lunes, 18 de octubre de 2010

Una eternidad. Por Ignacio Camacho

Un año y medio de poder son millones de horas de usufructo, millones de sueldos, millones de privilegios repartidos.

CUANDO el objetivo principal de la actividad política consiste en la consecución del poder nada resulta más lógico que la segunda prioridad sea la de mantenerse en él una vez alcanzado. El poder es un inmenso mecanismo funcional del que viven colgadas cientos de miles, acaso millones, de personas que a su vez proporcionan el combustible electoral para continuar luchando por su modo de vida. Cada hora de permanencia no sólo es un tiempo de usufructo propio, sino un tiempo de ocupación que se le resta al adversario. El poder ya no es la capacidad de promover efectos sociales basados en la aplicación de la ideología o los principios, sino que se ha convertido en un fin en sí mismo; el nuevo fuego sagrado de la política.

Mediante su acuerdo con el PNV, Zapatero ha alquilado dieciocho meses más de poder, una permanencia que trasciende su mera estancia en la Moncloa para dar cobertura a multitud de intereses ramificados. Un año y medio de poder son millones de horas, millones de sueldos, millones de privilegios repartidos entre millares de individuos vinculados directa o indirectamente al control del presupuesto.


Significa también un paréntesis de esperanza para un partido y un Gobierno devastados, un tiempo de hipótesis abierto a eventuales mejoras circunstanciales. En dieciocho meses el presidente puede obtener un ligero repunte de su crédito descalabrado, siquiera un remanso de su vertiginoso desgaste; puede esperar golpes de suerte o errores de impaciencia de la oposición que comprometan sus perspectivas de triunfo. Puede producirse incluso un leve, improbable, soplo de recuperación socioeconómica. Y aunque ya nada le quede por hacer en una legislatura prematuramente muerta, se tratará de tiempo consumido en el ejercicio de una iniciativa que el rival no puede manejar por falta de instrumentos a su alcance.

Poco puede esperar el país de ese tiempo estéril. Más de lo mismo, más aventuras improvisadas, más titubeos, más bandazos de rumbo, más proyectos absurdos, más concesiones de soberanía en pago adelantado de los minutos de prórroga. Más meses postrados en la cansina espera de un cambio de ciclo. Pero en el ritmo de la política se trata de un capital de oportunidades y, en todo caso, del patrimonio impagable de un privilegio esencial: el que proporciona la toma de decisiones. Un año y medio más al calor de los despachos, de la influencia, de la expectación, de la capacidad de resolver contratos, nombramientos, destinos, repartos. Un año más al frente del aparato gigantesco que mueve una Administración hipertrofiada. Y un año y medio menos lejos del frío y del silencio, de la orfandad del poder perdido y los teléfonos que no suenan. Toda una eternidad para los que la viven… y para los que la esperan.


ABC - Opinión

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