jueves, 2 de diciembre de 2010

Barrunto de tormenta. Por Ignacio Camacho

Zapatero nunca sufre ataques de sensatez por convicción; sólo rectifica cuando se avecina una catástrofe.

ZAPATERO nos tiene tan acostumbrados a su contumacia que cuando se vuelve sensato da que pensar. Este hombre nunca sufre ataques de responsabilidad por propio convencimiento; si se comporta de un modo razonable conviene prepararse para lo peor porque sólo rectifica cuando se avecina una catástrofe. Sus decisiones más cuerdas suelen ser volantazos bruscos, reacciones desesperadas, a menudo inútiles, provocadas por una situación crítica que no ha visto venir o se ha negado a aceptar hasta el último momento. Tiene un estilo suicida de gobernar que jamás reconoce a tiempo las señales de peligro. Su hábito de equivocarse es tal que convierte los escasos aciertos en señal de emergencia.

El paquete de medidas de ajuste y privatización que anunció ayer para calmar a los mercados y enfriar el calentón de la deuda —cogiendo por sorpresa a una oposición que reaccionó con escasa generosidad y menos cintura; al fin y al cabo se trata de una rendición tardía y forzosa a las recetas del propio PP— es una noticia positiva matizada por la ingrata sospecha de que obedece a la inminencia de acontecimientos desagradables. El zapaterismo ha creado un clima propicio para que impere la pesimista Ley de Murphy sobre la inoportunidad de las alegrías prematuras. La secuencia, sembrada de graves indicios de desconfianza, ha sido idéntica a la de la crisis de mayo. El presidente se ha pasado dos semanas rechazando la evidencia del riesgo de intervención hasta propagar el desconcierto general, y esta nueva e improvisada vuelta de tuerca sobre sí mismo permite conjeturas sospechosas; no hace ni diez días que descartó con solemne aplomo una eventual ampliación de las reformas. Algo ha sucedido para obligarle a la enésima pirueta, y ese algo no puede ser sino la certidumbre de una amenaza inmediata. Eso o que los empresarios que acudieron el sábado a Moncloa estuvieron insólitamente convincentes. O las dos cosas.

Pero lo que ha despertado la inquietud y sembrado de rumores la muy rumorológica atmósfera de la capital es la tajante cancelación in extremisde la inminente gira presidencial por Hispanoamérica. De nuevo Zapatero acierta al corregir la idea irresponsable de largarse por esos mundos en una situación poco tranquilizadora para el país, pero esta clase de decisiones juiciosas son tan infrecuentes que provocan la alarma. Madrid era ayer tarde un remolino de cuchicheos desasosegantes, murmullos nerviosos y cábalas iniciáticas; pocas cosas agitan más la Corte que una noticia opaca y susceptible de interpretaciones dramáticas. La escenografía propiciaba la especulación: el cielo sombrío y el viento gélido de otoño ofrecían con su arrastre de hojas secas un oscuro, simbólico barrunto de tormenta.


ABC - Opinión

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