viernes, 27 de agosto de 2010

PSOE. Obediencia al jefe. Por Agapito Maestre

Nadie mejor que Rubalcaba con estas declaraciones ha definido jamás el tipo de partido que es, hoy por hoy, el PSOE. Estamos ante un partido de marcado cuño leninista, es decir, de orientación totalitaria y autoritaria.

El único patrimonio político de Tomás Gómez, según su compañero de partido Alfredo Pérez Rubalcaba, es haber desobedecido a Rodríguez Zapatero. Por eso, precisamente por ese acto de desobediencia moral y de rebelión política hecho público por Gómez, el ministro del Interior votará a la candidata impuesta por el jefe del partido. Nadie mejor que Rubalcaba con estas declaraciones ha definido jamás el tipo de partido que es, hoy por hoy, el PSOE. Estamos ante un partido de marcado cuño leninista, es decir, de orientación totalitaria y autoritaria. Así fue en el pasado. Así es ahora.

El debate de las primarias en Madrid es puramente retórico, pues que es imposible que haya debate allí donde rige la obediencia ciega al jefe, comité o, sencillamente, camarilla oligárquica socialista. En este punto la propia candidata de Zapatero, la señora Trinidad Jiménez, ha sido explícita: "Yo no debato con Gómez", hasta ahí podíamos llegar, porque nada hay que debatir: "Tenemos el mismo proyecto, las mismas ideas y somos del mismo partido".


A Trinidad Jiménez sólo le ha faltado decir lo explicitado por Rubalbaca: lo decisivo en este partido es obedecer al jefe. Rubalcaba sabe bien que Felipe González, el antiguo jefe de la organización, renunció al marxismo, pero nunca dijo nada del leninismo; más aún, si González no hubiera renunciado de modo autoritario y leninista al marxismo, seguramente los estatutos de ese partido seguirían todavía presididos por los principios marxistas de la lucha de clases interpretados con rabia y resentimiento. La insubordinación, en fin, mantiene el antiguo ministro de González tiene que pagarse con la derrota.

Por lo tanto, entre Trinidad Jiménez y Tomás Gómez no hay nada que decidir ni que discutir, según Rubalcaba, porque la decisión y la discusión han sido llevadas a cabo por parte de Rodríguez Zapatero y sus consejeros. Sólo cabe esperar al día de la votación, un acto que ha quedado reducido a una "imagen" para el exterior, o sea a un vulgar protocolo de cara a la galería. La realidad es la expresada por Rubalcaba: "Aquí se hace lo que dice el jefe"; incluso el "rebelde", que podría haber dado lugar a un cierto debate con su "rebeldía", ha dicho que él no se enfrenta a Zapatero sino que trata de reforzar su autoridad. Patético.


Libertad Digital - Opinión

¿Morir por Afganistán?. Por José María Carrascal

Seguimos sin debate sobre nuestra participación en Afganistán, sin saber si los costes compensan los beneficios.

LA única diferencia entre Irak y Afganistán son los actores, Bush y Aznar por un lado, Obama y Zapatero por el otro. En el resto, estamos ante el mismo conflicto: el Oeste batiéndose con el radicalismo islámico, con el propósito de establecer la democracia en ambos países, desde hace ya más tiempo que se batió con la Alemania nazi. Y con peores perspectivas. Podría alegarse que la intervención en Afganistán se hizo bajo el paraguas de la ONU, y la de Irak, no. Pero a estas alturas ambas tienen igual cobertura, aunque de poco les sirve.

Para el Gobierno español, sin embargo, se trata de situaciones totalmente distintas. Estamos ante otro de esos espejismos con los que nuestro presidente intenta sustituir la realidad por la ficción, como fue traer la paz al País Vasco negociando con ETA, articular territorialmente España con nuevos estatutos de autonomía o resolver la crisis económica negando su existencia. En Afganistán, se trata de llamar a aquella guerra «misión humanitaria». Las víctimas vienen a ser algo así como accidentados de tráfico, las condecoraciones, cruces de beneficencia. La guinda la puso el anterior ministro de Defensa: «Nuestro soldados sólo dispararán si son agredidos». Mientras la ministra actual, calla.


El caso es demostrar que no estamos en una guerra y ahí tienen al ministro de Interior anunciándonos, de riguroso luto, las dos últimas bajas, como horas antes daba por cerrada la crisis con Marruecos por Melilla. Si lo cree, es un ingenuo. Si no lo cree, un cínico.

Seguimos sin debate sobre nuestra participación en Afganistán, que es lo menos que puede pedirse en una democracia, sin saber por tanto si los costes compensan los beneficios. Todo por el maniqueísmo de un gobierno que hace la misma guerra que el anterior, y al que criticó hasta la saciedad por ello.

Lo de Afganistán, como el resto de las crisis en que anda metido, no hará más que empeorar. Es aquél un conflicto demasiado complejo para abarcarlo en una «postal», por lo que lo dejo para una próxima «Tercera». Pero adelanto tres cosas: que aquello es una guerra. Que se está perdiendo. Y que el Gobierno español seguirá mintiendo hasta el final, por más que los hechos le contradigan, como está haciendo con la crisis económica. Y es que ya no sabe hacer otra cosa. El mundo ficticio donde se ha instalado se lo impide e incluso tiene que mentir en aquello que debiera enorgullecerle, como es defender la democracia en la otra esquina del mundo. A tal extremo le ha llevado la ignorancia, el sectarismo y la obstinación.

Mientras a los españoles sólo parece preocuparnos la Liga que empieza. Claro que puede ser más real que nuestra política. Y menos peligrosa.


ABC - Opinión

La Legión. Chacón y su defensa de la Estética. Por Guillermo Dupuy

El caso es que la estética importa, y esos rasgos distintivos que la ministra pretende erradicar de la Legión son señas de identidad que contribuyen a formar el llamado espíritu de cuerpo.

No tiene ni tiempo ni capacidad para dar la cara en rueda de prensa junto a Rubalcaba para dar explicaciones sobre los últimos caídos en la silenciada guerra de Afganistán. Tampoco informa del papel de su Ministerio en la lucha contra los terroristas que secuestran a españoles fuera de nuestras fronteras, seguramente porque este se limite al de hacer llegar a los raptores el dinero por el que secuestran y seguirán secuestrando. No comparece para dar explicaciones sobre las vicisitudes, el sentido y el futuro de nuestra presencia militar en todas y cada una de las misiones internacionales en las que estamos inmersos. No informa del contenido de sus reuniones con sus homólogos aliados (ni siquiera sabemos si las mantiene), aun tras conocerse decisiones tan trascendentales, y que tanto nos afectan, como el anuncio de retirada a plazo fijo de Afganistán hecho por Obama. Como ministra de cuota que es, parecería que le basta haber pasado revista embarazada a nuestras tropas para ya equipararse al elogiable grupo de mujeres que pertenecen a nuestras Fuerzas Armadas, algunas de las cuales ya han dado su vida por España o han destacado por ser números uno de su promoción.

En lo que ha destacado la incompetente ministra de Defensa, en cambio, es en el tiempo y la capacidad que ha dedicado a soliviantar a los militares con normativas tales como limitar su presencia en actos religiosos o poner coto a las camisas descubiertas y las características patillas y barbas que siempre han podido lucir los legionarios. Ahora, también en pos de "la estética", pretende suprimir el gorro con borla, el tradicional chapiri legionario, y cambiarlo por una boina granate.

A lo mejor a la ministra le parece más "estética" la camiseta que lucían sus compañeros del PSC en solidaridad con Pepe Rubianes, con el que ella misma también se solidarizó después de que este proclamase su "puta España". O ese esmoquin, con camiseta y pseudo corbata estampada, con la que la ministra se saltó el protocolo de la Casa Real durante una celebración de la Pascua Militar. El caso es que la estética importa, y esos rasgos distintivos que la ministra pretende erradicar de la Legión son señas de identidad que contribuyen a formar el llamado espíritu de cuerpo. Ese orgullo de pertenencia suple las bajísimas retribuciones económicas que perciben nuestros soldados, por lo que hace aun más ofensivas y mezquinas las pretensiones de la ministra.

Y es que, carente tanto de formación como de espíritu castrense, Chacón parece no tener ni siquiera la sensibilidad elemental para entender el orgullo que pueden sentir los soldados con ese protagonismo que adquieren durante algunas ceremonias religiosas, o la emoción de los legionarios que cantan y lloran mientras sostienen al Cristo de la Buena Muerte. Parece no comprender el valor que tienen, especialmente en el Ejército, la tradición y las señas de identidad, aunque estas se plasmen en cosas aparentemente sin importancia como un gorro, unas patillas, una forma de desfilar o una cabra.

Para Chacón, como también para muchos otros, todo esto constituye una antigualla irracional, vestigios de una España casposa, muy poco moderna y estética, que hay que erradicar. Y es que, como dijera Chesterton en su formidable ensayo sobre "los derechos del ritual", hay quienes "no son lo bastante sutiles para comprender lo simple, ni tienen la perspicacia o la inteligencia necesarias para comprender las cosas sencillas y populares". Eso, o meras ganas de incordiar.


Libertad Digital - Opinión

La ceguera occidental. Por Edurne Uriarte

No está en juego el respeto de EE.UU. a la libertad religiosa sino su capacidad para hacer prevalecer los principios liberales.

LA gravedad alcanzada por la ceguera occidental frente al fundamentalismo islámico era puesta de relieve ayer por un documentado artículo de Nat Hentoff, investigador del Instituto Cato, en www.realclearpolitics.com sobre el impulsor de la mezquita en la zona cero, el imán Rauf. Resulta que ni siquiera es cierto que Rauf sea un representante del Islam moderado. Y lo más increíble es que nadie entre los defensores de la mezquita, empezando por el propio Obama, se haya molestado en investigar datos que estaban al alcance de cualquiera. Sobre todo, esa entrevista en la CBS poco después del 11-S y transcrita por Hentoff en la que Rauf, a preguntas del periodista Ed Bradley sobre el atentado y sus sentimientos como musulmán, no se limitó a condenar el atentado sino que, todo lo contrario, lo enmarcó en las consecuencias de la política exterior americana y remachó diciendo que Estados Unidos y su responsabilidad en las muertes de muchos inocentes en el mundo habían sido cómplices de ese crimen. Si lo anterior no fuera suficiente, el imán Rauf es un firme partidario de la Sharia, como lo dejó bien claro el 9 de diciembre de 2007 en el periódico árabe Hadi el-Islam.

La misma ceguera tiene lugar en los debates europeos sobre las nuevas mezquitas, el velo o el burka. Con una doble negativa a reconocer que ni estamos ante un debate sobre libertad religiosa ni éste es el camino para fortalecer la alianza con el Islam moderado frente al fundamentalismo, como han argumentado los defensores de la mezquita en la zona cero. El Islam es una religión, obviamente, pero es, además, el elemento esencial de una ideología política que no sólo está en el corazón del terrorismo fundamentalista sino también en amplios movimientos políticos a lo largo del mundo, no violentos, pero sí antidemocráticos y antiliberales. No está en juego el respeto de Estados Unidos o de Europa a la libertad religiosa sino su capacidad para hacer prevalecer los principios liberales y democráticos frente a una ofensiva ideológica que los cuestiona.

La ceguera occidental se compone, además, de un segundo elemento, la idea de que la mejor manera de aislar a los musulmanes radicales es el acercamiento a los musulmanes moderados. Lo que sería un principio correcto siempre que localizáramos en primer lugar a esos musulmanes verdaderamente democráticos y estableciéramos las alianzas con ellos. Pero no son esos musulmanes los que están detrás de la mezquita de la zona zero o de la defensa del velo en Europa. Si lo fueran, ni siquiera tendríamos estos debates pues no habría entre nosotros defensores del velo, de la Sharia o de la mezquita en la zona cero.

Y los musulmanes verdaderamente moderados no tendrían miedo a hablar, como ahora les ocurre. Por un radicalismo que campa a sus anchas, protegido por la ceguera de quienes no quieren ver conflicto alguno, de quienes se empeñan, como escribió hace unos días Ayaan Hirsi Ali, en ver el mundo como les gustaría que fuera y no como en realidad es.

El fin de la guerra fría dio paso a la fantasía del fin de los conflictos, del fin de las ideologías, escribió André Glucksmann en Dostoievski en Manhattan. La política de una buena parte de las democracias frente al fundamentalismo islámico, empezando por la de nuestro Gobierno, se basa en esa fantasía. En su negación, en la ceguera total.


ABC - Opinión

Afganistán. La guerra no es virtual. Por Florentino Portero

Si el Gobierno de la "Alianza de las Civilizaciones" no entiende, o no quiere entender, lo que está en juego en Afganistán, lo mejor que puede hacer es retirar las tropas.

Cuando un país renuncia al sentido común cualquier disparate es posible. Los españoles nos sorprendemos de que en una guerra haya muertos, de la misma manera que nos indigna que los inversores internacionales degraden nuestra posición porque gastamos más de lo que ingresamos. De la mano de ese peculiar flautista de Hamelin que es nuestro presidente de Gobierno, hemos entrado con decisión en los terrenos de la realidad virtual, donde lo único que parece contar es nuestra santa voluntad. Y así, si nosotros decidimos que nuestra misión en Afganistán es ayudar a la reconstrucción, los miles de guerrilleros que por aquellas tierras pululan deben aceptarlo y punto.

Pues no, parece que las dulces melodías que salen de la flauta de nuestro presidente no tienen efectos más allá de nuestras fronteras. Las milicias talibán tienen claro que allí no pintamos nada y que, además, tenemos media bofetada y a la mínima echamos a correr. No andan muy desencaminados y a la vista está el excelente trabajo "diplomático" por el que nuestro Gobierno se ha puesto todo tipo de medallas al cumplir las condiciones que le impuso la franquicia de Al Qaeda en el Magreb Islámico, y al tiempo repartir parné a diestro y siniestro entre cuantos mediadores se pusieran a tiro ¡Eso sí que es oficio!


Con toda la razón del mundo nuestro presidente se quita de en medio ¿Cómo explicar qué hacemos en Afganistán si ni él lo sabe? Si hubiéramos querido ser útiles en la reconstrucción del país nos habríamos apresurado a garantizar la seguridad de los territorios que nos habían asignado, buscando y eliminando los núcleos de fuerza talibán. Pero ese no era el caso. Se trataba de demostrar a la Alianza que a pesar de la "espantá" de Irak éramos un socio fiable, un Estado con el que se debía contar. Cuando se expone la vida de españoles de uniforme hay que tener muy claro que se está defendiendo el interés nacional, nuestra seguridad. Si el Gobierno de la "Alianza de las Civilizaciones" no entiende, o no quiere entender, lo que está en juego en Afganistán, en qué medida depende de su resolución la estabilidad de Pakistán, el efecto que tendrá un resultado u otro en el conjunto del islam... lo mejor que puede hacer es retirar las tropas. Si de verdad comprende todo lo que está en juego debería renunciar a la humillante "Alianza de las Civilizaciones" y asumir plenamente el compromiso de derrotar al islamismo radical, en el caso de que ya no sea demasiado tarde.

Nuestros oficiales se sintieron sorprendidos por la reacción de la población afgana tras lo ocurrido. No tienen por qué. Muchos de sus alumnos se incorporarán en breve a las fuerzas talibán, por la sencilla razón de que nosotros estamos de paso mientras que los talibán tienen voluntad de victoria y están ganando la guerra. Si con el dinero que el contribuyente aporta se financia a Al Qaeda en Malí, ¿por qué no vamos a emplear otra respetable cantidad en formar los cuadros de la policía o del ejército taibán? Ésta es la España de Zapatero donde todo disparate tiene cabida.


Libertad Digital - Opinión

El mal menor. Por Fernando Fernández

Un presidente que confunde las obligaciones filiales con asuntos de estado suele ser un mafioso incompetente.

ES la excusa permanente, la justificación de toda decisión gubernamental. Viene normalmente acompañada de un alegato emocional, como el llanto farisaico por la reducción de sueldo de los funcionarios —«nosotros no queríamos, pero nos ha obligado la realidad»— o de un toque de superioridad moral como en el pago del rescate a los secuestradores o la retirada de las mujeres policías de Melilla, «nosotros no padecemos ardor guerrero sino ansias infinitas de paz». Es la vieja teoría del mal menor interpretada por un dictador benevolente que ni siquiera se aviene a dar explicaciones, véase la nueva negativa de Zapatero a debatir sobre la presencia española en Afganistán en misión de no se sabe muy bien qué pero da igual porque es desleal pedir explicaciones. Es una teoría tan efectiva como letal, porque paraliza a la oposición y embelesa a los mejores analistas. Tengo a Ignacio Camacho por un buen amigo y por el mejor columnista español. Por eso me atrevo a discrepar de su artículo del miércoles en el que calificaba el pago del rescate como un viscoso dilema ético y en el que retaba a los que tenemos contundentes certezas a situarse con honestidad en la posición de las víctimas. Querido Ignacio, el problema es que gobierno no es la víctima y no debe obrar como tal, sino con la ética de la responsabilidad. La idea de que los presidentes de gobierno han de ser bellísimas personas que actúan como el páter familiasdel Código Civil es una moda muy anglosajona y postmoderna, pero profundamente errónea y peligrosa.

Como aún es agosto y no estamos todavía para discusiones trascendentes, voy a poner algunos ejemplos menores de la vida económica para mostrar el conflicto entre lo que se espera de un padre y de un presidente de gobierno. El paro es la preocupación dominante a pesar del aparente repunte estadístico de la economía. Todos los estudios laborales demuestran que la gente se coloca aquí y en la Conchinchina por relaciones personales —la diferencia es que aquí lo llamamos peyorativamente enchufe y los puritanos networking. Todo padre de familia recomienda ansiosamente a sus hijos para un empleo y si pudiera los colocaría directamente en el ayuntamiento, la Comunidad, la Caja o el Ministerio. Pero es obligación del gobierno evitarlo y garantizar la igualdad de oportunidades. Lo que para un padre es una obligación moral, para un presidente es prevaricación o cohecho. Ayudar a un hijo empresario con un aval, una garantía de crédito o información útil es normal, casi obligado en un buen padre, hacerlo desde el ejecutivo con los recursos del Estado es delito.

Un presidente paternal que confunde las obligaciones filiales con asuntos de estado no suele ser un buen gobernante sino normalmente un mafioso —por lo de la gran familia— incompetente. El mundo está lleno de esos personajes. En un secuestro, claro que la familia tiene el derecho, casi la obligación moral, de hacer todo lo posible para recuperar a sus seres queridos. Incluido pagar un rescate e intentar cesiones políticas. Pero un presidente no puede, ni debe. No actúa por razones humanitarias sino por responsabilidad política. Llevados al extremo, y no es descartable que acabe pasando dada la creciente judicialización de la vida política, la familia de los próximos secuestrados en el Magreb podría acabar demandándole por cooperación necesaria. Y algún imitador de Garzón podría admitir la demanda a trámite. No es ciencia ficción, es simple especulación informada. O es que hemos olvidado la historia de la lucha antiterrorista en el País Vasco. La política no es un concurso de belleza, es un duro oficio para el que prepara mejor Maquiavelo que Walt Disney.


ABC - Opinión

Cooperantes. De los vivos y de los muertos. Por Emilio Campmany

¿Qué pueden decirle las familias de los cooperantes liberados a la de Miguel Ángel Blanco? ¿Que el responsable de la muerte de Miguel Ángel la tiene el tío del bigote por no rendirse ante las exigencias de los terroristas?

Nuestro Rey dijo en una ocasión que Zapatero sabía muy bien en qué dirección iba. Y ¿en qué dirección va, Majestad?

Activistas alauitas nos humillan en Melilla y el Gobierno y el Rey (sí, el Rey) se apresuran a pedir perdón al sátrapa magrebí. El Gobierno fuerza la liberación del peligroso terrorista que secuestró a dos españoles y le paga ocho millones de euros para que los libere. Luego, el terrorista nos humilla diciendo al resto de países occidentales que tomen ejemplo de España, que paga y se pliega a los deseos de los criminales. Mientras estos insensatos cooperantes, que viajaron libremente a un área extraordinariamente peligrosa, celebran su liberación gracias al dinero y a la humillación del resto de sus compatriotas, en Afganistán mueren dos guardias civiles que fueron allí cumpliendo órdenes del Gobierno. Unas órdenes dictadas con el fin de demostrar que allí no hay guerra y que lo que hay que hacer es reconstruir el país enseñando, entre otras cosas, a la policía afgana a modernizarse, que para eso fueron enviados los guardias civiles al país centroasiático. Para completar la cadena de desgracias, sólo falta que el Gobierno forme consejo de guerra a los soldados que abatieron al terrorista que acabó con la vida de los guardias civiles por no haber empleado el celo suficiente en intentar arrestarlo con vida, que ya se sabe que, para este Gobierno, la vida de los terroristas vale tanto como la de los soldados y policías encargados de perseguirles.


¿Qué pueden decirle las familias de los cooperantes liberados a la de Miguel Ángel Blanco en el improbable caso de que se encuentren? ¿Que aquellos eran otros tiempos y que el responsable de la muerte de Miguel Ángel la tiene el tío del bigote por no hacer lo que Zapatero hace tan bien, que es rendirse ante las exigencias de los terroristas? ¿Que aquel sacrificio fue estúpido porque al final hemos terminado por hacer lo que cualquier secuestrador exija? ¿Que valen más las vidas de dos cooperantes insensatos que la de un concejal del PP?

¿Y qué pueden decirle a las familias de los guardias civiles asesinados? ¿Que ellos tienen más derecho a vivir porque se dedican a hacer solidaridad mientras que el riesgo de muerte en los guardias es inherente a su profesión? ¿Que aunque los ocho millones de euros se hubieran gastado en reunir inteligencia en el área de las bases españolas en Afganistán, habría sido inútil y que lo más seguro es que el CNI jamás hubiera detectado la presencia de un talibán entre las personas con acceso franco a la base? ¿Que en el caso de haber sido ellos los muertos y el CNI haber evitado con el dinero de su rescate el atentado en Qala-i-Naw, la opinión pública española habría castigado el fracaso en el Magreb e ignorado el éxito en Afganistán? ¿Que valen más las vidas de dos ciudadanos solidarios que las de dos guardias civiles disciplinados?

¿Y qué les dirán esas mismas familias a las de quienes secuestren Omar Saharui y sus hombres en el futuro con el dinero que les proporcionó el rescate pagado para liberar a los españoles? ¿Les dirán que su gobierno tiene que hacer lo que el nuestro, pagar y humillarse, él y la nación a la que representan, ante los terroristas? Y, si fueran españoles, ¿qué dirán? ¿Que hay que volver a pagar? ¿Hasta cuándo y cuánto más?


Libertad Digital - Opinión

¿Qué hacemos en Afganistán?. Por M. Martín Ferrand

Nuestra política exterior es un género bufo y, salvo el amor al comunismo cubano, es difícil encontrar una constante.

AFGANISTÁN dejó de ser la ruta de la seda para convertirse en la de la amapola; pero, quienes hemos leído Kim de la India, le debemos a Rudyard Kipling un cierto entendimiento de la áspera realidad de un territorio en el que, desde Ciro el Grande, rey de los persas, hasta Barack Obama, presidente de los EE.UU., han fracasado todos los titanes de la Historia. Bastaría una reflexión en ese sentido para encontrar una respuesta a una pregunta elemental: ¿qué hacemos nosotros, los españoles, en un rincón del mundo tan distante de nuestros intereses, tan lejano de las prioridades de nuestra política exterior y, como ya demuestra una negra contabilidad, tan mortífero para nuestros soldados?

Son muchas las respuestas que nos debe José Luis Rodríguez Zapatero, el gobernante espasmódico que, por las mismas razones que nos sacó de Irak, en desprecio a los compromisos adquiridos por el Estado español, nos metió en Afganistán para aliviar sus complejos y disimular sus errores y gestos antinorteamericanos, impropios de quien pretende ser un líder planetario, pobrecito. En función de los últimos acontecimientos, la más urgente de todas esas respuestas es la que explique nuestra presencia afgana.

Nuestra política exterior es, de hecho, un género bufo y, salvo el amor al comunismo cubano, es difícil encontrar en ella, a lo largo de los años que llevamos de zapaterismo, ninguna constante. Hace solo unas horas, a propósito del rescate de los secuestrados por Al Qaeda del Magrel Islámico, el presidente Nicolas Sarkozy ha tenido que recordarnos que «pagar rescates y aceptar la liberación de presos a cambio de pobres inocentes no puede ser una estrategia». Para nosotros, por lo que llevamos visto, se trata de una costumbre fáctica que concuerda con la política débil y pastueña que, inspirada desde La Moncloa, ejecuta con entusiasmo el titular de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos.

Lloramos ahora el asesinato de tres españoles —los nacionalizados también lo son— mientras cumplían con su deber en Afganistán. Alguien, aunque solo sea por respeto a su memoria y a sus familiares, debiera darnos una explicación suficiente del sentido de la presencia española en aquel escenario bélico. La «misión humanitaria y asistencial» ya no se tiene de pie cuando nos aproximamos al centenar de muertos en un lugar que, en lo que a España respecta, no tiene sentido político, interés estratégico, valor logístico o razón crematística. Zapatero encontró en Afganistán una zarza con moras verdes para quitar la mancha de las maduras que recolectó en Irak y ahora tenemos manchas de dos colores.


ABC - Opinión

¿Oenegés?. Por Alfonso Ussía

No todas las llamadas ONG pueden meterse en el mismo saco. El saco de la gran mentira. Las hay admirables. No obstante, creo que en la inclusión de la «n» la mayoría de ellas mienten. Se ha demostrado ahora con la liberación de esta osada pareja de tontorrones. Me siento feliz por su libertad y la tranquilidad de sus familias, y escandalizado por la humillación de un Estado, el español, ante los terroristas. Ignoro qué porcentaje del dinero del rescate me habrá correspondido como contribuyente. Quizá el 0,0001 por ciento. Lo doy por bien empleado por sus vidas. Y lo doy por muy mal empleado por la mía. No me gusta pertenecer a una sociedad cuyos gobernantes colaboran con el delito. Y menos aún, para liberar a dos conciudadanos que se ríen de quienes han aportado el dinero para terminar felizmente con su tontería solidaria. El de las muletas se olvidó de que han sido los españoles, incluidos los catalanes, claro, los que hemos regalado a los terroristas de Al Qaida el dinero que ha puesto fin a su secuestro. Lo hemos puesto sin que nos hayan consultado, pero se trata de dinero público, y el dinero público a todos los ciudadanos nos pertenece.

A ver quién es el guapo del Gobierno que dificulta a los familiares de un secuestrado por la ETA el pago de su rescate. Y se trataría de dinero privado, que no público. De ahí la negativa del guapo del Gobierno a no admitir preguntas en su comparecencia ante la Prensa para anunciar con sobreactuada emoción que los dos cooperantes españoles –¿cooperantes de qué y para quién?– habían sido liberados. ¿Liberados por un comando de la heroica Guardia Civil? ¿Liberados por un batallón de valientes legionarios? ¿Liberados por una diplomacia fuerte e inflexible? Nada de eso. Liberados por los millones de euros que el Gobierno de España ha entregado a los terroristas. Se podía haber ahorrado el más guapo del Gobierno su comparecencia ante los medios de comunicación acompañado por las más estilista del mismo Gobierno. Con cualquier pregunta se les habría caído a los dos la cara de vergüenza. Horas más tarde, los cooperantes de no se sabe qué llegaron a Cataluña y se olvidaron del resto de España. De la nación que ha rescatado sus vidas del perverso capricho de los terroristas. Como ha escito el extraordinario nacionalista Salvador Sostres, unos niñatos. Estas «Oenegés» tendrían que denominarse «osigés». Organizaciones Si Gubernativas. Sin dinero público –y no me refiero a las organizaciones ejemplares y admirables–, estos bandarras en caravana no habrían llegado ni a Sitges, que es localidad muy preferida por mi ánimo, no por el orgullo «gay», sino por constituir la cuna de Antonio Mingote, ese catalán-aragonés-madrileño-andaluz inalcanzable, y por cuya vida el Gobierno jamás pagaría un rescate, entre otras razones porque nunca Antonio Mingote cometería la insensata estupidez de jugar a hacerse el bueno con los terroristas islámicos.

Me propongo fundar una ONG que sea bastante OSG. No ando bien de dinero. Y me comprometo a no hacer bobadas para que nadie tenga que pagar por mi rescate. La ONG bastante OSG se llamará «Caravana a Mónaco. Salvemos a los monegascos». Con el dinero que reciba del Gobierno para salvar a los monegascos podré vivir sin trabajar y sólo una vez al año, viajaré a Mónaco para ver si los he salvado. Y es que, aunque esté mal decirlo de uno mismo, yo también soy buenísimo y solidario.


La Razón - Opinión

ETA. Prenegociación o negociación. Por Gabriel Moris y Mª Jesús González

Resulta incomprensible que los terroristas sean interlocutores de pleno derecho ante los órganos del Estado y, sin embargo, las víctimas y nuestros colectivos sólo seamos objeto de división o de exhibición "según convenga a la jugada".

Las víctimas del terrorismo no adquirimos esta condición de forma voluntaria. Si en España hay algún colectivo de personas que pueda hacer gala de respetar nuestro ordenamiento jurídico y de no hacer manifestaciones de odio y revancha hacia los que nos impusieron nuestra condición de víctimas –o incluso mercadean con ella–, somos precisamente los que hemos padecido directa o indirectamente el zarpazo de los que cultivan, practican y justifican el asesinato, el secuestro, el atentado, la manipulación e incluso el engaño en el trato que recibimos de algunos estamentos sociales, políticos y judiciales.

Las víctimas sentimos que los sectores sociales antes aludidos nos someten con frecuencia al olvido, al mercadeo político y, lo que es más grave, al alejamiento de nuestro derecho a ser entes políticos, no en el sentido partidista del término, sino en el de tener derechos inalienables a participar en la actividad política (pues dichos derechos los hemos pagado a un alto precio). Resulta incomprensible, desde un análisis racional de los hechos, que los terroristas, sus organizaciones y sus terminales mediáticas, sean interlocutores de pleno derecho ante los órganos del Estado y, sin embargo, las víctimas y nuestros colectivos sólo seamos objeto de división o de exhibición "según convenga a la jugada"; pero nunca interlocutores con pleno derecho de representación en cualquier actividad relacionada con la legislación, la justicia o la política terrorista elaborada por el Ejecutivo.


Recientemente, a raíz de unas declaraciones del señor Mayor Oreja, se ha suscitado una controversia sobre la negociación del Gobierno con la banda terrorista ETA o sus representantes. Por parte del Gobierno no se ha producido ningún desmentido oficial, aunque sí ha habido una negativa casi unánime de sus portavoces y de los medios de comunicación que lo apoyan incondicionalmente.

Creo que si en España se puede hablar de lucha contra el terrorismo y de eficacia en la lucha, cualquier persona sin intereses partidistas y cualquier víctima de la banda terrorista ETA han de pensar en el Ministerio del Interior dirigido por el señor Mayor Oreja. Si, en cambio, hablamos de un Gobierno que en plena negociación con la banda terrorista negaba la evidencia, creo que cualquier mente, con memoria reciente, puede identificarlo con el Ministerio del Interior del señor Zapatero. Negar, sin pruebas, estas dos afirmaciones sería como negar un axioma.

Podríamos hacer un listado de hechos a favor de la existencia de negociaciones entre el Gobierno o sus portavoces con los de la banda terrorista ETA:
  • El mandato de negociación parlamentaria sigue en vigor.
  • El proceso judicial del chivatazo relativo al bar Faisán sigue entorpecido desde el Ministerio del Interior y sus terminales mediáticas.
  • Los terroristas excarcelados o acercados (De Juana, Otegui, Díez Usabiaga, etc.), perseguidos y no capturados (Josu Ternera), los presos de la cárcel de Nanclares de Oca con beneficios penitenciarios... son concesiones incomprensibles si no hay una negociación en marcha o una voluntad de iniciarla.
  • Recientes informaciones aseguran la existencia de contactos con un mediador como Brian Currin, que no creemos que esté actuando por iniciativa propia.
  • La noticia del arrepentimiento y la petición de perdón a las víctimas de algunos terroristas de la antes citada cárcel, y anunciada por el Ministro del Interior, ha sido desmentida por las propias víctimas. De cualquier forma, resulta incomprensible que el ministro del ramo se convierta en portavoz de los terroristas.
Con seguridad podríamos completar el listado de razones que nos hacen pensar –fundadamente– en la vigencia de una negociación Estado-entorno etarra, pero la polémica no serviría para fortalecer la unidad de los que deseamos el fin del terrorismo de ETA.

Refiriéndose a los GAL, un ex presidente de Gobierno sentenció: "No hay pruebas ni las habrá". Todos recordamos cómo se resolvió judicialmente el caso GAL. Recientemente, un ex presidente de la AVT, refiriéndose a las declaraciones de Mayor Oreja, afirmó: "Si están seguros de que hay conversaciones, que presenten pruebas".

La anécdota que acabamos de referir nos lleva a hacer una doble lectura. Por una parte, la coincidencia del juicio del máximo representante de las víctimas con el Ministerio del Interior. Por otra parte, nos trae al recuerdo la información dada por el señor Rubalcaba cuando al descubrir un zulo de ETA afirmó que se trataba de un pre-zulo.

Hace unos días el mismo ministro –aquel que en la jornada de reflexión del 2004 salió en los medios para decir: "no nos merecemos un gobierno que nos mienta"–, afirmó que en la cárcel de Nanclares de Oca no había ningún preso de ETA, ya que según él los terroristas encarcelados, al arrepentirse, ya no son terroristas y su pasado queda borrado como si nada hubiera ocurrido

La pregunta que nos viene a la mente es la siguiente: si con los indicios de negociación existentes se niega que haya negociación, al menos rogamos que se admita que se está realizando una prenegociación.

En cualquier caso, el trato hacia los terroristas parece exquisito frente al ninguneo que los poderes públicos mantienen para con las víctimas. "Obras son amores y no buenas razones".

Gabriel Moris y María Jesús Gonzalez son víctimas del terrorismo.


Libertad Digital - Opinión

Perder en Afganistán. Por Ignacio Camacho

En los conflictos de la democracia contra la barbarie ésta tiene la ventaja de que nunca titubea.

EN Afganistán no sólo estamos en una guerra, sino que además resulta bastante probable que la vayamos perdiendo. Una guerra se empieza a perder cuando a uno de los bandos le entra la duda sobre su presencia o su papel en ella, y se pierde casi del todo cuando se le intenta poner fecha al final por adelantado, como ha hecho Obama —el comandante en jefe de la misión internacional— presionado por las reticencias de la opinión pública y las ciberfiltraciones del horror bélico. Si le dices al enemigo cuándo te vas a retirar, le estás poniendo a su resistencia un horizonte de esperanza. Y en los conflictos de la democracia contra la barbarie ésta tiene la ventaja de que nunca titubea.

Perder en Afganistán no significa abandonar a los afganos bajo un régimen de opresión medieval que a lo peor hasta desean. Significa sacar bandera blanca en el combate contra el terrorismo islámico y entregarle una gigantesca base de entrenamiento y operaciones en un territorio estratégico, a un paso de una potencia nuclear —Pakistán— muy permeable y a otro del polvorín de los «tanes» exsoviéticos. Perder en Afganistán supone aceptar que la libertad es una causa restringida a Occidente, volver a derribar las Torres Gemelas y a reventar el Metro de Londres y los trenes de Atocha. Perder en Afganistán es un revés militar, un fracaso político y una derrota moral del mundo libre ante el salvajismo teocrático. Perder en Afganistán es una tragedia, pero una tragedia factible y hasta probable.


Para evitarlo se necesita algo más que pericia militar y superioridad tecnológica. Es menester una determinación que sólo puede surgir de la convicción ideológica, de la conciencia de que esa guerra no es un ataque preventivo ni un ejercicio de intervencionismo caprichoso sino un acto de defensa de la sociedad abierta. Y se requiere un liderazgo colectivo incólume capaz de articular la fortaleza colectiva imprescindible para resistir el desafío. Ni Atenas ni Europa habrían resistido a la barbarie sin el coraje de un Pericles o un Churchill. Pero, eso sí, ellos supieron explicar a su gente por qué tenían que seguir luchando.

En Afganistán se pierde cada vez que se duda. Cada vez que el Gobierno de un país participante flaquea ante el luto por las bajas, autolimita su capacidad de maniobra, minimiza la crudeza del conflicto, despista a sus ciudadanos con evasivas o no encuentra razones para argumentar el sacrificio. Cada vez que se replantea el debate político desde el cálculo electoral, desde la pusilanimidad contemporizadora o desde el egoísmo tacticista. Cada vez que vacila el pulso de la coalición ante los golpes sufridos y la sangre derramada. Los talibanes no flaquean, no se contradicen, no debaten. Desprecian y reprimen la libertad en sus dominios pero se aprovechan de la del adversario para debilitar su fuerza. Y aunque sean analfabetos saben que en la Historia las guerras las ganan siempre los que saben por qué hacerlas.


ABC - Opinión

Otro rumbo para Afganistán

El ataque terrorista en la antigua base española de Qala-i-Now que costó la vida al capitán José María Galera Córdoba, al alférez Abraham Leoncio Bravo y al traductor español de origen iraní Ataollah Taefik ha reavivado un debate latente sobre la prolongación de la misión en Afganistán. Algunos grupos parlamentarios han presentado ya iniciativas para debatir en el Congreso las condiciones de seguridad de las tropas, el deterioro de la situación y la auténtica relación con la población civil. Duran Lleida ha reclamado directamente un debate para «valorar» el conflicto y la contribución de nuestro país a la guerra. Es, por tanto, una discusión política abierta que, sin embargo, habría que cerrar cuanto antes. Lo que estaba justificado hace unos años lo está aún hoy, porque la comunidad internacional se encuentra muy lejos de haber alcanzado los objetivos que requirieron la presencia de las tropas aliadas. Introducir elementos de vacilación en las sociedades occidentales desde los propios gobiernos ha contribuido en buena medida a la desestabilización actual y a que el conflicto haya entrado en una fase dura. Al igual que sucede en Irak, el precipitado anuncio de Barack Obama sobre la retirada de las tropas en 2011 ha alentado la esperanza y la resistencia de los talibán, que han interpretado correctamente que existen serias opciones de que puedan ocupar por la fuerza el vacío que los militares aliados dejarán ante una administración local corrupta e incompetente. Las diferencias entre Obama y sus mandos militares han abierto otra brecha contraproducente.

Es cierto que la comunidad internacional ha cometido demasiados errores en Afganistán. El principal es no haber preparado la posguerra, no haber apostado decididamente por la prosperidad y la construcción de un nuevo país. La miseria de los talibán no fue sustituida por la abundancia de los extranjeros, y esto generalizó la hostilidad. Ha faltado planificación y estrategia, porque los países occidentales se quedaron a medio camino, que siempre es la peor opción. Y ahora el conflicto se ha enquistado, con una guerra que no podemos ganar con el despliegue de fuerzas actual ni tampoco podemos perder. Los militares de la Alianza Atlántica han perdido años en el intento de que los políticos asumieran esa verdad y apostaran por una táctica diferente. Pero los indicios apuntan a que el desgaste político de los gobiernos y el hartazgo de las opiniones públicas nos abocan a una encrucijada incierta.

Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy conocieron ayer de primera mano la situación de las tropas españolas y el desarrollo del conflicto. Y sería muy positivo que ambos coincidieran en que España debe estar junto a sus aliados en el cumplimiento de sus compromisos, y en que el trabajo de nuestros militares merece un respaldo colectivo. En Afganistán queda trabajo por hacer. Se libra una guerra contra un terrorismo global capaz de atentar en cualquier país. Se pierden héroes en el combate para salvar miles de vidas. La misión necesita un nuevo rumbo, que apueste decididamente por recuperar el control, estabilizar el país y llevar la prosperidad a las calles. Si los gobiernos no están dispuestos a ello, los sacrificios serán baldíos.


La Razón - Editorial

Nebulosa económica

Las tesis enfrentadas entre Elena Salgado y José Blanco sobre cuál será la política fiscal del Gobierno no han hecho sino aumentar la incertidumbre entre la ciudadanía.

LEJOS de aclarar uno de los «culebrones» del verano más preocupantes para los ciudadanos, como es saber de una vez por todas si habrá o no una subida generalizada del IRPF, la reunión de la Comisión Delegada de Asuntos Económicos, que excepcionalmente presidió José Luis Rodríguez Zapatero en Moncloa, no fue más que un nuevo ejercicio de propaganda gubernamental. De poco sirve un buen dato como el de la subida del PIB en dos décimas entre abril y junio, el mejor trimestre en tasa interanual en un año y medio, si el Gobierno mantiene deliberadamente en una nebulosa todos los detalles de su estrategia para luchar contra el déficit. Las tesis enfrentadas entre Elena Salgado y José Blanco sobre cuál será la política fiscal del Gobierno no han hecho sino aumentar la incertidumbre entre la ciudadanía. Con la reforma laboral, el Ejecutivo continúa empecinado en despreciar el amplio consenso que le brindan el PP y, en menor medida, CiU y el PNV. La votación en el Senado refleja hasta qué punto el PSOE ha puesto velocidad de crucero, sin posibilidad de marcha atrás, a una reforma que no contenta absolutamente a nadie. El Gobierno niega estar practicando una sistemática política de bandazos. Sin embargo, otra buena noticia como fue el anuncio de José Blanco de elevar hasta los 700 millones, en lugar de 500, la inversión extraordinaria en infraestructuras, demuestra un baile constante de cifras en un Gobierno incapaz de sacudirse el sambenito de la improvisación, e incapaz de mantener la vigencia de sus propios anuncios más allá de unos pocos días. El Gobierno ha convertido la rectificación pública de sí mismo en una penosa costumbre. Igual ocurre con la reforma del sistema público de pensiones, aún hoy basada en insinuaciones imprecisas en lugar de propuestas formales y un calendario definido. El Ejecutivo tampoco recuperará este septiembre su suspenso en economía.

ABC - Editorial

Una amenaza para las democracias

El mal ya está hecho. Gracias a Zapatero, desde hace unos días los terroristas cuentan con unos argumentos más para seguir aterrorizando a Occidente y Occidente cuenta con unos argumentos menos para defenderse.

No cabe duda de que la política exterior de este Gobierno es una auténtica catástrofe para todos los españoles. En los últimos seis años la imagen internacional de nuestro país se ha degradado hasta límites inimaginables, situándonos en muchos casos en la órbita de tiranías bananeras del estilo venezolano o cubano.

No podía ser de otra forma cuando la primera decisión que adoptó Rodríguez Zapatero al llegar a La Moncloa fue retirar las tropas de Irak y animar al resto de naciones a que hicieran lo mismo. Allí se comprobó que España no podía ser un aliado de fiar, pues la agenda exterior y el cumplimiento de los compromisos adquiridos dependían de que Aznar ocupara la presidencia del Gobierno. Es decir, si la sociedad española era tan maleable como para sustituir a Aznar por Zapatero y dar un giro de 180 grados en la política exterior, entonces ninguna nación medianamente sensata podía arriesgarse a alcanzar con nosotros acuerdos a largo plazo que podían ser violados en cualquier momento.


Y así ha sido desde entonces: conscientes del peligro que corrían si entablaban relaciones demasiado serias con nuestro Gobierno, nos hemos quedado arrinconados y sólo hemos podido relacionarnos con países en muchos casos contrarios a los derechos humanos más básicos. A las únicas cumbres internacionales que se nos ha invitado, como las del G-20, hemos acudido más en calidad de amenaza para el resto de naciones que de interlocutor en pie de igualdad.

En principio, pues, parecería que si Occidente nos marginaba como gente poco de fiar, no deberían tener demasiado que temer por nuestro errático rumbo. Pero, según se ha visto, ni siquiera aislándonos logran otras naciones evitar que la política exterior de Zapatero les salpique. El caso del rescate de los cooperantes no puede ser más claro: mientras Sarkozy se esfuerzaba por hacer lo correcto –perseguir y dar caza a los terroristas–, Zapatero se empecinaba en lo incorrecto –ceder al chantaje de los terroristas entregándoles todo aquello que piden sin ni siquiera tratar de combatirlos. Y, obviamente, la irresponsable y cortoplacista estrategia de nuestro presidente ha afectado de lleno al éxito de los loables empeños del francés.

No sólo porque entregar dinero a los terroristas equivale a financiar sus actividades de extorsión, de modo que más recursos presentes previsiblemente implicarán más secuestros y atentados futuros. Se trata también de que si todos los gobiernos occidentales no mantienen un discurso único frente al terrorismo –que sólo puede ser, claro está, el de que los únicos responsables de los crímenes que cometen los terroristas son los propios terroristas–, la opinión pública interna de nuestras democracias comenzará a fragmentarse y a exigir soluciones efectistas a corto plazo y suicidas a largo: si el buenismo zapateril se generaliza, si todos los gobiernos pasan a solucionar los secuestros comprando a los terroristas, entonces el número y la gravedad de sus crímenes sólo hará que crecer exponencialmente.

No es de recibo que al tiempo que Sarkozy fracasa tras haber tomado una difícil pero correcta decisión como es la de rescatar al rehén francés, Zapatero se pliegue a las exigencias de los terroristas para adoctrinar a la opinión pública extranjera (en paralelo con la propia Al Qaeda) de que el camino a seguir si no quieren más muertos es el de la cesión permanente.

A Sarkozy no le queda otra que arremeter duramente contra la demagogia y la irresponsabilidad de nuestro Ejecutivo. Pero el mal ya está hecho: gracias a Zapatero, desde hace unos días los terroristas cuentan con unos argumentos más para seguir aterrorizando a Occidente y Occidente cuenta con unos argumentos menos para defenderse.

Todo lo cual, por supuesto, sólo terminará pasándonos una factura mucho mayor de la que esperamos. Como tantas veces durante los últimos años, la frase de Churchill ante Chamberlain resume perfectamente la situación actual: "Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra, elegisteis el deshonor, y además tendréis la guerra". El problema es que algunos parecen sentirse muy cómodos en el deshonor dejando la guerra para los políticos de mañana.


Libertad Digital - Opinión

La ética contra el aborto

Si no hay más remedio, existe el deber moral de retirarse del órgano de gobierno de los hospitales antes que contribuir a la aplicación de una norma cuya legalidad depende todavía del TC.

LA opinión pública ha recibido con lógica inquietud y perplejidad la noticia de que la Iglesia forma parte del patronato de dos hospitales catalanes que practican abortos. El Foro de la Familia califica de «incoherente» y «escandaloso» el hecho de que los representantes eclesiásticos no hayan mostrado una firmeza absoluta en defensa del derecho a la vida. Ante el silencio oficial de la jerarquía catalana, muchos millones de fieles necesitan explicaciones por una actitud que choca con la doctrina inequívoca de la Iglesia sobre la condición del «nasciturus» como ser vivo y la exigencia ética y jurídica de que se proteja su derecho a nacer. En casos tan evidentes no sirven los argumentos posibilistas como la teoría del mal menor, y tampoco es aceptable —por supuesto— que desde las instituciones sanitarias se ofrezcan explicaciones en el sentido de que «solo» se practican abortos legales, ya que lo contrario sería tanto como reconocer un delito. El hecho de que la Iglesia no tenga mayoría en los patronatos correspondientes no debe ser obstáculo para exponer en términos absolutos su oposición a tales prácticas. Si no hay más remedio, existe el deber moral de retirarse del órgano de gobierno de los hospitales antes que contribuir —aunque sea de forma indirecta— a la aplicación de una norma cuya legalidad depende todavía de la decisión del Tribunal Constitucional.

Parte de la Iglesia catalana parece anclada en un tiempo de excesiva comprensión hacia el nacionalismo identitario que, aunque sea una contradicción, se confunde a veces con un supuesto «progresismo». Lo mismo que se han producido cambios sustanciales en la jerarquía vasca, el conjunto de la Iglesia española debería reflexionar sobre la necesidad de renovar también en Cataluña algunos planteamientos contrarios al ecumenismo que es propio de una institución de alcance universal. La Conferencia Episcopal Española mantiene sin excepción posturas congruentes con la doctrina católica. No es admisible que una supuesta singularidad regional altere el mensaje universal en defensa de los más desfavorecidos, precisamente aquellos que se ven privados de la propia vida en nombre de una ideología trasnochada y radical. La Iglesia catalana no debe contribuir de ninguna manera a este atentado contra las reglas más elementales de la moral cristiana. Si no lo hace, no debe sorprenderse de la evidente disminución del número de fieles y de vocaciones religiosas, puesto que los mensajes incongruentes impiden identificar a una institución que ha sabido siempre estar por encima de las coyunturas.

ABC - Editorial