jueves, 11 de noviembre de 2010

Serios errores de diplomacia

El viraje que dio este Gobierno hacia Marruecos, cuyas razones no ha explicado aún, ha desencajado los tradicionales equilibrios de España en el Magreb.

A diferencia de lo que sucede con los errores en el campo de la economía, las equivocaciones en política exterior son en ocasiones difíciles de cuantificar, pero eso no impide que el precio de la mala gestión aparezca, como le sucede al Gobierno de Zapatero, que recoge ahora los amargos frutos de su decisión de apoyar incondicionalmente a Marruecos. Negándose a condenar los hechos violentos que han desencadenado los disturbios en El Aaiún para no irritar a Rabat —lo que equivale a considerarlos como aceptables— no contribuye ni a la solución del conflicto ni a la buena marcha de la sociedad marroquí hacia la democracia, y tampoco representa a la sensibilidad mayoritaria de los españoles. Al contrario, el viraje que dio este Gobierno, cuyas razones no ha explicado todavía, ha desencajado los tradicionales equilibrios de España en el Magreb y ha contribuido a alejar las posibilidades de una solución. Marruecos es un vecino con el que es conveniente desarrollar las mejores relaciones. Precisamente debido a esa vecindad, es una insensatez exponer nuestros intereses estratégicos a las maniobras de extorsión que se puedan urdir aprovechando esa proximidad con sucesivos pretextos como la pesca, la emigración ilegal, la droga, el integrismo, Ceuta y Melilla o el Sahara.

Puesto que Marruecos no es una sociedad democrática, habría sido mejor no exponerse a esta situación con una política en la que se definan nuestros intereses, tal como Marruecos hace con los suyos.

La ministra Trinidad Jiménez ha intentado recuperar el paso recordando que España no reconoce la anexión del Sahara Occidental, sin darse cuenta que lo que ha sucedido no ha sido solamente una violenta intervención de las autoridades marroquíes, que al fin y al cabo no puede decirse que sea una novedad más que en la brutalidad de sus dimensiones. Lo peor ha sido la expresión de la violenta enemistad entre la población saharaui y los ciudadanos marroquíes llevados allí por el Gobierno de Rabat. Los enfrentamientos en las calles de El Aaiún ponen de manifiesto que la brecha que separa a las dos comunidades se ha hecho más grande en lugar de difuminarse, como pretendía Marruecos, y que cualquier solución será aún más compleja ahora que cuando el Gobierno socialista creyó erróneamente que obtendría ventajas en otros campos si cerraba los ojos ante la realidad y abandonaba los intereses de España al albur de la política marroquí.


ABC - Editorial

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