lunes, 20 de diciembre de 2010

Asilo de suicidas. Por Gabriel Albiac

Se acabó. O nos metemos en la cabeza que somos pobres, o nos lo meterána garrotazos.

ASILO de la ignorancia: a eso llamamos azar, suerte, fortuna, nombres pálidos para lo que antaño tuviera uno grandioso: Providencia. La raquítica superstición suplió a la alta liturgia. En ausencia de paraíso, lotería.

Camino del trabajo. Amanece el domingo. Madrid, glacial. La Gran Vía es cansina última Thule de náufragos que, en la madrugada, van rumiando la íntima derrota de volver a casa. Pasada ya la plaza del Callao y las melancólicas fachadas que en mi infancia fueron cines, una cola de gente silenciosa, dando vuelta a la manzana, me sorprende. ¿Alguna institución benéfica que ofrece a quienes duermen al abrigo de los escaparates de la Gran Vía desayuno? Me equivoco. Por supuesto. Cualquier madrileño menos pazguato que yo se hubiera ahorrado la pifia. Todos saben que lo único que moviliza a nuestros conciudadanos ya es Doña Manolita. Cuando todo cálculo racional de futuro da sobre el precipicio, cada cual se busca el consuelo que puede. Pocos logran vivir sin esas mentiras piadosas. Tal vez, ninguno. La lotería es la última metamorfosis popular de la Providencia: si Dios aprieta pero no ahoga, ¿por qué el azar habría de ser menos benévolo?


Acaba el año en ruina. En ruina de cada uno. Acaba el año sin gobierno. No porque el Presidente hiberne, tibio bajo el edredón familiar, hasta la primavera y las municipales; ésa, hasta sería una buena noticia. Sin gobernación real. Justo en el momento crítico de un cataclismo económico que aún dista de alcanzar su fondo, la política económica no existe; donde otros gobiernos europeos han tomado medidas de austeridad para amortiguar el golpe, el gobierno español se ha ido volatilizando a la medida misma en que su prodigalidad loca nos sumía en una deuda pública de cuya reparación no se fía nadie. Sacar a la tarima la vieja jerga de los «especuladores» que «conspiran contra España» nos trae, a quienes sufrimos los tiempos duros de la dictadura, recuerdos poco gratos. Es mentira. Si Moody's rebaja la nuestra calificación no es por maldad ni capricho; es por algo que sabe cualquiera que alcance a contar con los dedos: un Estado que reduplica su administración con el adiposo dispendio de las Comunidades Autónomas no es económicamente viable. Ha ido tirando, mientras la euforia permitía exhibiciones dispendiosas. Ahora, hay que pagar por todos esos años. Y no hay dinero. Europa ha cargado con el pago de los derroches absurdos de una España que, en buena parte, vivió de los fondos compensatorios. Se acabó. O nos metemos en la cabeza que somos pobres, o nos lo meterán a garrotazos.

Lo que queda de aquí a la primavera va a ser lo más duro que hayamos vivido desde el final del franquismo. El ultimátum se ha dictado ya en Bruselas. Hay dos opciones: obedecer y constatar que todos hemos perdido en torno a un tercio de lo que pretendíamos valer, o rechazar ese dictado y ser, de una manera u otra, expulsados del euro y arrojados a las tinieblas de la Argentina de los años más oscuros.

No. ¿Quién soportaría abrir los ojos a eso? Mejor la lotería. Ojos cerrados. Abracemos el calor de su sosiego. Ignoremos, muramos ignorando. Aletargados. Es, tal vez, lo que llaman «muerte digna». Festivo suicidio en el manicomio. Para todos.


ABC - Opinión

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