sábado, 20 de noviembre de 2010

El voto de los idiotas. Por Ignacio Camacho

La campaña catalana se ha despeñado en un desvarío de candidatos en pelotas y figurantes fingiendo orgasmos.

PARA calentar una campaña electoral que deja frígidos a los ciudadanos, algunos partidos catalanes han empezado a desparramar orgasmos de porno blando y gemidos de atrezzo que parecen contratados en un local cutre del Paralelo. En un vídeo socialista una señorita alcanza el éxtasis tras votar al soso Montilla, que ya son ganas, y en otro una candidata independiente amaga con quitarse la toalla en un paisaje de camas revueltas y ropa interior desperdigada. El yermo horizonte de unos comicios tediosos y desmotivadores se ha llenado de candidatos frikis y travestidos antisistema que se despelotan en los mercados mientras los partidos teóricamente serios se dejan arrastrar por la extravagancia y banalizan sus mensajes en una estúpida carrera de simplezas, majaderías y despropósitos. Sólo Convergencia, que va a ganar y lo sabe, mantiene el decoro a costa de formular un discurso monótono centrado en la gestión del poder que está tocando con la yema de los dedos. Los demás han echado el carro por las piedras en una insólita competición de sandeces. Los electores han visto un cómic del presidente de la Generalitat vestido de Supermán y un videojuego en el que la jefa de filas del PP mata inmigrantes como si fuesen marcianitos. Los estrategas de campaña parecen haberse extraviado en el disparate. Incapaces de captar la atención general con propuestas interesantes han decidido ir a por el voto de los idiotas, que vale lo mismo que el de los listos pero tal vez crean que resulta más fácil de captar.

Aunque en democracia ningún sufragio es despreciable. se supone que los políticos con cierta responsabilidad, los que aspiran a demostrar su solvencia para dirigir los destinos colectivos, tienen la obligación de proponer un debate de mínima altura. En eso consiste el liderazgo. Se trata de articular soluciones socialmente efectivas y políticamente viables; luego hay que encontrar el modo de hacerlas atractivas para el mercado electoral, pero sin renunciar a la dignidad intelectual que corresponde a un dirigente público. La trivialidad es un despeñadero. Las campañas electorales ya tienen bastante sal gruesa en los mítines, donde se habla para hooligans y demás fauna envenenada de sectarismo, como para envilecerlas más con quincallería de saldo que ofende la inteligencia de los votantes. A base de entregarse a las agencias de publicidad y marketing los partidos han acabado dejando sus mensajes en manos de una cuadrilla de becarios que malbaratan la poca seriedad que le queda a la política. El resultado es de una simpleza devastadora que desemboca en la exhibición de candidatos en porretas o de figurantes fingiendo jadeos de videoteca casera. Este desvarío suele tener efecto boomerang: hasta los tontos se cabrean cuando los tratan como tales.

ABC - Opinión

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