jueves, 16 de diciembre de 2010

Una pequeña unión fiscal. Por Darío Valcárcel

Merkel y Sarkozy no quieren por ahora que un bono europeo aligere la deuda. El Banco Central Europeo sí lo quiere.

ALEMANIA y Francia, eje de la eurozona, rechazan por ahora el bono europeo. Las dos apoyan el euro con todas sus fuerzas. Otra cosa sería impensable. Angela Merkel y Nicolas Sarkozy acaban de reunirse en Alemania para discutir la creación de ese bono, que respaldaría la estabilidad del euro. Recordemos, los mercados son casi siempre anónimos, no se les ve la cara. Con un bono común, el Banco Central Europeo, BCE, cubriría a los países desestabilizados por compras y ventas masivas.

El ministro de Finanzas italiano, Giulio Tremoti, y el primer ministro luxemburgués, Jean-Claude Juncker, creen que es un error: el bono europeo es necesario ya. Pero el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, discrepa: el bono podrá encarecer el coste del crédito a empresas y ciudadanos alemanes. Tremonti y Juncker insisten: Europa debe demostrar a los mercados su compromiso irreversible con el euro. Una Agencia de la Deuda Europea, sucesora del ente que hoy asegura la deuda, reforzaría al euro país por país. Pero hay que tener cuidado, dicen los asesores de Merkel: un mercado de eurobonos podría enviar una señal no de fortaleza sino de debilidad. Frente a la excesiva precaución, un buen comentarista alemán, Wolfgang Münchau, propone en el FT, 13 de diciembre, una modesta y progresiva unión fiscal entre los 16 países de la eurozona. Si se hace, el bono europeo será inesquivable. Si no se hace, será difícil que Europa sobreviva.

Sarkozy (1955) y Merkel (1954) pertenecen a la generación que sigue a la de Helmut Schmidt (1918) y Jacques Delors (1925), herederos a su vez de la generación anterior, Konrad Adenauer (1876), Jean Monnet, (1888) Robert Schuman (1886), Alcide de Gasperi (1881), Altiero Spinelli (1907)... Los dos, Schmidt y Delors, hacen en Le Monde, 8 de diciembre, unas declaraciones de obligada lectura. Los fundadores, dicen ambos, aplazaron sine dielos fundamentos del euro, nacido en medio de divergencias fiscales y presupuestarias mientras la cacofonía de los gobiernos europeos relanzaba la especulación. Desbordados, los padres de la nueva moneda prefirieron confiarla a la clemencia divina. Quizá una caja europea (Delors) podría amortizar parte del déficit de cada estado de la eurozona. Que el nacionalismo francés, alemán u holandés amenazaran el proyecto de integración era esperable, sobre todo a medida que se avanzara hacia un núcleo duro de facto, el núcleo franco-alemán (Schmidt). Mientras tanto, dos capitalismos distintos cruzaban el Atlántico de oeste a este, también de este a oeste: el capitalismo financiero, centrado solo en la sanción del mercado y en la creación de valor en bolsa (de nuevo Delors); y el capitalismo productor de bienes y servicios, creador de riqueza.

Hoy los europeos prefieren aplazar nuevas cesiones de soberanía. Europa ha de construirse ahora con avances modestos pero continuos, sin olvidar una clave: la fuerza del euro es la fuerza de Europa. En esta prueba de fuerza Europa mostrará de lo que es capaz. No estamos ante un contraste solo económico o monetario, sino político. Al terminar la Segunda Guerra mundial, entre 1945 y 1950, los fundadores de Europa, algunos salidos de la cárcel, lanzaban una idea que pronto cobraría formidable impulso, el fin de la guerra en el Viejo Continente. Hasta 2010, en estos primeros 60 años, ese proyecto se ha cumplido.


ABC - Opinión

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