán de Zapatero

Los socialistas no tienen argumentos nuevos para Cataluña. Han quemado las bazas de la reforma estatutaria, de la alternancia al nacionalismo de CiU y del frente de izquierdas.

EL presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, pronunció ayer en la «fiesta de la rosa» organizada por el Partido de los Socialistas de Cataluña, un discurso por el que parecía no haber pasado el tiempo. Utilizó los mismos argumentos que empleaba en 2003, cuando avaló personalmente el Pacto del Tinell, el tripartito con los independentistas de Esquerra Republicana y el proyecto soberanista de la reforma estatutaria. Pero Zapatero siempre habla de Cataluña como si acabara de llegar y fuera a inaugurar una época inédita de autonomía y paz territorial. Sin embargo, Zapatero lleva en sus espaldas siete años de decisiones personales sobre Cataluña que han desestabilizado la dinámica del Estado de las Autonomías y han sembrado una tensión soberanista que no existió siquiera durante los gobiernos nacionalistas de Convergencia i Unió. Aun así, Zapatero sigue trufando sus discursos hacia los catalanes con promesas sobre la identidad y el autogobierno y con ya manidos juegos de palabras sobre las relaciones recíprocas entre España y Cataluña, pero no hay rastro de autocrítica. Suya fue la temeraria idea de incorporar el independentismo republicano al gobierno autonómico, para crear un frente de izquierdas que, a la postre, ha desplazado al PSC al puro soberanismo nacionalista. Suya fue la idea de utilizar la vía estatutaria para travestir el Estado autonómico en Estado confederal, operación frustrada en buena medida por el Tribunal Constitucional. Y suya es la responsabilidad de haber decidido premiar con cuotas de poder o influencia a quienes defienden proyectos de segregación. Sus críticas a Rajoy por no querer hablar de identidad y sí de trabajo son una coartada para esquivar que sus proyectos para esa identidad y ese autogobierno por los que ayer abogaba —el Estatuto de 2006, la alianza con ERC— han hecho más difícil y conflictiva la relación de Cataluña consigo misma y con el resto de España.

Zapatero vuelve a necesitar electoralmente que el PP sea la bestia negra de los catalanes y ésta va a ser una de las constantes de la campaña para los comicios autonómicos de noviembre, porque el presidente del Gobierno se ha quedado sin discurso propio para Cataluña, de la misma manera que se quedó sin discurso «social» para Rodiezmo. Después del fallido intento confederal del Estatuto de 2006, los socialistas no tienen argumentos nuevos para Cataluña. Han quemado las bazas de la reforma estatutaria, de la alternancia al nacionalismo de CiU y del frente de izquierdas.


ABC - Editorial