martes, 23 de noviembre de 2010

España y el rescate irlandés

El rescate financiero de Irlanda, acordado la tarde del domingo para evitar un lunes negro en los mercados europeos, no ha sido acogido con el optimismo que se esperaba. La mayoría de las bolsas han registrado fuertes caídas, en especial la española, que ha perdido la cota de los 10.000 puntos. Las palabras tranquilizadoras de la Comisión Europea para desmarcar a Portugal y España del fiasco irlandés no acaban de convencer a unos parqués nerviosos y desconfiados, que ayer volvieron a encarecer la prima de riesgo española. Tampoco parece eficaz el discurso del Gobierno de Zapatero, aferrado a que «España no es Grecia ni Irlanda», tal vez porque arrastra un déficit de credibilidad que siembra la duda entre los inversores. Si a ello se le añade que el Banco Central Europeo le acaba de pedir nuevos ajustes en pensiones, sanidad y coordinación con las autonomías, se comprenderá mejor por qué la economía española, tachada hace tiempo como «el enfermo de Europa», haya entrado en la unidad de observación. Es precisamente el desbarajuste autonómico español, que frena la recuperación y dispara el gasto, lo que no acaba de entenderse en Europa. Resulta paradójico y muy revelador que Irlanda, que logró la independencia de Gran Bretaña hace unas pocas décadas, se ponga ahora en manos británicas para evitar la quiebra. Convendría que los dirigentes nacionalistas que se empeñan en destruir sus lazos con España se miraran en el espejo irlandés y extrajeran las conclusiones pertinentes. Por lo demás, es evidente que no hay parangón posible entre el tamaño de la economía española y la irlandesa. No obstante, cada día que pasa resulta más difícil refutar la imagen de España como el alumno torpe, incapaz de progresar al ritmo de los demás y muy poco fiable a la hora del examen. En este contexto, el rescate de Irlanda supone una advertencia a España por persona interpuesta de que los grandes guardianes de la UE serán implacables para poner a salvo el euro y su estabilidad financiera. La moneda comunitaria ya tiene su cruz con la guerra de divisas entablada entre EE UU y China como para agravarla con nuevos síntomas de flaqueza. Ahora le toca digerir el fracaso del «tigre celta», que ha resultado ser un gato faldero, y vigilar estrechamente a Portugal. Llegado el caso, a nuestros vecinos se les aplicaría la misma receta. A día de hoy, las arcas comunitarias disponen, a través del servicio de estabilidad financiera, de unos 750.000 millones de euros para socorrer las emergencias y apuntalar la moneda. No hay motivos reales, por tanto, para temer por la suerte del euro, pero nada puede ser igual después de que dos países comuniarios hayan roto la confianza de la comunidad. Es verdad que la construcción de la UE es laboriosa, en ziz zag y a veces contradictoria, pero sin disciplina presupuestaria y sin rigor financiero de todos sus socios no será posible que todos avancen a la misma velocidad. España tiene que decidir a qué grupo quiere pertenecer, si a los que progresan muy lentamente y con muletas prestadas o a los que marcan el camino a seguir. De elegir la compañía de estos últimos, que es el que corresponde por su tamaño y cualidad, el Gobierno deberá gestionar con más rigor y credibilidad, lo que no está haciendo.

La Razón - Editorial

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