viernes, 27 de agosto de 2010

¿Morir por Afganistán?. Por José María Carrascal

Seguimos sin debate sobre nuestra participación en Afganistán, sin saber si los costes compensan los beneficios.

LA única diferencia entre Irak y Afganistán son los actores, Bush y Aznar por un lado, Obama y Zapatero por el otro. En el resto, estamos ante el mismo conflicto: el Oeste batiéndose con el radicalismo islámico, con el propósito de establecer la democracia en ambos países, desde hace ya más tiempo que se batió con la Alemania nazi. Y con peores perspectivas. Podría alegarse que la intervención en Afganistán se hizo bajo el paraguas de la ONU, y la de Irak, no. Pero a estas alturas ambas tienen igual cobertura, aunque de poco les sirve.

Para el Gobierno español, sin embargo, se trata de situaciones totalmente distintas. Estamos ante otro de esos espejismos con los que nuestro presidente intenta sustituir la realidad por la ficción, como fue traer la paz al País Vasco negociando con ETA, articular territorialmente España con nuevos estatutos de autonomía o resolver la crisis económica negando su existencia. En Afganistán, se trata de llamar a aquella guerra «misión humanitaria». Las víctimas vienen a ser algo así como accidentados de tráfico, las condecoraciones, cruces de beneficencia. La guinda la puso el anterior ministro de Defensa: «Nuestro soldados sólo dispararán si son agredidos». Mientras la ministra actual, calla.


El caso es demostrar que no estamos en una guerra y ahí tienen al ministro de Interior anunciándonos, de riguroso luto, las dos últimas bajas, como horas antes daba por cerrada la crisis con Marruecos por Melilla. Si lo cree, es un ingenuo. Si no lo cree, un cínico.

Seguimos sin debate sobre nuestra participación en Afganistán, que es lo menos que puede pedirse en una democracia, sin saber por tanto si los costes compensan los beneficios. Todo por el maniqueísmo de un gobierno que hace la misma guerra que el anterior, y al que criticó hasta la saciedad por ello.

Lo de Afganistán, como el resto de las crisis en que anda metido, no hará más que empeorar. Es aquél un conflicto demasiado complejo para abarcarlo en una «postal», por lo que lo dejo para una próxima «Tercera». Pero adelanto tres cosas: que aquello es una guerra. Que se está perdiendo. Y que el Gobierno español seguirá mintiendo hasta el final, por más que los hechos le contradigan, como está haciendo con la crisis económica. Y es que ya no sabe hacer otra cosa. El mundo ficticio donde se ha instalado se lo impide e incluso tiene que mentir en aquello que debiera enorgullecerle, como es defender la democracia en la otra esquina del mundo. A tal extremo le ha llevado la ignorancia, el sectarismo y la obstinación.

Mientras a los españoles sólo parece preocuparnos la Liga que empieza. Claro que puede ser más real que nuestra política. Y menos peligrosa.


ABC - Opinión

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