jueves, 24 de junio de 2010

Desorientados en el G-20. Por Valentí Puig

LAS cosas del G-6 comenzaron como encuentro de los seis países más industrializados para hablar de modo informal sobre la economía mundial. Eso fue a principios de los años setenta. Con Canadá ya sería G-7. Al añadirse Rusia, se convirtió en G-8, y con los países emergentes hoy es el G-20, como club selecto de la globalización y de lo que se llama hoy gobernanza económica. Al iniciarse la cumbre de Toronto, la primera gran crisis de la globalización y del euro parece estar amainando, aunque no falta nunca un gurú que vaticine la recaída en el purgatorio. Los Estados Unidos, Europa y el bloque emergente expondrán criterios muy dispares, pero la tendencia general es recortar de modo severo el gasto público y, en algunos casos, subir los impuestos. Los endeudamientos son colosales. Japón —miembro fundador del G-6— va a congelar el gasto público por tres años: memorable estreno del primer ministro Naoto Kan. La desorientación lo condimenta casi todo. Al final, las videoconferencias acabarán siendo una rutina.

Se impone un rigor presupuestario que, al menos transitoriamente, afectará a los modelos sociales, como el Estado de bienestar en Europa. Según el «Financial Times», en Toronto se dará una contraposición entre las economías avanzadas que optan por reducir como sea el gasto público y los países emergentes decididos a aumentar la presión fiscal. Aunque se hable de un reencuentro milimetrado, también puede aflorar en Toronto el contraste entre la opción de austeridad alemana y los estímulos al crecimiento que prefiere Obama.

España consta en el G-20 con un «status» peculiar, pero vale más estar que quedarse en el limbo. Según el Gobierno, se está «de facto», como invitado permanente, pero no como miembro fijo. Si la presencia de España se debe a su condición de octava potencia económica mundial, el impacto de la recesión obliga a aseveraciones cautas y, seguramente, a explicarse debidamente sobre las reformas en curso. Zapatero estuvo en el G-20 de finales de 2008, como cuota de la representación europea, a instancias de Sarkozy, quien cedió uno de los dos asientos que le correspondían, como miembro fundador del G-8 y como presidente rotatorio de la UE. También estuvo en abril del año siguiente, aunque la vicepresidenta Salgado luego no fue invitada a la reunión de ministros de economía, en Washington. Aznar, cuando España tuvo la presidencia semestral de la UE, participó en el G-8.

Es tal la mecánica de lo que va del G-7 al G-20 que ya son más importantes los comunicados finales que el contenido real de unos debates internos que programan con mucha antelación los «sherpas», esos altos funcionarios que en representación de cada país y a modo de los guías del Himalaya intentan darle cauce a cada cumbre. Las que inicialmente iban a ser charlas entre los grandes, junto a la chimenea, hoy ya son parte del gran circo mediático. Aun así, el G-20 es un foro multilateral de mucha sustancia. Andan por ahí sueltas muchas fieras por domesticar, desde el tobogán de las finanzas salvajes a las erupciones del desorden mundial.


ABC - Opinión

Reforma laboral. Corbacho y el abaratamiento del despido. Por Emilio J. González

Lo más probable es que las cosas se queden como están ante la falta real de voluntad política por parte de unos y otros a la hora de cambiarlas. Aquí nadie se quiere 'mojar' por temor a perder votos.

Dice el ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, que la reforma laboral no abarata el despido, y tiene razón porque ni es intención del Gobierno el que así sea, ni creo que durante la tramitación urgente de la misma como proyecto de ley vaya a cambiar sustancialmente las cosas. Me explico.

Ya he comentado anteriormente que aunque el decreto ley que el Gobierno ha convalidado esta semana incluye la posibilidad de que las empresas puedan llevar a cabo despidos con una indemnización de 20 días por año trabajado y un máximo de una anualidad –frente a los actuales 45 días, con un máximo de cuatro años de sueldo–, lo cierto es que no concreta las "causas objetivas" que permitan acogerse a dicha posibilidad. Por tanto, todo queda a la libre interpretación de los jueces de lo social, quienes, como ya se sabe, están para dar sistemáticamente la razón al trabajador. La tramitación como ley por la vía de urgencia de la reforma laboral puede cambiar las cosas. Sin embargo, hoy por hoy no se dan las circunstancias políticas para ello.


El Gobierno podía, y debía, haber sido mucho más concreto en este punto. Sin embargo, Zapatero ha sacado la calculadora electoral y, después de hacer unos cuantos números, ha optado porque sea otro, y no el socialista, el partido que se queme yendo más allá de donde ha ido el Ejecutivo. A ZP le basta con que los mercados hayan recibido el mensaje de que el Gabinete está por la labor de poner toda la carne en el asador para superar tanto el riesgo de suspensión de pagos como la propia crisis económica y los mercados, de momento, se lo han creído, como muestra la reducción del diferencial de tipos entre el bono español y el alemán. Dudo mucho de que el presidente del Gobierno tenga la intención de ir más lejos de esa ambigüedad calculada con la que ha despachado una cuestión tan impopular como el abaratamiento del despido, al menos mientras los mercados, el Fondo Monetario Internacional o la Unión Europea no le obliguen a ello. Hacerlo significaría, de entrada, ir contra los propios principios de Zapatero, que éste defiende con tanto ahínco aunque sea a costa de la ruina de España. Hacerlo implicaría también el riesgo de provocar una guerra abierta entre el Ejecutivo y unos sindicatos, los nuestros, que rechazan abiertamente cualquier posibilidad de flexibilización del mercado de trabajo. Y ZP no quiere esa guerra por nada del mundo. Además, ¿quién apoyaría a los socialistas en semejante caso? Desde luego, la izquierda parlamentaria no. Zapatero tendría entonces que fiarlo todo a conseguir los apoyos necesarios entre la oposición no de izquierdas y la duda es si lo harían, se abstendrían o votarían no. En cualquier caso, esto es una cuestión secundaria porque lo más probable es que los socialistas no se atrevan a concretar las causas del despido de 20 días por el temor a seguir perdiendo popularidad y terreno en las encuestas.

¿Y la oposición? Pues sucede que lo malo de todo esto es que lo de la reforma laboral se está dirimiendo en unos momentos políticamente complicados. CiU se enfrenta este otoño a unas autonómicas catalanas tras las cuales espera volver a ocupar el palacio presidencial de la plaza de San Jaume. Y el PP, por ahora, sigue en la posición de que las consecuencias políticas de las medidas contra la crisis se las coma quien la creó y quien se negó a pactar nada con ellos al respecto. Además, sus líderes se han manifestado en las últimas semanas contrarios al abaratamiento del despido e, incluso, han autodenominado al PP como el "partido de los trabajadores". Así es que, por ahora, tampoco cabe esperar de ellos que se metan en semejante charco. Y aunque lo hicieran, ¿serían capaces de conseguir los respaldos necesarios en el Parlamento para sacar adelante esa propuesta? No si los socialistas no les apoyan o, simplemente, se abstienen en lugar de votar ‘no’, que es lo que le pide el cuerpo a un Zapatero que, incluso ahora, con la que está cayendo y la que puede caer sigue con sus estrategias de desgaste del adversario por cualquier medio a su alcance.

En este contexto, por tanto, lo más probable es que las cosas se queden como están ante la falta real de voluntad política por parte de unos y otros a la hora de cambiarlas. Aquí nadie se quiere ‘mojar’ por temor a perder votos y porque, en última instancia, lo que cuenta para ellos son sus propios intereses y estrategias. Así es que al final y por una vez, sin que sirva de precedente, Corbacho dice la verdad, si bien por razones distintas a las que debería.


Libertad Digital - Opinión

El virus partitocrático. Por M. Martín Ferrand

CUANDO José Antonio Alonso era portavoz de Jueces para la Democracia solía derramar grandes pregones de libertad. Era todo un apóstol democrático y daba gusto oírle; pero la titularidad de los ministerios de Defensa y de Interior y su instalación como gran oráculo del PSOE en el Congreso le han dejado maltrecho y parece haber adelgazado sus virtudes cívicas, políticas y morales. Para empezar, tiene una idea confusa, quizás evanescente, del significado auténtico de la palabra lealtad, que, para alegría de Bibiana Aído y otras miembras socialistas, es palabra femenina. Dice Alonso para recriminar la recta conducta de su compañero Antonio Gutiérrez, menos obediente de lo que se lleva en nuestro Parlamento de autómatas, que «la opinión es libre, pero la lealtad al Grupo Socialista es obligada». ¿En qué se sustenta esa obligatoriedad?

Aunque la Constitución del 78 se haya quedado tan vieja, inútil e inobservada como sus predecesoras, «el voto de Senadores y Diputados es personal e indelegable». Aunque Alonso estudió Derecho con anterioridad a la poca feliz reforma del Código Penal, es seguro que no ignora la sustancia de su artículo 542, en el que se inhabilita a los funcionarios y autoridades —y en él concurren ambas condiciones— que impidan a los demás el ejercicio de los derechos reconocidos en la Constitución. Aún así, Alonso y sus representados se disponen a sancionar, incluso pecuniariamente, a quien ha sido leal a sus convicciones y a sus electores aun con el esfuerzo de no obedecer el mandato del gran rabadán del rebaño socialista en el Congreso.

Lo más inquietante de esta peripecia estriba en el hecho de que Alonso no procede de las cavernas totalitarias. Alcanzó la mayoría de edad cuando fue proclamada la Constitución y su actitud democrática ha sido siempre intachable; pero, sumergido en el ambiente del poder partitocrático, es capaz de romper con su propia trayectoria y reprocharle a un compañero de partido por hacer lo que debe hacerse: actuar en
conciencia, sin acatar ningún mandato imperativo, y darle más prioridad a los valores éticos que a la obediencia perruna. Gutiérrez, por elementales razones de coherencia biográfica en quien ha sido secretario general de CC.OO., no quiso prestar su voto a la convalidación del decreto ley sobre la reforma laboral. Si el PSOE es un partido en el que no cuenta la decencia, ni se respeta al individuo, ni se valora la libertad, como muchas veces parece, Alonso tendrá razón; pero no es lo que predica el propio Alonso. Se confirma que la partitocracia es el más potente y activo de los virus que pueden acabar con la democracia.


ABC - Opinión

Boyer. El precio de los políticos. Por José García Domínguez

Nada hay más popular entre el paisanaje patrio que abjurar a voz en grito de los "los políticos", hasta la nausea. Así, sin matiz ni distingo alguno, condenándolos a la hoguera a todos, juntos y revueltos en abigarrado aquelarre.

Miguel Boyer, que a sus setenta y un años ya se sabe impune para decir en público lo que en verdad piensa, acaba de augurarlo con desolada lucidez: "Si se siguen bajando los salarios o manteniendo los que hay ahora en la alta administración, pronto sólo llegarán los analfabetos a la dirección del Gobierno". Y, veladas alusiones al margen, lleva el hombre más razón que un santo de palo. Aunque no corre el más mínimo riesgo de que se le atienda, claro. Pues, la cuestión, como es sabido, constituye anatema. Al cabo, nada hay más popular entre el paisanaje patrio que abjurar a voz en grito de los "los políticos", hasta la nausea. Así, sin matiz ni distingo alguno, condenándolos a la hoguera a todos, juntos y revueltos en abigarrado aquelarre.

Una soberana arbitrariedad muy celtíbera, ésa, que, entre otros despropósitos, ayuda a que los mejores no recalen en el sector público. Algo hay, por lo demás, en la trastienda psicoanalítica de resentimiento tan extendido que apela a la idiosincrasia profunda de la sociedad española, algo que conecta con un atavismo igualitario que no tolera bajo ningún concepto la excelencia individual. ¿Cómo explicar, si no, la numantina resistencia a que la soldada de los gestores estatales se compadezca en algo con la alta responsabilidad que implica su función? Al contrario, entre nosotros, se presume lógico y natural que quienes manejan presupuestos superiores a los de muchas multinacionales cobren lo mismo que cualquier agente de seguros medianamente espabilado.


Nadie lo dude, aquí estallaría otro motín de Esquilache si, por ventura, el Gobierno diese en levantar el secreto de Estado sobre el estipendio que percibe Mafo en el Banco de España. Y es que gusta lo barato. De ahí el surtido de saldos que nos viene regalando la partitocracia reinante: los montillas, las leires, los blancos, los bárcenas, las bibianas, los chaves; hijos putativos todos de las listas herméticamente cerradas, bloqueadas, atrancadas y atornilladas por los aparatos. Igual que su tragicómico corolario: la devaluación de la clase dirigente a extremos inimaginables hace apenas una década, con esa distorsión hasta el puro esperpento de los principios meritocráticos que rigen la selección de las elites en cualquier rincón del orbe más o menos civilizado. Lo pagaremos caro (aún más).

Libertad Digital - Opinión

Volvemos a las andadas. Por Hermann Tertsch

EL Partido Popular ha pedido que desaparezca uno de los personajes más sórdidos de la escena política del País Vasco, que no es decir poco. No es, por supuesto, un terrorista, de los que no merece la pena ni hablar. Se trata del socialista Jesús Eguiguren. Cierto es que mientras la mayor lacra política de este país, que es Rodríguez Zapatero, siga al mando del Ejecutivo en Madrid no hay ni esperanza ni remedio. El desprecio dentro y fuera de nuestro país hacia su persona se ha convertido en desprestigio y lastre insoportable para nuestro país. Eso ya no puede arreglarlo él, ni sus votantes, ni sus amigos, ni siquiera sus adversarios si quisieran. Pero hablemos hoy de Eguiguren, que nos quiere meter otra vez a los españoles en una negociación —y consiguiente legalización— de la rama política de ETA. No hablamos de un enajenado. Hablamos del jefe de los socialistas en el Parlamento vasco. Y sabemos que si sus planes se cumplen significarían la justificación —nunca mejor dicho «post mortem»— y la legalización de una campaña de asesinatos que ellos montaron y una legitimación de todos y cada uno de los casi mil muertos habidos. Como comprenderán, algunos no estamos muy de acuerdo en que nuestro País, que es el Vasco, y nuestra nación, que es España, queden en manos como las de Eguiguren, probablemente lo peor del socialismo vasco. Lo más inmoral, según tantos, al que las víctimas traen al pairo. Hace poco tuvimos la desgracia de tenernos que despedir del jesuita Antonio Beristain, eminente criminólogo, pero para mí más un hombre lleno de energía y bondad. Un hombre de una dignidad que deja a Eguiguren en la sima que su catadura ha excavado. Beristain sabía y escribió mucho sobre el victimario. Era un sabio bueno. Escribió sobre el luto, cómo éste enaltece a las personas y dignifica la vida. Y cómo el olvido nos deprava como individuos y como sociedad. No le pregunten a Eguiguren por este tipo de cuestiones. El dirigente actual del PSE, Patxi López, que gobierna gracias al Partido Popular, le ha dicho a Eguiguren que no y que se olvide de esos caminos. Que esos caminos se han acabado. El ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, le ha dicho a Eguiguren lo mismo con la máxima contundencia. El Gobierno dice que no hay ni habrá negociaciones con la banda terrorista y aseguran que están acabados. Cuando este Gobierno desmiente algo, échense a temblar. Porque si no fuera cierto que algo se mueve, no se entiende por qué el nada señor Diaz Usabiaga está en la calle paseando, por qué el nada señor Josu Ternera se pasea por Europa cuando los servicios de información españoles saben hasta dónde compra el pan. Ni el bloqueo del caso del bar Faisán en ese enjuague de contraprestaciones entre el Gobierno y el juez Garzón. Ni otras cuestiones de terrorismo. Miento, creo entenderlo. Quizás al final el siniestro Eguiguren sea el único en decir la verdad.

ABC - Opinión

Acosado y peleón, Zapatero opta por el contraataque. Por Antonio Casado

Sobre la averiada figura de Rodríguez Zapatero volvieron a caer chuzos de punta en una animadísima sesión del Congreso. Por la derecha y por la izquierda.

Nadie le hizo la ola por su actuación en el semestre europeo, salvo el portavoz socialista, José Antonio Alonso. El balance de la presidencia española de la UE fue el pretexto de ocasión para desplegar el mismo discurso reprobatorio que prácticamente todos los grupos, por distintas razones, le vienen dedicando al Gobierno y a su modo de combatir la crisis económica.

Sin embargo, por primera vez en estos últimos meses del "Via Crucis" (Rosa Díez dixit), a Zapatero no se le vio abatido ni a la defensiva. Más bien al contrario. Entró al trapo en los cruces con los distintos portavoces. Quiero decir que, lejos de arrugarse bajo la tormenta, como en otras ocasiones, no rehuyó la pelea verbal y argumentó con eficacia en su legítimo derecho a desmontar las críticas más o menos injustas formuladas contra él y su Gobierno. Como los demás tampoco se mordieron la lengua, la de ayer resultó una de las más vivas e interesantes sesiones parlamentarias de la presente Legislatura.


Como era previsible, el más intenso de los cruces lo protagonizaron los dos primeros actores del drama: el titular y el aspirante. Ninguna novedad en el discurso de Mariano Rajoy aplicado al caso: “Pensaba escribir un guión europeo y resulta que otros se lo han escrito a usted”, dijo antes de recrearse en describir una economía española “intervenida” y “bajo protectorado”, en curiosa sintonía con valoraciones tan de izquierdas como las Gaspar Llamazares o Joan Ridao (“Usted no manda, a usted le mandan los mercados”).

Lo demás fue reiteración sobre la falta de credibilidad de Zapatero o su insuperable tendencia a improvisar, mentir y contradecirse. Pero en esta ocasión, insisto, hubo algo parecido al contraataque. El presidente del Gobierno arremetió contra la figura del líder del PP por su “escandalosa falta de ideas”, por despreciar lo que ignora, por su nulo sentido de la responsabilidad, por su incapacidad para formular ninguna propuesta y por no saber vivir sin el manual de descalificaciones.

Primera entrega del debate sobre el Estado de la Nación

Nunca había mostrado Zapatero una agresividad tan directa y tan explícita contra su principal adversario político. Se quejó Rajoy de esa actitud y en la réplica posterior su adversario cogió el guante: “Le ataco porque usted no para de atacarme a mí”. En la reyerta se diluye la ya inalcanzable posibilidad de algo que nos recordase, siquiera vagamente, un pacto para que las dos primeras fuerzas del espectro político combatieran juntas contra la crisis económica por el bien de unos intereses generales donde no deberían tener cabida ni la conservación del poder a favor de un partido ni la prisa de otro por recuperarlo. Pero ya sé que esto es predicar en el desierto. Sobre todo si el desierto se ha repoblado de gente faltona, intolerante y maleducada.

En resumen, que la reyerta se comió las valoraciones en los distintos frentes de actuación de la presidencia española. Sobre todo el económico, con decisiones tan sonadas como los planes de reducción del déficit público, la creación del fondo financiero de rescate de socios en apuros (750.000 millones) o las medidas orientadas a mejorar la regulación de los mercados. La sesión se politizó tanto que algunos la vieron, con razón, como una primera entrega del debate sobre el Estado de la Nación, previsto para los días 14 y 15 de julio.


El Confidencial - Opinión

Guardia Civil. Todo por la patria. Por Cristina Losada

La patria, o sea, la nación, no es patrimonio del difunto general gallego, aunque un sector de la izquierda y el conjunto del nacionalismo se hayan empeñado en que lo sea.

El franquismo es un yacimiento arqueológico, que tras permanecer olvidado varias décadas, se explora hoy palmo a palmo a fin de encontrar cualquier cosa que se pueda someter primero a exhibición y luego a borrado. Los últimos en sumarse a esa empresa orwelliana son los miembros de la Asociación Unificada de Guardias Civiles de Málaga. Solicitan la retirada del "Todo por la patria" de los cuarteles, porque, alegan, el lema fue instituido en 1937 y, por ese motivo, "se asocia a un pasado político" y vincula "a otras épocas". Claro que con esos argumentos pueden llegar mucho más lejos. Por su fecha de fundación, la Guardia Civil está vinculada a otras épocas y a algunos pasados no siempre democráticos ni pacíficos, por no decir casi nunca; de manera que si el propósito es librarse de todo lastre "político", lo lógico es que pidieran la disolución del cuerpo.

La AUGC malagueña se ha sumado, en realidad, a una propuesta de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, que la exponía con menos eufemismos hace unos meses. Ese "Todo por la patria", aseguraba, "supuso la persecución y la represión de miles de ciudadanos". Por la misma regla de tres, ¿no habría que suprimir cualquier mención a España en España, dado que los autores del golpe del 36 se sublevaron por España? Lo que plantean esos tardíos buscadores de restos es, en esencia, una identificación entre la patria y la represión y entre la patria y el franquismo. Pero la patria, o sea, la nación, no es patrimonio del difunto general gallego, aunque un sector de la izquierda y el conjunto del nacionalismo se hayan empeñado en que lo sea. El lema que ordenó poner el general Gil Yuste había nacido antes del 36 y ahora mismo se utiliza en no pocas repúblicas latinoamericanas, ¿también franquistas ellas?

La obsesión por encontrar residuos del régimen de Franco en el presente ha de llevar a situaciones frustrantes a quienes dedican a ello su tiempo y el dinero de los contribuyentes. De ahí que, a veces, nos brinden episodios cómicos al atribuir al franquismo símbolos y nombres que pertenecen a otros períodos. Pero lo cómico no quita lo dramático. So capa de purificar a la Guardia Civil de "aspectos políticos", la AUGC malagueña se ha metido de hoz y coz en la política. En ese intento de recreación de odios cainitas que es lema del Gobierno de Zapatero.


Libertad Digital - Opinión

El día de los prodigios. Por Ignacio Camacho

SI Alberto de Mónaco se va a casar ya nada es imposible, incluso que el Tribunal Constitucional parezca decidido a alumbrar el lunes una sentencia —ya casi da igual en qué sentido con tal de que la saquen de una vez— sobre el Estatuto de Cataluña. Un día iluminado por prodigios de este calibre puede dar lugar a cualquier extravagancia, rebasada de antemano la capacidad de asombro del más escéptico de los mortales. Hay jornadas en que conviene estar preparados para todo; cuando los astros se cuadran en determinados vértices del cielo la Humanidad es capaz de superarse a sí misma. Las noches de San Juan tienen fama de mágicas y al calor de las hogueras y el conjuro de las brujas suceden a veces fenómenos anormales y portentos extraordinarios.

Ayer ocurrieron hechos ciertamente inusuales, propios de las conjunciones planetarias profetizadas por Leire Pajín para el semestre de presidencia europea, que como los shakesperianos idus de marzo aún no ha concluido del todo. Socialistas y populares alcanzaron al fin a ponerse de acuerdo en algo —el recorte de los gastos electorales—, acontecimiento que por sí solo constituye una gozosa novedad en el clima de enfrentamiento trincherizo que los absorbe, y hasta sus diputados rieron juntos el enésimo lapsus cómico —llamó Tararí a un congresista apellidado Matarí— del vicepresidente Chaves.


Zapatero admitió una leve autocrítica sobre los efectos de su reforma laboral —en el contexto de una autosatisfecha crecida, que tampoco hay que pasarse de optimistas— y Esperanza Aguirre forzó la renuncia del cabecilla de su oscura brigada de mortadelos. El más reputado de los especuladores financieros mundiales anunció su intención de colocar a la orgullosa Alemania en el punto de mira de sus desestabilizadores manejos bursátiles, y la burocracia reguladora de Bruselas impuso una multa millonaria a un cartel europeo de fabricantes de retretes.

Como el día estaba metido en excentricidades, Sarkozy llamó al Elíseo al capitán de la selección francesa de fútbol para pedirle explicaciones del fracaso mundialista, en un trasunto paródico de la severa entrevista en el Despacho Oval entre Obama y el rebelde general de las tropas de Afganistán. Todas esas rarezas presagiaban el inminente alumbramiento de un suceso inesperado de consecuencias telúricas, pero resultaba del todo imprevisible que fuese a tratarse del compromiso matrimonial del heredero monegasco, la única corona del mundo cuyo reino descansa sobre un casino.
Sucedió, y a partir de ahora nada es descartable en la vieja Europa. Ni siquiera que el vapuleado Zapatero acabe recortando el subsidio de desempleo… y vuelva a ganar las elecciones.


ABC - Opinión

Presidencia triste y pobre

Hace seis meses, nadie habría imaginado que la Presidencia española de la UE, amparada por el consenso de PP y PSOE para dejarla al margen de la lucha partidista, arrojaría un balance tan pobre, tan deslucido y, sobre todo, tan poco favorecedor para la imagen exterior de España. Los pronósticos que auguraban grandes acontecimientos planetarios son traídos ahora como la caricatura que ridiculiza unos resultados muy alejados de las expectativas creadas. Es verdad que nada podía hacer la Presidencia rotatoria, fuera española o de cualquier otra nación, frente a acontecimientos que sorprendieron y sobrepasaron a toda la UE, como la crisis griega, los ataques contra el euro y la confusión organizativa que padece Bruselas con la superposición de tres presidentes distintos. Europa ha vivido seis meses de vértigo y tensiones de los que sería injusto culpar al Gobierno español. Sin embargo, sí se le puede recriminar que haya fallado en cuestiones tan relevantes como la agenda internacional, donde los países suelen exhibir su músculo internacional y su capacidad de convocatoria. En este sentido, la suspensión de las dos cumbres más esperadas, la europea con Estados Unidos y con los países mediterráneos, han sido dos frustraciones que han dejado mal sabor dentro de España y mala imagen fuera. También han supuesto una gran erosión las desesperadas gestiones de Moratinos para que Bruselas cambiara su postura común hacia la dictadura castrista, tanto más indefendibles cuanto al mismo tiempo moría un disidente por huelga de hambre. El aciago balance exterior se cierra con el fiasco de una absurda orden europea sobre las víctimas de la violencia doméstica, que provocó un encontronazo con la propia CE. Lo más negativo, sin embargo, de la Presidencia española es que ha amplificado a toda la UE la fuerte crisis de credibilidad que ha golpeado al Gobierno de Zapatero y, por colusión, a la economía española. La abierta intervención de dirigentes como Merkel, Sarkozy, Durao Barroso y Obama en los planes de ajuste que necesita España ha colocado al Gobierno en el escaparate mundial de la duda y ha puesto de relieve las debilidades de un país que hasta hacía poco tiempo se vendía como el milagro de Europa. En este contexto, resultaba temerario, además de imposible, llevar a término el catálogo de buenas intenciones con las que debutó Zapatero a primeros de enero y que ya entonces, como una premonición de lo que vendría después, significó un primer roce con Alemania. El presidente español no sólo se vio impotente para canalizar la respuesta europea a la crisis financiera, coordinando las posturas de un núcleo duro que en ningún momento lo tuvo en cuenta; por el contrario, Zapatero hubo de plegarse a las exigencias de sus socios para reducir el déficit al 3% en tres años, reforzar el sistema financiero y reformar el mercado laboral. Tres toques de atención que sonaron a tres ultimátums. En suma, el mismo Gobierno que desembarcó con gran entusiasmo en la Presidencia europea hace seis meses ha terminado su mandato legislando al dictado de sus socios comunitarios.

La Razón - Editorial

Comandante Obama

El presidente refrenda la incuestionable primacía civil con la fulminante destitución de McChrystal

Entre parecer débil y tolerar una insubordinación militar y comprometer eventualmente el desarrollo de la guerra de Afganistán en un momento especialmente delicado, Barack Obama ha elegido lo segundo. El presidente estadounidense se ha revestido de solemnidad para anunciar en los jardines de la Casa Blanca el relevo del general McChrystal en términos estrictamente institucionales. Como jefe supremo de las fuerzas armadas de su país, Obama dice no haberse sentido insultado por los severos juicios del militar destituido, pero considera que el ejemplo dado por McChrystal, que no ha ahorrado descalificaciones al equipo de seguridad nacional presidencial, podría socavar el control de los militares por el poder civil, piedra angular del modelo político de Estados Unidos y por extensión de cualquier democracia.

La tersa declaración de principios del presidente de EE UU resulta inobjetable. El argumento fundamental de Obama a la hora de tomar su decisión ha sido el de evitar una potencial división en la cúspide entre soldados y civiles, que podría resultar devastadora para los intereses de la superpotencia no solo en el país centroasiático. Un alejamiento, este, que en escalones más bajos ha dejado de ser una posibilidad teórica y se manifiesta larvadamente en Estados Unidos desde la implantación de un ejército de voluntarios. El artículo periodístico que ha motivado la más importante crisis castrense de la presidencia de Obama refleja, a la postre, las crecientes dudas del alto mando sobre el terreno acerca de la posibilidad de ganar la guerra de Afganistán, tras nueve años de invasión y una imparable subida de las víctimas militares. Ya antes de conocer la destitución de su mayor enemigo de uniforme, el Estado Mayor talibán celebraba las discrepancias y consideraba que la publicidad de sus críticas y su repercusión en Washington equivalían de hecho a la primera derrota política de la superpotencia en suelo afgano.

Está por verse si, como afirma Obama, la decisión presidencial no tendrá repercusiones en el conflicto armado. El relevo de McChrystal por el general Petraeus obligará a redibujar la cadena de mando en una guerra donde los objetivos diseñados por el presidente -básicamente ganarse a los afganos y liquidar a Al Qaeda- parecen más lejanos que nunca. Si algo ha agudizado el enfrentamiento entre los jefes militares en Afganistán y el núcleo político de Washington es precisamente la inquietante situación sobre el terreno. Una situación que multiplica las bajas estadounidenses y de sus aliados y que los compatriotas de Obama comienzan a considerar insostenible. Ni se conquistan los bastiones talibanes (Marja, Kandahar) ni Washington ha conseguido, apostando por el venal presidente Karzai, instalar un Gobierno viable en Kabul. Es poco probable que Petraeus, pese a sus credenciales, sea capaz de invertir esta espiral de desmoralización.


El País - Editorial

McChrystal, víctima del idealismo obamita

Es cierto que después de cruzar la línea de la indisciplina Obama no podía hacer otra cosa que cesarle. Sin embargo, sí podría haber hecho mucho para evitar llegar a esta situación y, de paso, contribuir a ganar la guerra en Aganistán.

La victoria en Afganistán sigue sin llegar y el tiempo se agota. En apenas un año, los soldados estadounidenses regresarán a casa con independencia de cuál sea el estado de las operaciones. Obama se comprometió a retirar las tropas en 2011, señalándoles a los talibán la fecha exacta hasta la que tienen que resistir para alzarse con la victoria.

Es el inconveniente que tiene haber llegado a la Casa Blanca con un exceso de idealismo totalmente desligado de la realidad: el halo que envuelve a Obama y que es, a día de hoy, lo único que le impide seguir cayendo abiertamente en los sondeos de popularidad, depende decisivamente de seguir abanderando el cambio izquierdista y socialdemócrata que en política internacional pasa por aparentar que se es pacificista mientras se llevan a cabo todo tipo de intervenciones de tapadillo (como sucede, por ejemplo, con los ataques selectivos que mes a mes siguen realizándose en Pakistán).


De ahí que el Nobel de la Paz Obama no sólo pusiera una temprana fecha de caducidad a la guerra, sino que se negara a dotar de todo el apoyo militar necesario para realizar las operaciones a gran escala que, como la de Kahandar, se necesitan para vencer a los talibán. Los 30.000 soldados que hace poco más de medio año aceptó desplegar el presidente estadounidense en la zona siempre fueron vistos como insuficientes por el general Stanley McChrystal (quien había solicitado entre 40.000 y 80.000 hombres desde un comienzo), especialmente teniendo en cuenta el arbitrario plazo de retirada anunciado por Obama.

Bajo las órdenes del héroe de Irak, David Petraeus (la persona que logró que una guerra que todos daban por perdida se convirtiera en pocos meses en una rotunda victoria estadounidense) McChrystal buscaba poder implementar las operaciones de contrainsurgencia en las que estaba especializado y que tan buen resultado daban para hacer frente a este tipo de guerras no convencionales como la de Irak o Afganistán. Pero sus medios eran insuficientes y en los últimos meses sus relaciones con la Casa Blanca, especialmente con la Vicepresidencia, se habían vuelto insostenibles. Desde octubre del año pasado se sabe que Biden viene presionando a Obama y a McChrystal para modificar la estrategia en Afganistán, basándose más en ataques selectivos y la persuasión diplomática que en los ataques con grandes contingentes. Biden se mostraba a favor, incluso, de que la retirada de tropas se empezara a materializar en menos de un año y de que, por supuesto, no se enviaran más tropas tal y como suplicaba McChrystal.

Al final, sucedió lo que era previsible que sucediera. Los intereses políticos se han interpuesto con las razones militares y McChrystal ha estallado. Consciente de que en las actuales circunstancias y, sobre todo, con las presentes restricciones de la Casa Blanca, la victoria es prácticamente imposible, ha presentado su carta de renuncia de manera estridente: criticando en la revista Rolling Stones a Obama, Biden y gran parte del resto de la Administración por inútiles e incompetentes.

Es cierto que después de cruzar la línea de la indisciplina Obama no podía hacer otra cosa que cesarle. Al fin y al cabo, el presidente es también comandante en jefe del ejército y en el orden militar la cadena de mandos es esencial. Sin embargo, Obama sí podría haber hecho mucho más para evitar llegar a esta situación y, de paso, contribuir a ganar la guerra en Aganistán: básicamente dotar a Petraeus y a McChrystal, dos militares de reputada solvencia, con los medios que decían necesitar para vencer. Pero, desgraciadamente, los prejuicios ideológicos del presidente y de su vicepresidente les llevaron a preferir poner patas arriba la misión afgana a rectificar.

Por fortuna, Obama no ha optado finalmente por aprovechar el cese de McChrystal para finiquitar la guerra contra los talibán. El nombramiento de Petraeus para el puesto es una buena noticia, pero podría terminar sirviendor de poco si los intereses políticos siguen primando más que la lógica militar. Y ese sí es un cambio que Obama no quiere afrontar.


Libertad Digital - Editorial

Un semestre para olvidar

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EL demoledor discurso de Mariano Rajoy sobre el balance de la presidencia española de la Unión Europea retrató ayer el fracaso de un semestre que los socialistas esperaban convertir en el escenario de un éxito internacional de José Luis Rodríguez Zapatero. La gravedad de este nuevo fiasco exterior debe medirse también con los antecedentes que este Gobierno estableció como parámetros de su relación con la Unión Europea. Zapatero se abrazó en 2004 a Chirac y Schröder con el eslogan de que España «volvía al corazón de Europa». Desaparecidos ambos líderes, sus sucesores descolgaron a España de la vanguardia europea, donde Rodríguez Zapatero se la encontró al llegar al poder. Poco sirvió que intentara granjearse el favor de París y Berlín con la renuncia a la posición privilegiada que España alcanzó en el Tratado de Niza. Desde entonces, Europa, como objetivo diplomático, ha sufrido las mismas confusiones de la política exterior española en otros frentes, como Marruecos o Iberoamérica. Los precedentes, por tanto, no eran los mejores para encarar esta presidencia, que inauguraba la entrada en vigor del Tratado de Lisboa.

La presidencia española ha sido un fiasco porque no se preparó como un compromiso de Estado, sino como una oportunidad política para el Gobierno socialista. Perdida la perspectiva institucional, su desarrollo ha sido una sucesión de fallos que comenzó con el prescindible «acontecimiento planetario» de la coincidencia con Barack Obama y siguió con el pretencioso magisterio que se quería impartir a los demás socios europeos en materia económica. La ausencia del presidente estadounidense en la cumbre con la Unión Europea y el aplazamiento de la Euromediterránea han dado cuenta de la escasa influencia de la presidencia española para lograr la implicación de otros países en su tan ambiciosa como fallida agenda semestral. La relación con la dictadura cubana ha sido otro escenario de la falta de discurso del Gobierno español, empeñado en cambiar la posición común europea de restricciones al régimen castrista.

El Gobierno empezó la presidencia europea queriendo dar lecciones de economía y rigor presupuestario y ha acabado de aprendiz meritorio de las que le imparten las grandes potencias, provocando un control remoto de su política económica y una puesta de sus decisiones bajo la constante vigilancia de las autoridades de Bruselas y Washington. Lo mejor de la presidencia española en Europa es que ha terminado.


ABC - Editorial