viernes, 5 de febrero de 2010

¿Simulaciones? no, falacias. Por José María Carrascal

SI tanto admira a Obama, podía al menos imitarle. El presidente norteamericano ha cancelado numerosos viajes al extranjero, entre ellos su venida a Madrid, para atender a los muchos y graves problemas internos de su país. Aunque nunca tantos y tan graves como los españoles. Estados Unidos tiene un potencial económico, industrial y científico que le permite afrontar la crisis infinitamente mejor que España. Nuestro presidente, sin embargo, con 4,3 millones de parados, un 11,3 por ciento de déficit y unas perspectivas que nos ligan a Grecia y Portugal, ha hecho lo que suele hacer en estas ocasiones: largarse. Largarse a Washington a un desayuno de oración.

Si todavía fuera una persona religiosa, se comprendería, pues esas personas encuentran inspiración y fuerza en la plegaria. Pero no siéndolo, como no oculta, la única explicación es que ha ido a hacerse otra foto con Obama. Pues el resto de su paso por Washington es más escaparate que otra cosa. Y si no, que nos muestren los contratos, los negocios, las respuestas que traen para los problemas españoles. La escueta realidad es que a este hombre sólo le preocupan sus propios problemas, que empiezan a preocupar a su propio partido. Su lugar, ayer, cuando la bolsa española se pegaba un batacazo, estaba aquí, para decirnos si la edad de jubilación se retrasa o no a los 67 años, para aclararnos por qué se envió a Bruselas un documento en el que se ampliaba el cómputo de la pensión al salario de los últimos 25 años trabajados, y al conocerse, se rectifico, dejándose los 15 años actuales. «Era una hipótesis de trabajo», trató de justificarlo el portavoz parlamentario socialista. A Bruselas no se envían hipótesis de trabajo, señor Alonso, aparte de que una hipótesis de trabajo no se escribe en presente de indicativo, se escribe en condicional, como usted, que es juez, sabe perfectamente. Más plausible es la explicación de la vicepresidenta segunda, a la que parece seguir costándole mentir. «Fue una simulación», dijo. «Simulación: fingir o imitar lo que no es», describe el diccionario. Tampoco las simulaciones se incluyen en los documentos oficiales, señora Salgado. Excepto cuando se hacen a propósito. ¿Estaban tratando de engañar a Bruselas? No nos extrañaría. Esta gente viene engañando a los españoles desde su llegada al poder y se ha creído que puede hacerlo a los extranjeros. Pero los extranjeros les han calado a la primera, y han caído en su propia trampa.

En cuanto a la plegaria del presidente en Washington, ustedes lo han visto y oído: citas bíblicas, convivencia, tolerancia, paro, víctimas del terrorismo, alianza de civilizaciones, una paella de sus tópicos más gastados, cocinada a lo religioso, que para eso era el Desayuno de Oración. Hasta ahora, Zapatero había traicionado prácticamente a todo y a todos. Esta vez, ha batido su propio record, traicionándose a sí mismo.


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¡Elecciones, ya!. Por Emilio J. González

Por eso hacen falta elecciones, porque de ellas tiene que salir un Gobierno y un presidente decididos a coger el toro por los cuernos, que no sueñen con una recuperación económica imposible, sino que trabajen para que ésta se produzca.

La economía española se encuentra al borde del abismo. La Bolsa ha empezado a desplomarse y el diferencial de tipos de interés con Alemania no para de crecer. Ya comienza a haber grandes fondos de inversión y de pensiones que venden todos sus títulos de deuda pública. Por todas partes le llueven las críticas al Gobierno español, mientras Zapatero mira hacia otra parte. De aquí a que los inversores se lancen a vender en masa sus activos españoles, sobre todo de renta fija, queda muy poco. Posiblemente estamos en la antesala de una crisis de deuda, por así decirlo, que dispararía los tipos de interés y haría imposible la financiación tanto del déficit como del conjunto de la economía española. Sólo falta que salte una pequeña chispa para que la catástrofe se extienda como un reguero de pólvora. Y, mientras tanto, el paro sigue creciendo a ritmos de infarto. En resumen, el país está al borde del abismo y los mercados empiezan a percibirlo. ¿Por qué ahora?


Algunos de ustedes pensarán que con Zapatero como presidente de la Unión Europea, paseándose a lo largo y ancho del mundo y regalando a su auditorio con sus ocurrencias, por fin se han dado cuenta más allá de los Pirineos de lo que tenemos aquí. Algo de razón ahí, pero el problema principal es que en marzo terminan las facilidades de financiación del Banco Central Europeo y, a partir de ese momento, muchas entidades crediticias se las van a ver y se las van a desear para conseguir recursos, para seguir refinanciado a los promotores inmobiliarios en situación difícil y para seguir comprando la deuda pública que el Gobierno está emitiendo a mansalva. Es decir, que podemos estar a las puertas de una segunda oleada de la crisis que desembocaría, entre otras cosas, en algo tan vergonzoso como la suspensión de pagos del reino de España. Lógicamente, los mercados se están poniendo de los nervios. ¿Y qué hace el Gobierno al respecto? Nada de nada.

A estas alturas, el Ejecutivo tendría que haber anunciado un verdadero plan de recorte del gasto público y de reducción del déficit presupuestario, especificando dónde y cómo va a meter la tijera, que fuera también de obligado cumplimiento para las autonomías. Lejos de ello, el Gabinete se ha limitado a decir que reducirá los pagos del Estado en 50.000 millones, recortando el gasto corriente y las inversiones, sin especificar nada más. Por supuesto, los mercados no se lo han creído, porque ya saben cómo es Zapatero. Se podría pensar que la reforma de la Seguridad Social en la que estos días trabaja el Gobierno viene motivada por esas necesidades de ajuste. Nada más lejos de la realidad. Si se habla de ello es porque las cuentas del sistema de pensiones ya están en déficit, el cual empieza a comerse el Fondo de Reserva de la Seguridad Social, y al Ejecutivo no le queda más remedio que actuar porque con la que tiene liada con el presupuesto y la deuda el Estado no puede cubrir el agujero creciente en el sistema de pensiones.

Luego está el Gobierno en sí mismo, que se ha convertido definitivamente en una parte muy importante del problema. Zapatero no gobierna según un plan previamente establecido, sino a golpe de ocurrencias y de encuestas, mientras los ministros se desdicen unos a otros y aquí nadie sabe a qué atenerse. En estas circunstancias, y teniendo en cuenta además que los sindicatos campan tranquilamente por sus respetos debido al miedo cerval de ZP a que le convoquen una huelga general, la imagen que está transmitiendo nuestro país, bastante real, es de que este Ejecutivo no tiene capacidad para gestionar no ya la que está cayendo, sino, aún peor, la que se avecina, porque hay que tomar medidas muy duras con las que Zapatero, por ideología, por táctica política, por cortedad de miras y por ignorancia, no está de acuerdo.

Aquí hay que meter mano de una vez por todas al mercado laboral para resolver el problema del paro, a lo que el presidente contesta que no se va a dar marcha atrás en eso que él llama, tan eufemísticamente, derechos sociales. Aquí hay que meter mano a las autonomías y sus dineros, pero eso no lo puede hacer un presidente que ha aniquilado el concepto de España, con todo lo que ello implica, para apostar por un modelo confederal, sin que nadie se lo pidiera, y al que le falta valor para enfrentarse, por ejemplo, a una Cataluña que un día sí y otro también se salta la Constitución a la torera. Aquí hace falta un discurso de sangre, sudor y lágrimas que Zapatero nunca hará porque implica plenamente la descalificación de todo cuanto ha venido haciendo y diciendo hasta ahora en relación con la crisis. Aquí hace falta un pacto de Estado con el PP para hacer lo que hay que hacer, a lo que ZP se niega por razones ideológicas, lo cual hipoteca la estabilidad de su Gobierno al apoyo de formaciones radicales de izquierda, como IU y ERC, que nunca votarán a favor de hacer lo que hay que hacer porque su modelo económico y social es otro. Aquí hace falta que el propio partido que detenta el poder, el socialista, se deje de enfrentamientos internos y de amagar con poner en cuestión la continuidad de Zapatero en las próximas elecciones y que cambie de líder si así lo considera preciso, un debate que, por disciplina o porque no hay nadie con ganas de encabezar una lista electoral posiblemente condenada de antemano a estrellarse, que no al estrellato, no se abre ni se cierra. En definitiva, sea cual sea la razón, siempre hay una excusa o una presunta justificación para no tomar las medidas que hay que tomar.
Con semejante panorama, por tanto, aquí no hay quien gobierne, ni la economía, ni nada de nada. Y esto, que podemos calificar abiertamente de crisis institucional, sobre todo si tenemos en cuenta que el PP sigue sin dar la talla, ocurre precisamente en las peores circunstancias económicas de la historia contemporánea de nuestro país, al que ya hacía siglos que se le había olvidado lo que eran las suspensiones de pagos. Por eso hacen falta elecciones, porque de ellas tiene que salir un Gobierno y un presidente decididos a coger el toro por los cuernos, que no sueñen con una recuperación económica imposible, sino que trabajen para que ésta se produzca, tomando las decisiones que haya que tomar, por duras que sean. Esta situación no se puede ni se debe prolongar mucho más en el tiempo porque sufrimos todos, empezando por los millones que pierden el puesto de trabajo y a continuación cualquier fuente de ingresos en cuanto se les acaba la prestación por desempleo.


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Deuteronomio. Por Ignacio Camacho

EL Desayuno de Oración lo fundaron los integristas luteranos para rezar por la crisis de la Gran Depresión, como si Dios protegiese a los banqueros. A la misma hora en que Zapatero citaba, probablemente sin haberlo leído, un versículo social del Deuteronomio -la segunda ley de Moisés, el último libro de la Torá- que insta a pagar el jornal justo a los obreros, en Madrid se desplomaba la Bolsa con un ruido jeremíaco, un espanto de siete plagas, y se propagaba el pánico a otro crack de proporciones veterotestamentarias. La atmósfera socioeconómica española había amanecido bajo un nublado sombrío, en parte debido a la inestable vulnerabilidad de un Gobierno cataléptico zarandeado hasta por la prensa socialdemócrata. Los vaivenes de la política social y el índice estratosférico de paro han sumido al país en un estado de abatimiento y melancolía y han espantado a los inversores, gente prosaica y desconfiada que descree de las preces y prefiere poner a salvo su dinero antes de que el presidente, imbuido de oportunista devoción bíblica, se lo reparta a los pobres que él mismo ha creado.

En ese cuadro de hecatombe financiera y alarma social, de peligrosa crisis de confianza, el discurso espiritualista del presidente en la capital del Imperio resaltó como una nueva impostura, un escapismo escénico rodeado de protocolo planetario, aunque por una vez supiese resistir la tentación de soltar una parida. Su presencia en la plegaria de Washington ofrecía al respecto numerosas oportunidades que logró eludir transitando por el desfiladero de la levedad, mal menor ante la posibilidad verosímil de una majadería elocuente o de un agrandado ataque de adanismo. Zapatero no resultó profundo porque eso sería un oxímoron casi tan palmario como el de la oración laica, una flagrante contradictio in terminis, pero al menos consiguió salir indemne de la trampa que se había tendido a sí mismo, disfrazado de teólogo de la liberación ante un auditorio más bien fundamentalista. No desentonó. Habló para agradar a la concurrencia y omitió hipócrita o respetuosamente su condición de agnóstico. Lo mejor que se puede decir es que en un escenario propicio para meter la pata se atuvo a una cierta discreción y humildad, dos virtudes que no suelen adornar sus intervenciones públicas. La fama catastrófica de este hombre es tal que ya la opinión pública se conforma con que no haga el ridículo.

Pero en el núcleo argumental derrapó por donde suele. En su afán de defender el proteccionismo se arrimó a los libros sagrados para usar su mensaje de justicia social como escudo de sus propias políticas de subsidio, que identificó torticeramente con el obligatorio «jornal» deuteronómico. Sucede que en la España del récord de desempleo lo que faltan son jornales porque para recibirlos hay que trabajar primero. Y que a Moisés, en todo caso, le cubría el déficit la Divina Providencia.


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Zapatero y sus plegarias. Por Emilio Campmany

Uno no puede ir a una oración y decir que lo que está leyendo es una "plegaria", que es algo que puede o no estar dirigido a Dios, con el fin de evitar la palabra "oración", que sólo puede elevarse a Él. Si no es a Dios, ¿a quién se dirigió Zapatero?

Zapatero no entiende nada. Si tenía que estar este jueves en Washington, su lugar no era con Obama y los muchos evangélicos que se reúnen para rezar el primer jueves de todos los febreros, sino con los que fuera protestaban por el carácter homófobo de la asociación convocante. Sin embargo, con tal de estar a unos metros de Obama, prefirió unirse a los que rezan antes que estar con quienes defienden sus mismas ideas.


Luego, el discurso en forma de plegaria resultó patético. Al citar la Biblia, podía haber escogido mil pasajes más apropiados que una norma del Deuteronomio, uno de los libro del Pentateuco, lleno de reglas más o menos anacrónicas. No muy lejos de allí, en el Levítico, otro de los libros del Pentateuco, se dice "si un hombre se acuesta con otro hombre, como se hace con una mujer, cometen una abominación; se los castigará con la muerte".

Incluso cuando quiso defender el matrimonio entre personas del mismo sexo, lo hizo de forma pusilánime haciendo vagas referencias al asunto con giros retóricos que nada significan. Probablemente, con la traducción, se perdió gran parte del poco sentido que tenían sus palabras. Obama y Clinton estuvieron mucho más valientes. Ambos se refirieron a las leyes ugandesas que persiguen la homosexualidad castigándola con la muerte, unas leyes que se supone han sido redactadas bajo la influencia de The Fellowship, la asociación que organiza anualmente el desayuno.

Ha dicho Obama:
Podemos discutir acerca del matrimonio gay, pero seguramente estaremos de acuerdo en que es inadmisible perseguir a gays y lesbianas por lo que son, tanto aquí (...) como en Uganda. (...) Seguramente podamos ponernos de acuerdo y encontrar una base común cuando sea posible y seguir caminos distintos cuando no haya más remedio, pero hagámoslo guiados por nuestra fe y por la oración.
Así es como se defiende el matrimonio entre personas del mismo sexo en un desayuno de oración de evangélicos que creen en conciencia que la homosexualidad es un grave pecado. Si uno no quiere hablar de Dios ni de fe porque no cree en el Uno y carece de la otra, si uno en definitiva no es creyente y quiere hacerlo ostensible, lo que tiene que hacer es declinar la invitación. Porque a lo que ha sido invitado Zapatero es a orar en común, esto es, a hablar de Dios y de fe. No tiene sentido citar la Biblia cuando no se le reconoce ninguna autoridad. Carece de valor apelar a las raíces cristianas de la propia nación cuando uno está empeñado en erradicarlas por considerarlas odiosas. En definitiva, uno no puede ir a una oración y decir que lo que está leyendo es una "plegaria", que es algo que puede o no estar dirigido a Dios, con el fin de evitar la palabra "oración", que sólo puede elevarse a Él. Pero si no es a Dios, ¿a quién dirigió su plegaria Zapatero?

No sé si la ignorancia, la incompetencia y el sectarismo de los que tantas veces ha sido acusado nuestro presidente son más graves que la inconsecuencia. Lo que sí sé es que en este caso, en el pecado lleva la penitencia porque habrá que oír las risotadas de sus compañeros de verle tan humilde y recogido elevando plegarias. Y, mientras tanto, el país a pique. Y Rajoy, tocando el violón.


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Nos estamos quemando. Por Fernando Fernández

EL gobierno no se entera. O, lo que es peor, no quiere enterarse, porque sus técnicos de Economía se lo están diciendo por activa y pasiva. La situación económica es muy mala, no voy a repetir aquí las cifras, pero la gestión de la crisis es peor, lamentable, de manual de cómo no hacer las cosas. Lo de esta semana ha sido para despedir a medio Gobierno, aunque, bien pensado, el problema está en un presidente que considera prioritario irse a rezar laicamente con Obama mientras el país se consume en el desconcierto. Conseguir enfrentarse con sindicatos, con su propio partido, con todo el espectro de la oposición, con comunidades autónomas y ayuntamientos, con los analistas internacionales más reputados y la prensa económica de referencia, es verdaderamente un acontecimiento planetario. Que estamos pagando todos los españoles, y, si no, vean el precio que han tenido que pagar el Tesoro y el ICO para colocar sus emisiones de deuda.

El Gobierno tiene un problema serio. Ha estado tres años ocultando la realidad, presumiendo como un niño con zapatos nuevos y el viernes pasado tuvo que decretar el estado de emergencia económica. Como si fuera un huracán. Y la gente no entiende nada. Su credibilidad era escasa, pero tras el hecho insólito de retirar en dos horas el Programa de Estabilidad por puro miedo, es ahora inexistente. Es malo no hacer reformas, es peor retirarlas una vez presentadas porque no se tiene la habilidad ni el coraje político suficientes. Es estúpido lanzarse a criticar a diestro y siniestro al mundo mundial. Sobre todo porque todos ellos -Blanchard, Krugmann, Almunia, todos menos Roubini, que yo sepa- han sido invitados repetidas veces a España en los últimos tiempos y recibidos en Moncloa con foto incluida. Tuve la oportunidad de departir con Blanchard (hoy FMI) y Krugmann y decían exactamente lo mismo: que si España no ajustaba sus salarios reales y liberalizaba su mercado de trabajo sería víctima del euro. La única diferencia es que hoy se ha acabado la paciencia. Porque ya se han perdido seis años.

Como economista me indignó oír el miércoles a la vicepresidenta Salgado echar la culpa a sus colaboradores porque creían que estaban redactando un documento técnico y desconocieron las servidumbres políticas del mundo real. Con esa frase, repetida varias veces, se ha cargado a todo su equipo y le ha hecho un gran favor a los especuladores. Esto se empieza a parecer cada vez más a la caída de la libra esterlina que propició Soros. Porque el Gobierno ha hablado y ha dicho que no tiene lo que hace falta. Ha puesto por escrito lo que habría que hacer, pero ha dejado claro que no lo va a hacer. Si no va aumentar la edad de jubilación ni el período de cotización para el cálculo de la pensión, si el presidente mismo ha ordenado retirar la única propuesta seria de reforma laboral, como era el contrato único, ¿quién se cree que van a reducir casi tres puntos del PIB la masa salarial de los funcionarios o las transferencias corrientes? Todo el documento enviado a Bruselas es papel mojado, una declaración del borracho que suplica la última copa mientras promete solemnemente que va a dejar de beber. Pero el barman está harto, ya ha perdido mucho dinero con este cliente.

Carthago delenda est. España aparece hoy irremediablemente condenada a un largo período, diez años parecen muchos, pero Japón lleva veinte, de estancamiento económico, desempleo masivo y deterioro progresivo de los servicios públicos. La vida política se va a envilecer hasta niveles insoportables. El debate económico racional, y con él las posibilidades de recuperación, han caído víctimas de la incompetencia, la demagogia y la falta de escrúpulos de este Gobierno. Que no nos culpen a los demás si ellos han decidido sacrificarnos en el altar de sus propias obsesiones ideológicas.


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Ora et labora. Por Cristina Losada

El Partido Popular, con mayoría absoluta y el empleo floreciente, terminó por retirar una mini reforma del mercado laboral tras una huelga que había tildado de fracaso. ¿Se atrevería a ir más lejos si ahora, por un casual, ganara?

Hace unos días, Guy Sorman se preguntaba en el diario ABC si "los Obama, Sarkozy, Brown y demás Zapateros" habían contribuido a la salida de la recesión que experimentan muchos países; no España, desde luego. La respuesta era que sólo "muy, muy modestamente". Según el intelectual liberal francés, "el desplazamiento del poder real del Estado hacia las empresas y de la nación al mundo priva a los jefes de Estado y de Gobierno de influencia económica". De ahí que "el ego sobredimensionado" de los estadistas busque compensación en absurdas misiones redentoras, como la lucha contra el cambio climático. O en los focos. Miren a Zapatero, capaz de apuntarse a la oración y citar la Biblia con tal de estar cerca de San Obama. Ha de ser terrible para su ego que la ocasión coincida, en el plano internacional, con su vertiginosa caída del pedestal de niño mimado a la triste condición de tonto de la clase.


En España se esperan, sin embargo, grandes cosas de los políticos. Y ello a pesar de que el desprestigio tradicional de quienes se dedican al "arte de lo posible" alcanza hoy inéditas cotas. Entrañables paradojas las nuestras. Ante la ineptitud gubernamental y la ceremonia de la confusión de las reformitas de vida efímera, varias figuras influyentes piden elecciones anticipadas. Coinciden, además, en que el nuevo Gobierno habría de acometer reformas de calado. Las famosas, siempre pendientes, reformas estructurales. Un programa que incluye la contracción del gasto público, las pensiones, el mercado laboral, la negociación colectiva, la reordenación bancaria, la enseñanza, la competitividad y otros platos de digestión complicada. Pero, ¿quién se atreverá a cocinarlos? Ese es el meollo del cogollo, más allá de quien ocupe el sillón de La Moncloa.

El Partido Popular, con mayoría absoluta y el empleo floreciente, terminó por retirar una mini reforma del mercado laboral tras una huelga que había tildado de fracaso. ¿Se atrevería a ir más lejos si ahora, por un casual, ganara? Pensará el PP que ya está bien de enderezar los desastres que elude y agrava el PSOE, y que toca a los socialistas ponerle el cascabel al gato. Bien mirado, son los únicos que pueden hacerlo sin sufrir letales arañazos. De todo lo cual se infiere que tiene razón José Félix Tezanos cuando propone una grosse Koalition para salir de tan comprometido trance. ¿Qué es pura utopía un Gobierno PP-PSOE? Más imposible se antoja que alguno de los dos partidos hinque el diente, por separado, al hueso de las reformas. Mientras tanto, plegarias.


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Comparaciones odiosas. Por M. Martín Ferrand

DADO que Alberto Ruiz-Gallardón parece más dado a los pellizcos de monja que a los enfrentamientos recios y frontales, podría ser que el despliegue de las impresionantes esculturas de Xavier Mascaró que el Ayuntamiento madrileño ha hecho en el Paseo de Recoletos sea una intentona crítica al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Los bellísimos y herrumbrosos gigantones creados por Mascaró están huecos, son pura forma. ¿Hay algo más semejante al equipo que encabezan Fernández de la Vega, Salgado y Chaves? No están los tiempos para sutilezas; pero el titular del Ayuntamiento más endeudado de España carece de autoridad moral para señalar el alarmante volumen de la deuda del Estado, algo que, a medio plazo, resulta más grave e inquietante que el mismísimo paro. Quienes no tienen trabajo, como quienes lo tenemos, caducamos con el tiempo; pero las deudas son indelebles y, además, crecen y destrozan la potencialidad del futuro nacional.

Puestos a comparanzas artísticas, Zapatero se asemeja a la escultura de Alberto Giacometti que, en una puja de Sotheby´s, acaba de conseguir el nada relevante título de la obra de arte más cara jamás subastada, «El hombre que camina I» ofrece una silueta anoréxica y microcéfala y permanece quieto, inmóvil, aunque parezca que avanza. ¿Hacia dónde? La obra del suizo le ha costado 104,3 millones de dólares a su nuevo propietario y el de León nos resulta muchísimo más caro, pero los dos deben su valor a la marca que les respalda, bien sea el punzón de un escultor memorable o la sigla de un partido histórico.

A quien de verdad se asemeja Zapatero, si se ahonda en su conducta y por mucho que invoque en su oración laica la «autonomía moral» de las personas, es a Juan Domingo Perón o, por actualizar conceptos, a Cristina Fernández Kirchner. El líder socialista, instalado en una «tercera posición», a horcajadas entre el capitalismo moderado de la UE y su vocación tercermundista, prefiere la popularidad a la eficacia y estimula a sus ministros para anunciar hoy lo que, según convenga, pueda ser anulado y desmentido mañana. Es una forma tramposa de populismo que curiosamente los españoles, un pueblo históricamente desconfiado, acepta como normal. No aprende de la Historia, la modifica; no escucha a quienes saben, les desprecia. Se conforma en flotar, como un corcho, camino de donde le lleven la corriente y los votos. Un gran peligro.


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El final de la escapada . Por Jesús Cacho

Alarmantes datos de paro los publicados el viernes por el INE. Sin resquicio para el optimismo. En los últimos tres meses de 2009, la economía española perdió 224.200 empleos, lo que equivale a decir que cada día se destruyeron 2.488 puestos de trabajo. La tasa podría ser peor, incluso estar rozando ya el 22%, si la población activa hubiera crecido a su ritmo habitual, contingencia coherente con el aumento de la población en edad de trabajar. Pero esa población activa no sólo no ha crecido, sino que ha caído en 92.200 personas en el último año, lo cual es una tragedia para un país como España que tiene una de las tasas de actividad (relación entre la población activa en edad legal de trabajar y población total) más bajas de la UE. Y es que los ciudadanos, en su mayoría jóvenes, han dejado de buscar empleo, vistas las nulas probabilidades que tienen de encontrarlo. Si el paro ha sido siempre el primer problema de España, ahora claramente es el drama de España, asunto que debería tener en pie de guerra a los cuarenta y tantos millones de habitantes de este país, con su clase política al frente.

La dura realidad muestra que en 2009 se perdieron 1.210.800 puestos de trabajo. Pero si nos remontamos al nivel de empleo existente al comienzo de la crisis (tercer trimestre de 2007), resulta que España ha perdido 1.865.000 puestos de trabajo, una cifra espectacular. Como decía Carlos Sánchez el pasado viernes en este diario, es como si hubiera desaparecido del mapa del empleo una ciudad como Barcelona, incluyendo a todos sus habitantes. El fenómeno se observa con mayor nitidez en términos numéricos: si en el segundo trimestre de 2007 el paro afectaba a 1.760.000 ciudadanos, la EPA del último trimestre de 2009 contabiliza 4.326.500 desempleados, lo que equivale a decir que en dos años y medio el paro ha crecido en nada menos que 2.566.500, un aumento digno de figurar en el museo de los horrores económicos. Y menos mal que, según el presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, en España no había crisis, porque todo eran “dificultades transitorias”. El corolario es que la tasa de paro se sitúa ya en el 18,64%, cada vez más cerca de sus máximos históricos de los años noventa.

Se supone que un país civilizado, además de desarrollado, no puede soportar una cifra de parados semejante sin avergonzarse, primero, y sin alarmarse, después, porque todas las presas tienen un coeficiente de seguridad a partir del cual ceden y sueltan a empellones el agua embalsada. La marea en retirada de la prosperidad perdida está dejando a la vista y sobre el fango el edificio cuarteado de unas pensiones que no se van a poder pagar en el futuro por culpa del envejecimiento de la población y la caída de cotizantes a la seguridad social. Y de repente el pánico, cuando se nos dijo que las pensiones estaban aseguradas por los siglos de los siglos amén. Y de la noche a la mañana, medidas tan drásticas como la de prolongar la edad de jubilación. ¿Puede un Gobierno tan desacreditado como éste adoptar una decisión de tanto calado sin un consenso mínimo con la oposición? ¿Es razonable hacerlo al margen del Pacto de Toledo y sus firmantes? ¿O es que tal vez estamos ante una nueva medida cosmética, destinada a apaciguar el dramatismo del momento con la anestesia del totum revolutum? Apuesto doble contra sencillo a que esta iniciativa no verá la luz tal como ha sido formulada. Mientras tanto, hablamos de los 67 años y no del drama del paro.

Hace escasas fechas Octavio Granado, secretario de Estado de la Seguridad Social además de secretario general de Economía y Empleo del PSOE, afirmaba taxativo que la edad de jubilación no se tocaría en ningún caso. Idéntico desconocimiento de lo que se preparaba tenía la mayoría del Gobierno, por no hablar de los líderes sindicales. Zapatero en su mejor versión: la de la improvisación absoluta. Y la incoherencia. Y el vivir al día. “Al Presidente le han hecho mucho daño las críticas de la prensa extranjera de las últimas semanas, literalmente le han dejado noqueado”, aseguran en Moncloa. ¿Cómo contrarrestar ese daño de imagen? Pues yendo a Davos y sentándose al lado del griego Papandreou y del letón Zatlers, dos hombres todo solvencia. Genial. Y diciendo que España es un país “serio y cumplidor”. Como Grecia y Letonia. Del agitprop se encarga, as usual, el diario El País: “Zapatero planta cara al pesimismo de Davos sobre España”. Igualmente genial.

El lastre de un déficit público del 11,4% del PIB

La reacción social no se ha hecho esperar. El coste electoral de una decisión no consensuada de este calado podría ser tan grande para el PSOE, que es difícil imaginar que un tipo como Zapatero no termine metiéndola en un cajón dentro de cuatro días. Quizá antes. ¿Se imaginan al Presidente atándose los machos y haciendo frente a una ruptura de la paz social de la que, amachambrado a la sombra de los sindicatos, ha hecho columna vertebral de su política? Todo es posible en Granada, menos ver a esos sindicatos siguiendo, después de semejante anuncio, la estela de miguitas que va dejando tras sí un presidente que no se ha cansado de repetir que no dará un paso atrás en lo que a conquistas sociales se refiere. ¿Y cabe mayor retroceso social que cargarse de un plumazo los 65 años como fecha de jubilación, cifra de hondas resonancias obreras, como lo fue la jornada laboral de 8 horas?

«El paro es el drama de España, asunto que debería tener en pie de guerra a los cuarenta y tantos millones de habitantes de este país, con su clase política al frente.»

También supimos el viernes de pasión del 28 de enero que el déficit público se disparó en 2009 hasta el 11,4% del PIB. Hace apenas 15 días, el Gobierno seguía dando por bueno el 9,5% de objetivo oficial previsto para el año, sin que a nadie se le moviera un músculo. La locura de un insensato que creyó presidir un país rico ha terminado por salir a flote: subida de las pensiones, incremento del salario mínimo muy por encima de la inflación, cheque bebé, Planes E, subvenciones a todo trapo, inversión pública de lujo… El resultado es que en 2009 el sector público gastó unos 110.000 millones de euros más de lo que ingresó. Un disparate que, como en cualquier familia que gaste más de lo que ingresa, solo puede acabar en la bancarrota.

Ese 11,4% de déficit supone un lastre capaz de impedir salir a flote a una economía como la española. Resulta fácil imaginar las escenas de pánico que en las últimas semanas se han debido registrar en Moncloa conforme iban llegando las malas noticias sobre la situación del enfermo. Tenemos que hacer algo, sí, pero ¿qué hacemos…? El deterioro de la credibilidad de nuestra economía en el exterior es de tal calibre y las necesidades de financiación tan perentorias, que hay que agradecer al Gobierno el gesto de realismo, por fin, que supone tratar de enviar al exterior el mensaje de ortodoxia de ese plan de recorte del gasto en 50.000 millones en los tres próximos años. “España es un país serio”. Pero, ¿mediante qué formula milagrosa piensa el Ejecutivo reducir el déficit de la Administración central del 9,5% en 2009 al 6,2% en 2010, un año perdido desde el punto de vista de la actividad y por tanto, de los ingresos fiscales? ¿Cómo lograr esos 30.000 millones de ajuste presupuestario sin tocar el gasto en Educación, Sanidad, I+D+i, ayuda al desarrollo, sueldo de los funcionarios, seguro de desempleo, financiación de las CC.AA., servicio de la deuda, etc., etc.?

El Gobierno Zapatero está 'kaput'

Y todo ello en un panorama de crisis que sigue haciéndose presente con toda su virulencia. Mientras la inmensa mayoría de la UE anuncia crecimientos del PIB para el nuevo año, España se convierte en el único país desarrollado cuya economía tendrá crecimiento negativo en 2010. España siempre ha dado un tirón hacia adelante cada vez que ha recortado déficit público y ha liberalizado. La demostración acaba de llegar del otro lado del océano. Estados Unidos, el país donde estalló la crisis financiera -en gran parte responsable de la misma- registró en el cuarto trimestre de 2009 un crecimiento del PIB del 5,7% (2,2% durante el tercer trimestre), guarismo deslumbrante que habla de las propiedades de una economía flexible y liberalizada, capaz de superar terribles crisis en un par de trimestres o tres, situación que contrasta con el paisaje ajado y sin esperanza de una España donde, como dijo el general Franco, “todo está atado y bien atado”.

El final de la escapada. El Gobierno Zapatero está kaput, superado por la envergadura del desastre que él mismo ha ido labrando a lo largo de los últimos seis años. Los nervios de Elena Salgado eran bien perceptibles el pasado viernes. Ella misma ha dicho a una amiga que se sabe “sentada sobre un barril de pólvora” que corre peligro de estallar. El mago ZP ha perdido todo su glamur, y hoy es un personaje vulgar que a su ignorancia en tantas cosas une un sectarismo fuera de lo común. Su “ideología” le ha impedido alcanzar los grandes consensos que serían precisos para abordar la solución de los problemas españoles. Cualquier atisbo de solución racional pasa hoy por desalojarlo cuanto antes de la presidencia del Gobierno. La Historia está llena de ejemplos de países que, de vez en cuando, deciden pegarse un tiro en el pie, cuando no directamente en la sien, poniendo el poder en manos de personajes claramente incapacitados para ejercerlo. El caso español no puede ser más ilustrativo de este extraño síndrome. España está hoy en un serio aprieto y el PSOE en un verdadero callejón sin salida con este personaje al frente. Nuestro pequeño genio camina desnudo, y en pelota picada lo ven ya por el ancho mundo. Los Dioses se apiaden de nosotros.


El confidencial

Ya, por favor, ya. Por Alfonso Ussía

Muy mal tiene que estar Zapatero para que plumas amigas con indudable talento como la de Carmen Rigalt se vean inducidas a recurrir a Aznar para salvar los trastos. Aznar no dijo otra cosa que con Zapatero España ha descendido a la Segunda División, que es opinión moderadísima.
Menos moderados han estado el presidente socialista de Castilla-La Mancha, José María Barreda, y el Comisario de Asuntos Económicos de la Comunidad Europea, el también socialista Joaquín Almunia, que ha anunciado posibles intervenciones en España, Portugal y Grecia si sus respectivos Gobiernos no se toman en serio sus políticas económicas. Y el antiguo asesor de Zapatero y Nobel de Economía Paul Krugman ha ido más allá, manifestando que la situación española es mucho más grave que la portuguesa o la griega, que manda huevos. Improvisación, incompetencia, frivolidad y ridículo. Contradicciones y desmentidos. Los ministros del Gobierno se desautorizan unos a los otros un día sí y otro también. Hasta los subvencionados sindicatos se han atrevido a protestar y anunciar movilizaciones. Pienso en Zapatero y no me queda más remedio que recurrir al gran P. G. Wodehouse describiendo a un viejo conocido: «Su coeficiente de inteligencia era algo menor que el de una almeja vuelta al revés; una almeja, todo hay que decirlo, que hubiera sido golpeada en la cabeza en su infancia».


Zapatero es un político desvinculado de la lógica y el sentido común. Exceptuando a Rubalcaba –hoy agobiado por el siniestro «Caso Faisán»–, y a José Blanco, parece haber formado su Gobierno mientras jugaba con su familia al «Trivial Pursuit». La vicepresidenta De la Vega también se ha contagiado y protagoniza últimamente excesivas banalidades. Carmen Chacón, la ministra de Defensa, se salva del desbarajuste. Pero el resto es de vodevil malo, de carcajada mostrando las encías. Esa Bibiana, esa Sinde, ese Moratinos, ese Corbacho, esos desastres, son consecuencia directa del desastre principal, del efímero orante.

En lo único que ha demostrado Zapatero decisión y astucia ha sido en la recuperación del rencor. Se trata de un doctrinario obsesivo. En Europa se lo toman como al pito del sereno y en los Estados Unidos se ríen de sus cosas. Como español, me siento avergonzado de la imagen internacional del que es mi presidente. Ya le fallan hasta las malas ideas. Y todo es consecuencia de una mentira imperdonable. Zapatero mintió con descaro negando la existencia de la crisis económica. Lo hizo para ganar votos. No fue una mentira electoral oportunista y sin importancia como las reconocidas por el Viejo profesor, Tierno Galván. Fue una mentira brutal e irresponsable, cínica y demoledora. España no se preparó para enfrentarse al desastre y hoy padece las consecuencias del grupo de tontos que nos gobiernan. En el momento que escribo mi lamento, la almeja golpeada se halla en plena oración. Me uno al ruego y se lo pido. Váyase ya, por favor, váyase ya.


La Razón - Opinión

Alarma, casi pánico

Los mercados financieros se desploman por la desconfianza sobre la solvencia de España.

La crisis de confianza de los mercados en la economía española estalló ayer virulentamente. El Ibex 35 se hundió el 5,94%, la mayor caída en una sesión desde noviembre de 2008. En Europa se registraron descensos bursátiles generalizados (el Euro Stoxx 50 se desplomó el 3,51%) y en Estados Unidos el Dow Jones bajaba el 2% a media sesión, deprimido por la persistencia de elevadas tasas de paro y la crisis de los mercados europeos.

Pero no hay que llamarse a engaño. En la diana están la economía española y las acciones de sus empresas. El Banco Santander, el BBVA y Telefónica acumularon ayer un tercio de las acciones negociadas de todo el mercado europeo en este amago de crash. Es probable que el desastre se prolongue si el presidente del Gobierno o una persona con autoridad ante los mercados no convencen a los inversores de que las finanzas públicas, arruinadas por un déficit público próximo al 10%, pueden estabilizarse en un plazo razonable.


En momentos de alarma, próxima al pánico, conviene que el Gobierno no se equivoque en el diagnóstico. La razón directa y descarnada del desplome registrado ayer es que los inversores de todo el mundo han conectado la quiebra griega con la debilidad de las finanzas españolas. Los mercados desconfían de España en primer lugar porque observan que una tasa de paro del 19% no puede financiarse de forma prolongada y no hay visos de que baje a límites financiables al menos hasta 2012; después, porque no creen que los vagos remedios del Gobierno, como una vacilante reforma de las pensiones o un plan de austeridad que ni siquiera congela el sueldo de los funcionarios, garanticen la solvencia pública; y, en fin, porque detectan la debilidad política del Gobierno (y su falta de rigor), que le impide, por ejemplo, ordenar el gasto autonómico.

El caso griego ha contaminado a la siguiente economía más débil de Europa, que es la española. Es verdad que España es una economía mejor estructurada que la griega; pero no son sólo los fundamentos económicos los que mueven la inversión. Al desconfiar, los inversores toman posiciones cortas respecto a los activos españoles; creen que seguirán perdiendo valor. A partir de ahí, el hundimiento de las acciones es cuestión de mecánica.

Ahora se aprecian con claridad las consecuencias de presentar un plan no creíble de recorte del gasto, de arrastrar los pies en el debate sobre la viabilidad de las pensiones o de mantener estímulos públicos dispersos e improductivos. La emergencia sólo amainará cuando el Gobierno presente un plan fiable de reestructuración del gasto (pensiones incluidas), cuando existan perspectivas de recorte del paro (lo cual exige un pacto laboral) y cuando los responsables políticos demuestren que tienen capacidad de gestión. Hoy resulta difícil creer que el presidente del Gobierno o el jefe de la oposición tengan la credibilidad suficiente para convencer a los mercados de que pueden hacer todo eso.


El País - Editorial

Una chapuza que daña la imagen de España

El Gobierno anuncia la ampliación del número de años para calcular la pensión y da marcha atrás cuatro horas más tarde.

PODRÍA haber sido el episodio de un esperpento, pero desgraciamente lo que sucedió ayer por la mañana fue real, bien real: el Gobierno anunció el alargamiento del periodo de cómputo para fijar la cuantía de las pensiones de 15 a 25 años y, cuatro horas más tarde, decidió dar marcha atrás.

La propuesta figuraba en el Programa de Estabilidad 2009-2013, presentado ayer ante la Comisión Europea, en el que se calculaba que la extensión de la jubilación hasta los 67 años y el aumento del periodo de cómputo de las pensiones permitirían un ahorro de recursos del 4% del PIB en 2030 (a precios actuales, unos 40.000 millones de euros).


A primera hora de la tarde y tras una dura reacción de los sindicatos, el Gobierno envió una nota a los medios de comunicación en la que señalaba que no se trataba de una propuesta sino de «un ejemplo», «una simulación» que había sido interpretada de forma «errónea». Es evidente que no se trataba de un ejemplo ni de una simulación ya que el Gobierno se había tomado la molestia de evaluar su impacto sobre las cuentas públicas. Pero es que además la medida ya figuraba, aunque sin cuantificar, en el proyecto de reforma de las pensiones aprobado el pasado viernes por el Consejo de Ministros.

Estamos, pues, ante una increíble chapuza que revela la ligereza con la que actúa el Gobierno en materia de política económica. El Programa de Estabilidad es una cosa muy seria y las pensiones lo son todavía mucho más, por lo que se podía suponer que el documento presentado en Bruselas era algo meditado y reflexionado. ¿Qué pueden pensar los dirigentes europeos y los inversores internacionales después de tamaña muestra de improvisación y de los bandazos de este Ejecutivo?

La imagen de España se deteriora cada día que pasa, como revelan las manifestaciones de Joaquín Almunia, comisario europeo de Asuntos Económicos, que equiparó ayer a España con Grecia y Portugal, palabras que se suman al diagnóstico de Paul Krugman de que nuestro país es hoy una grave amenaza para la estabilidad de la zona euro.

Iniciativas como las planteadas por el Gobierno para la reforma de las pensiones deberían haber formado parte de un gran pacto nacional consensuado con los partidos, las comunidades autónomas y los agentes sociales. Pero Zapatero optó por no pactar nada, creyendo ingenuamente que la crisis remitiría en unos meses.

La situación es hoy desoladora, como refleja el propio plan de estabilidad, en el que se plantea un recorte de un 4,3% sobre el PIB en el gasto de las Administraciones Públicas en el plazo de tres años, un esfuerzo de austeridad que parece imposible en un Gobierno acostumbrado a derrochar el dinero público.

Desgraciadamente para Zapatero, el equipo económico que encabeza Elena Salgado -que hace mes y medio defendió unos Presupuestos que hoy son papel mojado- ha perdido toda credibilidad. Máxime si el patinazo de ayer se salda sin que nadie asuma la responsabilidad de un fallo tan garrafal. Alguien tiene que pagar por el error.

Da la impresión de que el Gobierno es una nave a la deriva, que cambia de ruta en función de los vientos, pero que no sabe a dónde va. Hasta hace muy poco, Zapatero había sido persistente en sus políticas, aunque nos parecieran erróneas. Ahora, ha empezado a dar una serie de bandazos que ha desconcertado tanto a sus simpatizantes como a sus detractores porque lo peor, en una situación como ésta, es improvisar.


El Mundo - Editorial

Zapatero consigue que nadie confíe en España

El Gobierno ha hecho justo lo contrario de lo que debía para calmar los temores de los inversores. Ha presentado parte de las reformas rehusando explicar la necesidad de abordarlas, y dando la impresión de que se echará atrás a la mínima.

Cuando ya era evidente que la economía española estaba embarcada en una crisis especialmente grave, el Gobierno de Zapatero lo negaba, acusando a quienes nos limitábamos a contarlo de antipatriotas. La excusa, dijeron, es que esos mensajes negativos podían generar desconfianza en nuestra economía y empeorar aún más las cosas. Sin embargo, en aquel momento la confianza no era ningún problema, y negar la evidencia sólo servía para sembrar dudas, por lo demás plenamente justificadas, en la competencia económica del Gobierno; dudas que podrían costarnos caro más adelante.


Es precisamente ahora cuando estamos sufriendo una crisis de confianza. La Unión Europea está viendo con preocupación lo que está sucediendo en Grecia. El país heleno no sólo corre riesgo de quebrar, sino que ha mentido sobre datos macroeconómicos fundamentales, como su déficit real. Pero dado el tamaño de su economía, es un entuerto relativamente menor para la UE, que mal que bien podría superar sin excesivos problemas. Pero los siguientes en la lista son España y Portugal, y nuestro país –por el tamaño de su economía– sí es un grave riesgo para la estabilidad de toda la zona euro.

Así, cuando se han desvelado los tejemanejes de Grecia, los ojos de los inversores de todo el mundo se han fijado en la situación española, y no les ha gustado lo que han visto. La Unión ya parecía haberlo previsto, obligando a Zapatero a tomar medidas que ya eran necesarias al comienzo de su mandato y llevan siendo urgentes desde el inicio de la crisis, en agosto de 2007. Si el Gobierno hubiera reconocido la gravedad de nuestra situación y la absoluta necesidad de tomar medidas, y hubiera abordado con decisión un plan de recorte del gasto, una reforma de las pensiones y otra del mercado de trabajo, sin arrepentirse ni recular al día siguiente ante la reacción de la opinión pública, España podría haber recuperado la confianza de los inversores.

Naturalmente, el Gobierno ha hecho justo lo contrario de lo que debía. Ha presentado parte de las reformas rehusando explicar la necesidad de abordarlas, y dando la impresión de que se echará atrás a la mínima. El espectáculo ofrecido el miércoles por la testaferro de Zapatero en Economía, Elena Salgado, retirando del documento enviado a la Unión Europea en el que se explicaban las medidas que se habían tomado la ampliación en diez años de la base de cálculo de las pensiones, no podía llegar en peor momento. Así, se ha disparado el precio de los seguros (CDS) que adquieren los inversores para protegerse de un posible impago de su deuda por parte del Gobierno español, y el diferencial de tipos con Alemania sigue subiendo, encareciendo nuestro abultadísimo déficit. Y los inversores han castigado con dureza a las empresas de nuestro país en la bolsa, ante el temor de que nuestra economía –acercándose al 20% de paro– no sea capaz de salir adelante.

No más edificante ha sido el espectáculo dado por la oposición, pese a que su parte de culpa sea infinitamente inferior a la del Gobierno. Justo cuando fuera de nuestras fronteras han perdido completamente la confianza en Zapatero es cuando un líder de la oposición responsable debería haber ofrecido al menos la esperanza de que las cosas pueden cambiar en un plazo relativamente corto de tiempo. Sin embargo, no sólo no se ofrece como alternativa, lo único "útil" que puede hacer ahora, sino que se dedica a una crítica populista de las medidas –insuficientes, sí, pero aún así mucho más que todo lo que ha hecho Zapatero en seis años– que los inversores juzgan imprescindibles.

Ante esta situación, no cabe duda de que la Unión Europea seguirá presionando a Zapatero. El riesgo de que quiebre el Estado español, aunque aún bajo, ha dejado este jueves de ser una posibilidad absurda. Lo más probable es que llegue la calma después de la tempestad que estamos viviendo estos días, pues la labor de reducción de nuestra deuda pública durante los gobiernos de Aznar nos da cierto margen. Pero si no fuera así, no cabe descartar incluso que tuviéramos que llegar a negociar un Gobierno de coalición que devolviera la confianza a las instituciones internacionales y los inversores extranjeros, naturalmente sin Zapatero al frente. Sería el final más apropiado para alguien que, siendo incapaz de dirigir una comunidad de vecinos, se puso al frente de una de las diez economías más grandes del mundo. El problema, que su incapacidad la pagaremos todos muy cara.


Libertad Digital - Editorial

España, crisis de credibilidad

Barómetro del CIS de enero de 2010
La encuesta del CIS publicada ayer, correspondiente al mes de enero, consolida la ventaja del PP sobre el PSOE en voto directo y estimado. Esta última diferencia ronda los cuatro puntos porcentuales (40 por ciento frente a 36,2 por ciento), la mayor de las registradas por el CIS en esta legislatura. Es evidente que el PP ha asentado su liderazgo en las encuestas con una solidez que ya no es meramente coyuntural. Incluso puede considerarse que el resultado de la encuesta es benévolo con el PSOE, porque se elaboró antes de que Rodríguez Zapatero comenzara su cadena de fallos y fracasos en la cumbre de Davos, en Bruselas y en torno a la reforma de las pensiones. Tampoco incluyó la debacle bursátil de ayer en el Ibex 35, que cae a mínimos de agosto, regenera los temores sobre la deuda y pasa factura a la emisión del Tesoro y a las empresas cotizadas, reforzando la prima de riesgo de España. La de ayer, con una caída del IBEX de casi el 6 por ciento, fue una jornada negra que contribuye a reflejar el descrédito de la política económica del Gobierno. Ni la encuesta de los mercados -hay datos alarmantes que ponen en evidencia la mentira gubernamental de los «brotes verdes»- ni las encuestas de los ciudadanos están dando su aprobado a Rodríguez Zapatero, quien se niega a asumir que hay una profunda crisis de confianza en su persona y en su Gobierno que justificaría un adelanto electoral o, como mínimo, que se someta con urgencia a una cuestión de confianza.

Precisamente esa creciente falta de credibilidad, que empieza a adquirir visos de irreversibilidad para los intereses del PSOE, es el motivo que debe impulsar a Rodríguez Zapatero a tomar decisiones urgentes y a abandonar cuanto antes ese mundo irreal, frívolo y lejano en el que se ha instalado. Su disminuido «acontecimiento planetario» concluyó ayer al terminar su intervención en el Desayuno Nacional de la Oración junto a Barack Obama en Washington. Terminó la hora de golpes de efecto superficiales e irrelevantes y de las fotografías con que tratar de recuperar su maltrecha imagen. Desde esta perspectiva, para un político como Rodríguez Zapatero, que hace gala de laicismo, resulta una paradoja evidente que su gran oportunidad para obtener un encuentro con Barack Obama sea el Desayuno Nacional de Oración. Aunque no pudo presentarse como un invitado exclusivo, el presidente del Gobierno fue protagonista en calidad de «orador principal» durante el desarrollo de un evento que no oculta su objetivo de reforzar la presencia de la religión en la vida pública. Zapatero capeó el temporal con una razonable faena de aliño, a través de un discurso ambiguo y cargado de generalidades, mucho más orientado hacia sus anfitriones que hacia ese voto radical que busca de cara a las próximas elecciones. Sólo así se explica la defensa a ultranza de la libertad religiosa y la autonomía personal en el terreno de la conciencia por parte de un dirigente que pretende ignorar el principio de cooperación entre Iglesia y Estado para hacer guiños a sus socios radicales en materias como el matrimonio homosexual o el aborto.

Por lo demás, la actitud cordial que mostró Obama hacia el dirigente español no pasa de ser una cortesía razonable que en nada garantiza la visión de Zapatero como un interlocutor preferente del presidente norteamericano. Bien está la preocupación por el empleo y por los derechos de los trabajadores, pero en las pésimas circunstancias de nuestra economía hacen falta medidas eficaces y no sólo palabras huecas. En efecto, la «conjunción planetaria» ha cumplido ya su capítulo principal, pero carece de perspectivas reales de existencia a lo largo de este semestre de presidencia europea. De hecho, a Zapatero le espera una España fundida en negro, seriamente preocupada por el desgaste político y el deterioro económico, e inmersa en una desasosegante incertidumbre.

Probablemente, de haberse realizado hoy la encuesta del CIS, reflejaría una mayor diferencia con el PP. En todo caso, los sondeos hay que tomarlos con cautela y valorarlos por las tendencias que apuntan. Y la del CIS muestra que el PSOE baja imparablemente, el PP se mantiene, pero no despega, y crecen las alternativas a ambos lados del PSOE, es decir, UPyD e IU. El tiempo se agota para que los socialistas recuperen terreno y da a los populares más margen para una estrategia de oposición efectiva. En estas condiciones es comprensible que haya sectores de la derecha que se sorprendan de la parquedad de la ventaja del PP, pero no debería olvidarse que, aun en sus peores momentos, el PSOE ha tenido siempre un suelo del 35 por ciento. Según el CIS, el PSOE está sólo dos puntos por encima de su resultado de 2000, cuando el PP, con el 44 por ciento, ganó por mayoría absoluta. Cabe esperar más del PP, pero, sobre todo, de Rodríguez Zapatero: primero porque es el presidente del Gobierno y, segundo, porque su pasividad e ineficacia están condenando a España a años de oscuridad.


ABC - Editorial