viernes, 20 de agosto de 2010

La marcha de las verduras. Por José María Carrascal

Pese a todas sus idas, venidas, Zapatero es un cadáver político. Todo le ha salido mal y todo apunta que irá a peor.

HACE 35 años, Hassán II ordenó una «marcha verde» hacia el Sahara llamado español, que desde entonces forma parte de Marruecos. Hoy, hacia Melilla y posiblemente Ceuta, se ha ordenado una «marcha de las verduras y otros alimentos», aunque a la inversa: impidiendo el abastecimiento de las dos ciudades españolas en el Norte de África.

Si los marroquíes son los primeros en saber que rendirlas por hambre es imposible, al ser fácilmente abastecidas por mar, ¿por qué lo hacen? Pues por reinar las mismas circunstancias que en el otoño de 1975 les empujó a lanzar la «marcha verde»: por saber de la extrema debilidad de España. Entonces, Franco agonizaba y aunque decía haberlo dejado todo atado y bien atado, nadie estaba seguro de cómo iba a ser el futuro. Sólo, que iba a ser diferente, muy diferente, como resultó. En cualquier caso, lo que urgía era concentrarse en la escena nacional, no en un territorio a muchos cientos de kilómetros, que sólo ocupábamos desde 1884. En cuanto a los soldados españoles que lo custodiaban, ¿qué iban a hacer ante aquella invasión pacífica? ¿Ponerse a disparar contra los hombres, mujeres y niños desarmados que llegaban? Así se perdió el Sahara, más para los saharauis que para España.


Lo de Melilla y Ceuta, ciudades españolas desde hace siglos, es distinto en cuanto a derechos, pero no en cuanto a estrategia. Los marroquíes las consideran suyas y harán cuanto esté en su mano para anexionárselas. Si la marcha les dio resultado en el Sahara, nada de extraño que la utilicen de nuevo, ahora en dirección contraria, no con personas, sino con mercancías. Aunque de momento haya quedado suspendida, preparémonos para este tipo de bloqueos, acusaciones, maniobras y alarmas. Su estrategia es ésa. Lo que no está claro es la nuestra, si es que existe alguna.

Pues el mayor paralelismo entre 1975 y 2010 es la extrema debilidad del Gobierno español, que se extiende a España. Pese a todas sus idas, venidas, planes, contraplanes, declaraciones, desmentidos, avances y retrocesos, Zapatero es un cadáver político. Todo le ha salido mal y todo apunta que irá a peor. Ni la remodelación territorial de España, ni la negociación con ETA, ni los remedios anticrisis le están dando resultado y por no controlar, empieza a no controlar su propio partido, como ha puesto en evidencia el enfrentamiento interno desencadenado en Madrid.

Nadie lo sabe mejor que Rabat, consciente de que en igualdad de condiciones, pierde frente a España, pero que en una de sus recurrentes crisis políticas, puede ganarle. Parece creer que se encuentra en una de ellas. Quiero decir que ésta no es una crisis con Marruecos. Es una crisis española.


ABC - Opinión

Espiritismo y propaganda. Por M. Martín Ferrand

Los problemas que asfixian la vida y el futuro nacionales son de mayor envergadura que los viajes de Aznar.

A juzgar por las primeras páginas que publicaron ayer los grandes diarios españoles, y también los más pequeños, el asunto fundamental del momento, el eje de nuestra vida política, se centra en el viaje de José María Aznar a Melilla. Si los periódicos no se equivocan en su valoración, esto es Jauja. Aznar, con toda la grandeza que quiera reconocérsele o negarle, es una pieza del pasado histórico. Es como si Francisco Silvela hubiera visitado a los melillenses, puro espiritismo. De ahí que, una vez más, el mascarón de proa del Gobierno y del PSOE, José Blanco, se haya extralimitado en su ambiciosa carrera de méritos vicepresidenciales al tildar de «desleal» el proceder del ex presidente del Gobierno.

Desgraciadamente, el cúmulo de problemas que asfixian la vida y el futuro nacionales son de mayor envergadura que los viajes de Aznar, quien, dicho sea de paso, es muy dueño de ir a donde le plazca. Centrar el debate en su figura, como ha pretendido con su astucia ratonera el titular de Fomento y suplente de Propaganda, es una forma de marear la perdiz, confundir a la muy confundida y respetable, aunque no respetada, ciudadanía y trasladar apariencias de responsabilidad lejos de donde pudieran perjudicar los intereses, crecientemente descarados, del zapaterismo.


Aznar, vestido con una versión estilizada y contemporánea del uniforme del Afrika Korps, se fue a Melilla e hizo allí lo que ya debieran haber hecho José Luis Rodríguez Zapatero, o por lo menos algunos de sus ministros, y Mariano Rajoy. El conflicto de Melilla, su asedio, ya dura un mes y, aunque atenuado por el Ramadán, ese es mucho tiempo. La presencia de notables españoles, de la política o de cualquier otra actividad, tiene el doble valor de reforzar la moral de nuestros compatriotas residentes en la hermosa ciudad mediterránea y la de proclamar, para ayudar a disipar las brumas de la duda, la españolidad de España, algo que no es un retruécano, sino una idea que merece recordación.

Elena Salgado, mayor en edad, dignidad y gobierno que Blanco, ya le dio un palmetazo al de Palas de Rei por sus extralimitaciones hacendísticas y fiscales. Ignoro, en la desordenada organización del trabajo gubernamental, quién debe castigarle ahora por hablar de deslealtad a un ciudadano que ejerce unos derechos de los que no ha sido desposeído; pero mejor sería, por el bien de todos, que, lejos de desviar la atención ciudadana con maniobras de distracción, se entregaran al trabajo serio de gobernar y hacer lo que deben. Por el momento se han dedicado a dejar a deber lo poco que han hecho en seis años y pico de Gobierno.


ABC - Opinión

Misión incumplida. Por Ignacio Camacho

La gestión de la posguerra de Irak ha sido tan desastrosa que sólo la puede empeorar una retirada a destiempo.

ES curiosa la política exterior de los Estados Unidos: cuando el mundo entero se opone a la invasión de un país (Vietnam, Irak, etcétera), lo invaden velis nolis, y cuando más perjuicio puede causar que lo abandonen, se marchan por el mismo procedimiento. El supuesto guardián del planeta maneja sus intereses internacionales a tenor de los bandazos de su opinión pública. Como todos, claro, pero las demás naciones carecen de su abrumador poderío militar y no se arrogan el papel de policía universal de la democracia. La derrota de Vietnam enseñó que sólo hay algo peor que una invasión imprudente, y es una retirada precipitada. En Irak al menos ganaron la guerra —sólo faltaría, con esos medios— pero la gestión de la posguerra ha sido tan desastrosa que únicamente la pueden empeorar marchándose antes de tiempo. Y parece que eso es justo lo que van a hacer.
Con una popularidad actual casi tan baja o más que la del peor Bush, Obama está ahora más atento al cumplimiento de sus promesas electorales que a las consecuencias externas de sus decisiones. Irak le importa lo preciso: él no empezó ese lío y además no logra éxitos en Afganistán, el conflicto que eligió para diferenciar la guerra justa de la injusta. Ha ordenado recoger los bártulos en Mesopotamia a sabiendas de que América no ha cumplido el objetivo de estabilizar la zona, y desoyendo las súplicas de los propios partidos iraquíes que temen un descalzaperros cuando se larguen los marines. La prioridad es ahora calmar el descontento popular en vísperas de un otoño electoral muy comprometido, en el que los demócratas pueden perder la mayoría parlamentaria y varios gobernadores. Con todo, no se van a ir por las bravas (como otros, y perdón por la manera de señalar): dejarán cincuenta mil efectivos para cubrir las mínimas responsabilidades que adquirieron cuando se metieron donde no les llamaban. Pero en Irak aún no se pueden celebrar elecciones normales, y si las que se pueden no sirven para nada: el país lleva siete meses sin Gobierno, todo un síntoma de estabilidad y normalidaddemocrática.

Obama no un pacifista, o al menos es un pacifista pragmático y responsable, como demostró en su discurso del Nobel: si tiene «un ansia infinita de paz» sabe que una potencia como la que dirige no está en condiciones de elegir siempre la bandera blanca. Le queda Afganistán para demostrar que el liderazgo de Estados Unidos no está en entredicho, y esa guerra no la puede perder, pero no la está ganando. Al asumirla como un conflicto necesario está obligado a rechazar la hipótesis del fracaso. Si Irak vuelve al caos (supuesto que alguna vez haya salido de él) le alcanzará una cierta responsabilidad, aunque no fuese él quien se metió en el embrollo. Dos misiones fracasadas contra el mismo enemigo, sin embargo, no se las puede permitir. Tampoco el mundo libre que, guste o no, él representa aunque sus propios intereses políticos le fuercen en ocasiones a olvidarlo.


ABC - Opinión

Aznar en Melilla. Por Alfonso Ussía

Corría el año 2003. Las tensiones con Marruecos provocaron la eventual retirada de embajadores. El entonces líder de la Oposición, Rodríguez Zapatero, dio la espalda a los intereses de España y voló a Rabat a entrevistarse con el caprichoso Sultán Mohamed VI. Hablaban y sonreían con un gran cartel de fondo en el que las islas Canarias formaban parte del territorio marroquí. Hasta la isla de San Borondón, que es alucinación, sueño y prodigio de entreluces, pertenecía a Marruecos. Aquello sí supuso una grave deslealtad con España. Establecer comparaciones entre el viaje rastrero de Zapatero y el paso por Melilla de Aznar sólo es factible mediante el cinismo.

Aznar ha estado en Melilla, y ha hecho muy bien. Melilla ha sido abandonada por nuestro Gobierno, el ministro de Asuntos Exteriores se ha comportado como un gamberro, Zapatero ha demostrado que le importa un bledo el presente y futuro de la ciudad española y la sensación de desamparo se ha extendido por todos los melillenses. Y Aznar ha viajado a Melilla. No a entrometerse en nada. Lo ha hecho como un español. Es innegable que Aznar no es un ciudadano del montón, y que su condición de ex presidente del Gobierno le concede unos matices diferentes. Para lo bueno y para lo malo. En el presente caso, el primer apartado. La indignación socialista es consecuencia de su humillación ante el Sultán, y cualquier excusa le sirve al Gobierno para disfrazar su inacción, su sometimiento y su política de cuclillas permanentes. Un español no tiene que pedir permiso a nadie para visitar una ciudad española. Y si esa ciudad española está siendo objeto de toda suerte de provocaciones, menos aún.


Aznar ha pisado y paseado las calles que ha rechazado Moratinos. Aznar ha saludado a los españoles a los que Moratinos ha negado el saludo y la cordialidad. Aznar ha recordado que Melilla es España mientras Moratinos no ha movido un dedo de los pies para salir de su escondite veraniego. El compromiso de Aznar ha sido con su presencia, que no con su voz, porque se ha limitado a pronunciar unas pocas palabras que no pueden considerarse aprovechadas o inoportunas. El problema de Melilla es el Gobierno de Zapatero, no Aznar. Y si el Gobierno de Zapatero no hace nada por remediarlo, habría de comprometerse a mantener su humillante silencio y no a reaccionar con celos histéricos por una actuación individual absolutamente normal. Dice Blanco que Aznar no visitó Melilla en sus ocho años de presidente del Gobierno. Y no le falta razón. Pero no ha acudido a rendir pleitesía al Sultán en contra de los intereses de España con unas islas Canarias marroquíes como telón de fondo.

La tragedia es que el Gobierno de España ha perdido su autoestima. No se tolera a sí mismo. Y esa grieta en la estimación propia la aprovechan los de siempre. No sirve, para esta ocasión, el pase de modelos de la vicepresidenta Fernández de la Vega. A Mohamed VI, los modelos de la vicepresidenta le importan la mitad de un dátil. Él no habla con mujeres, que por algo es más que un aliado de civilizaciones. Mucho y bueno tiene Marruecos. Es el tapón del islamismo sangriento. Y nuestras relaciones, siempre a caballo del amor y del odio, necesitan de una inteligencia diplomática que hoy nos resulta inalcanzable. Zapatero es un torpe y Moratinos un vago. Aznar ha estado en Melilla y su presencia hay que interpretarla con sosiego y normalidad. Un español por España nunca es una provocación. Y más vale tarde que nunca.


La Razón - Opinión

Crisis con Marruecos. Intereses nacionales. Por Emilio Campmany

Con Aznar se acabó el ser amigo de dictaduras, por buenas que fueran las propinas que pagasen. Se acabó el depender de las limosnas francesas y alemanas para tener voz propia en Europa y se pasó a votar sólo en función de nuestros intereses.

La visita de Aznar a Melilla ha sido un revulsivo. No han dejado de tener su gracia las reacciones del Gobierno y la oposición, de los medios de derechas y de izquierdas. Ahora bien, más allá de la hilaridad que todo ello ha producido, no estaría de más preguntarse por qué en España, a diferencia de la mayoría de las democracias occidentales, Gobierno y oposición no son capaces de acordar una política exterior y de seguridad común. Se supone que, en estos ámbitos, el acuerdo es fácil, porque los intereses nacionales y el modo de defenderlos son los que son y se pueden identificar con facilidad.

El PSOE vende hoy que el PP, en materia de política exterior y seguridad, no arrima el hombro. Y es desde luego lamentable que Gobierno y oposición no compartan el núcleo de ambas políticas. Pero hay que recordar que el culpable de todo ello es en esencia el PSOE.


Fueron los socialistas los que trataron de torpedear nuestra entrada en la OTAN, y con ella toda la política exterior de la UCD, aunque luego, una vez alcanzado el poder, renunciaron a convertirnos en un no alineado. Fueron ellos quienes se empeñaron en que España continuara la tradicional política exterior de Franco, algo antiamericana, pero no mucho, además de proárabe, antijudía y protectora de Fidel Castro. Fue González quien se sometió a los dictados de Francia a cambio de que nos dejaran entrar como primos pobres en la Unión Europea. Fue el PSOE quien reventó la política antiterrorista dejando crecer el GAL y que algunos de sus militantes saquearan los fondos reservados. Fue en Ferraz donde se decidió que Marruecos era nuestro amigo. Y hay que añadir que, en lo que a la amistad con Marruecos y demás teodictaduras musulmanas se refiere, ésta es la política exterior que le gustaba y que seguramente le sigue gustando al Rey.

La llegada de Aznar al poder significó una revolución. Era natural que fuera así, porque la joven democracia española, ya integrada en el concierto internacional, no tenía ni podía tener ya los mismos intereses que una vieja dictadura de inclinaciones autárquicas aliada de casi nadie y despreciada por todos. Con Aznar se acabó el ser amigo de dictaduras, por buenas que fueran las propinas que pagasen. Se acabó el depender de las limosnas francesas y alemanas para tener voz propia en Europa y se pasó a votar sólo en función de nuestros intereses. Se acabó combatir el terrorismo al margen de la ley. Y desde luego se acabó tener por amigo a un Marruecos que sólo nos quiere para despojarnos de lo nuestro.

Puede que Aznar tenga algo de responsabilidad en no lograr la adhesión del PSOE a estas políticas creadas a la vista de cuáles son nuestros intereses nacionales. Pero parece más probable que sean los socialistas los que no tienen la más mínima intención de defender esos intereses. Zapatero, desde la oposición, torpedeó nuestra amistad con Estados Unidos, entorpeció la política de firmeza con Marruecos e incluso debilitó la lucha antiterrorista iniciando negociaciones con la ETA. Todavía no ha explicado por qué lo hizo. Luego, vino el 11-M y los socialistas volvieron al poder y revirtieron todo lo que Aznar había conseguido.

Y ahora pretenden que el PP apoye las viejas políticas que, si defienden algún interés, ya no es el nacional. Y encima Rajoy a veces parece dispuesto a hacerles caso. Menos mal que está Aznar interpretando el papel de Pepito Grillo.


Libertad Digital - Opinión

ETA en Barcelona

La actitud de lavarse las manos ofende a las víctimas porque el Ayuntamiento debería tomar la iniciativa de prohibir el homenaje.

EL Ministerio Público ha expresado al juez de la Audiencia Nacional Pablo Ruz su criterio favorable a la suspensión del acto de homenaje de una colaboradora de ETA convocado para mañana en Barcelona. Tiene toda la razón el fiscal cuando estima que dicho acto reúne todos los requisitos para que se produzca un delito de enaltecimiento del terrorismo, y es de esperar que el órgano jurisdiccional sea sensible a los argumentos que avalan la suspensión. A mayor abundamiento, los radicales anuncian su intención de utilizar las fiestas del barrio de Gracia para celebrar una marcha de antorchas exigiendo la liberación de dos supuestas «presas políticas» catalanas. Resulta particularmente sangriento el currículum delictivo de una de las integrantes del «comando Barcelona», con varios asesinatos y acciones con coche bomba en su historial, a pesar de lo cual la propaganda distribuida por los convocantes presenta una imagen juvenil e inofensiva de la etarra.

El alcalde de Barcelona se equivoca gravemente con su actitud pasiva y supuestamente «neutral», que deja toda la responsabilidad en manos de la Audiencia Nacional. Jordi Hereu está al frente de una ciudad que ha sufrido reiteradamente los zarpazos del terrorismo. Esta actitud de lavarse las manos ofende a las víctimas y a una gran mayoría social porque el Ayuntamiento debería tomar la iniciativa de prohibir el homenaje, cumpliendo así un deber elemental desde el punto de vista moral y político. Hay múltiples razones jurídicas en virtud de las cuales el juez Ruz debe impedir con su decisión ya inminente la celebración de estos actos intolerables en un Estado democrático de Derecho.

ABC - Editorial

Obama se retira de Irak

Las últimas tropas de combate de Estados Unidos abandonaron Irak el miércoles, dos semanas antes de lo previsto. Se cumple así el compromiso adquirido por Barack Obama de poner fin a las misiones en el país y completar la retirada de miles de militares estadounidenses. Como reconoció la Casa Blanca, estamos ante un momento histórico, en el que se ha dado por finalizada una guerra sangrienta de manera oficial. Atrás quedan siete años de conflicto, que arrancó en 2003 con la denominada «operación Libertad Iraquí», que acabó con el derrocamiento del dictador Sadam Hussein y que salpicó intensamente la política española.

En la hora del balance, la Administración Bush ganó una guerra arrolladoramente, pero se desfondó en una postguerra brutal en la que faltó planificación y sobró improvisación. Se acabó con un régimen criminal, responsable de un auténtico genocidio, para dar paso a un escenario fuera de control que ha costado miles de víctimas hasta contener a un terrorismo islamista que intentó ocupar el vacío institucional y político derivado del desmantelamiento de la burocracia y las élites iraquíes y de la desaparición de las Fuerzas Armadas, sin duda grandes errores de la gestión norteamericana.


Las preguntas hoy sobre la guerra de Irak son si aquel país está mejor o peor que en 2003, si la intervención estuvo justificada o no, o si el mundo es un lugar más seguro. Y las respuestas no son del todo concluyentes como para sostener con fundamento una retirada. Sin duda, para Irak y el resto de países implicados, la intervención ha conllevado enormes sacrificios, pero ha significado el final de un régimen de terror. Debemos pensar en cuáles habrían sido las consecuencias de no haber hecho nada, de haber apostado por una política de brazos cruzados. Pero más allá de esas razones de fondo, lo cierto es que el horizonte aparece marcado por incertidumbres, complejidades y amenazas. Cabe dudar de si Obama no se ha replegado prematuramente forzado por una opinión pública crítica en Estados Unidos, especialmente con la guerra de Afganistán. El tiempo dirá si el presidente norteamericano no ha tomado un atajo para desgracia de los iraquíes en un escenario en el que el pasado martes un atentado suicida causó al menos 61 muertos entre los reclutas que esperaban para alistarse en el Ejército. Es lógico también que el repliegue de los norteamericanos genere decepción y hasta indignación entre los iraquíes, que pueden sentirse justamente abandonados cuando sus propias Fuerzas Armadas reconocen que no están ni estarán preparadas para proteger el país hasta 2020.

¿Criterios políticos o argumentos militares? Más parecen los primeros que los segundos. Los mismos que mantienen a la Administración norteamericana enfrentada con sus mandos castrenses sobre el futuro de la guerra de Afganistán y el calendario de salida del otro avispero bélico. Una retirada a destiempo, y de eso sabemos algo en España, supone a la larga una derrota que convierte en baldíos los sacrificios realizados y que agrava el conflicto en lugar de apagarlo. A la vista de la realidad iraquí, los objetivos de la misión internacional están muy lejos de haberse alcanzado con el éxito necesario.


La Razón - Editorial

El miedo de Batasuna

La izquierda radical 'abertzale' evita condenar la violencia callejera por temor a ETA.

Los incidentes violentos protagonizados por enmascarados con ocasión de las fiestas patronales en media docena de localidades vascas han alertado sobre un posible rebrote de la violencia callejera y suscitado un debate sobre su significado en este momento. Quemar en una noche 33 contenedores en lugares dispersos de Zarautz corresponde sin duda a un plan organizado y no a una manifestación de gamberrismo etílico, como insinuó inicialmente la Consejería de Interior vasca. Su repetición en otros municipios ha dejado sin sentido esa cautela oficial: sí, hay un rebrote de la kale borroka, como cada año por estas fechas.

Un rebrote que queda muy lejos, sin embargo, de la importancia que llegó a tener la violencia callejera en la estrategia de intimidación dirigida por ETA. En 1997 se produjeron 1.100 actuaciones de ese tipo; el año pasado fueron 130, un 40% menos que el año anterior y un 70% menos que en 2007. Ese retroceso, que se ha mantenido hasta este verano, es consecuencia del desmantelamiento policial de los grupos juveniles especializados en los ataques, pero también de su creciente falta de absurdo sentido. Durante años fueron un factor de acoso e intimidación, y el efecto buscado era que la población en general (y no solo los policías y políticos amenazados) se sintiera concernida y reclamase al Gobierno "soluciones, ya"; es decir, una negociación con ETA. Ahora lo que suscitan los ataques es una creciente irritación contra los encapuchados y la exigencia de que los detengan ya.

También suscitan un emplazamiento a Batasuna para que condene claramente ese vandalismo. Sin embargo, su respuesta, en forma de comunicado difundido anteayer, llama la atención por su oscuridad. Reitera con pies de plomo su apuesta por las "vías políticas y democráticas", pero solo tras decir que los actos violentos se enmarcan en la defensa de los derechos conculcados a los vascos, etcétera. Es significativo que se hayan sentido obligados a decir algo, frente al silencio tradicional, pero aún lo es más la resistencia a dar un paso tan elemental pero que pudiera ser interpretado como de desacato a ETA.

Porque lo que Batasuna no ha hecho es exigir a ETA lo mismo que hace dos días le planteaba Aralar, "el levantamiento inmediato de las amenazas" a los cargos públicos y otras personas bajo coacción; y el abandono de la violencia "de forma unilateral y sin contraprestaciones políticas". Esto último está lejos de ser aceptado por ETA, y también por Batasuna.


El País - Editorial

La crisis con Marruecos

Curiosamente, cuando estaba en la oposición, Zapatero consideraba una crisis tan enorme el que Marruecos no tuviera embajador en España que decidió viajar a rendirle pleitesía al sultán Mohammed VI.

Al margen de lo que opinen partidarios y detractores del ex presidente José María Aznar, de estupideces sobre deslealtades y abdominales como las que ha proferido el cuadrumano Zarrías, lo que no cabe duda es de que la visita a Melilla ha tenido un éxito abrumador. Quería llamar la atención sobre la crisis con Marruecos y lo ha conseguido, vaya si lo ha conseguido.

Si los socialistas han saltado como fieras sobre el presidente de FAES es porque su presencia en la ciudad africana y española garantizaba que el foco de la actualidad, hicieran lo que hicieran, recaería sobre nuestras relaciones con Marruecos. Y en pocas materias como en las relaciones exteriores su ineptitud reluce con tanta intensidad. Disfrutan de la ventaja de que, en general, la atención de la opinión pública a los asuntos internacionales es escasa y poco informada. Pero la bancarrota de nuestras relaciones exteriores es aún mayor que la de nuestra economía, y garantizaría un desastre electoral si los votantes les concedieran más importancia.


En la escasa artillería política y diplomática demostrada a lo largo de los años por Miguel Ángel Moratinos destaca por la frecuencia en su uso la costumbre de negar cualquier problema y restar importancia a una crisis. De creernos al titular de la cartera de Exteriores, España no ha tenido en los últimos seis años ningún problema con ningún otro país, y su labor por tanto sería completamente prescindible. Así que no resulta sorprendente que ahora defienda el "excelente estado de las relaciones con Marruecos" y asegure que no ha existido ni conflicto ni crisis bilateral.

Curiosamente, cuando estaba en la oposición, Zapatero consideraba una crisis tan enorme el que Marruecos no tuviera embajador en España que decidió viajar a rendirle pleitesía al sultán Mohammed VI, reuniéndose en una sala adornada con un mapa en el que el Sáhara, Ceuta, Melilla y las Canarias formaban parte de reino alauí. Pocos meses después de aquella deslealtad –pues lo es dar aliento al enemigo, y no a los tuyos–, Marruecos decidió invadir Perejil.

Ahora, en cambio, de creer a Moratinos, los meses que llevamos sin embajador español en Marruecos ni marroquí en España no serían ninguna crisis; tampoco sería un conflicto los incidentes en Melilla, una clara provocación de las que suele acometer la diplomacia alauí con cierta frecuencia. Las ambiciones del sultán están claras. Las formas de presionar también. Las nuestras, gracias en buena medida a la incapacidad de Zapatero y Moratinos, están bastante disminuidas.

Aznar intentó durante su etapa de gobierno dejar atrás la política exterior heredada de la dictadura y tener voz propia en el concierto internacional. El PSOE no sólo se resistió a un cambio natural, que correspondía a una sociedad más madura y próspera, sino que prefirió volver a la vieja y falsa amistad de España con el mundo musulmán, además de amigarse con todas las dictaduras que fue capaz de encontrar en el mapa. Una política que no sólo es inmoral, sino profundamente contraria a los intereses de España. Pero claro, ¿qué otra política podría defender un Gobierno que no cree en nuestro país y ha hecho todo lo posible por perjudicarlo?


Libertad Digital - Editorial

Obama se retira de Irak

A la Casa Blanca solo le interesa dar cuanto antes el carpetazo a los dos escenarios bélicos que tiene abiertos, ahora en Irak y, en cuestión de meses, en Afganistán.

EL presidente norteamericano, Barack Obama, ha preferido que los últimos soldados de combate saliesen de Irak de forma tan discreta que ha parecido casi clandestina. No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de que a la Casa Blanca solo le interesa dar cuanto antes el carpetazo a los dos escenarios bélicos que tiene abiertos, ahora en Irak y, en cuestión de meses, en Afganistán. Atrás quedan más de siete años y 4.415 soldados caídos, en una de las guerras más complejas y polémicas de la historia. En 2003, el entonces presidente, George Bush, invadió el país con el apoyo prácticamente unánime de la sociedad norteamericana y Obama fue elegido en gran medida a causa del agotamiento anímico y moral de los estadounidenses. Desde el punto de vista militar, Estados Unidos y los aliados aplastaron al ejército de Saddam, pero la victoria se jugó en los múltiples errores de los primeros meses de la ocupación, en los que toda la alegría con la que los iraquíes habían recibido a los marines se transformó en amargura, rencor y finalmente desprecio. La gran lección para una potencia militar tan poderosa como Estados Unidos está clara: no basta con aplastar al enemigo; hay que ser capaz de ayudarle eficazmente a levantarse de nuevo.

El debate sobre las armas de destrucción masiva jamás encontradas no puede enturbiar eternamente el auténtico perfil de un conflicto en el que se jugaba mucho más que la caída de un siniestro dictador con ambiciones de imponerse como una potencia regional destinada a desestabilizar a sus vecinos. Saddam Husein era un gobernante que mantenía sometida a la mayoría chií de la población, que gaseaba inmisericordemente a aldeas enteras de kurdos y que castigaba a todos sin distinción, a cuenta de sus estados de ánimo. Que el Irak que conocemos hoy no sea todavía un país estable y seguro no quiere decir que lo fuera en tiempos en que era gobernado por la mano de hierro de Sadam. La diferencia es que ahora el camino hacia la libertad y la prosperidad es posible, aunque todavía lejano. Al final, el balance de la guerra estará en manos de los propios iraquíes. Obama quiere lavarse las manos con la esperanza de que sea lo mejor para la seguridad de Occidente, pero él tampoco sabe si después de esta retirada de las tropas de combate la situación empeorará a causa de los ataques terroristas. Su opción es clara: unos Estados Unidos retraídos sobre sí mismos, con poca voluntad de ejercer ningún papel dominante en el mundo. Otras fuerzas con voluntad global se alegran de ello.

ABC - Editorial