miércoles, 6 de octubre de 2010

Wilders. La dictadura de los virtuosos. Por José García Domínguez

Muerta y enterrada la dictadura del proletariado, la ha sucedido esa dictadura de los virtuosos; sin duda, la mayor amenaza contra la libertad desde la irrupción de los fascismos en la década de los veinte.

Creo que fue Andy Warhol quien auguró que muy pronto viviremos en una época en la que todo el mundo podrá decir lo que piensa porque todo el mundo pensará lo mismo. Y, al menos en Europa, ya estamos a cinco minutos de esa distopía pastueña. Repárese, si no, en la reacción de la prensa, igual la de izquierdas que sus gemelos de la derecha, ante el asunto del holandés. Un señor diputado electo, ese Wilders, que, sin duda, habría salido absuelto del tribunal de la opinión publicada si hubiese acuchillado a Theo van Gogh. Pero, ya se sabe, se comienza por un crimen y se acaba negando el brazo a las ancianitas que cruzan la calle.

Como Wilders, ahora estigmatizado por el establishment en pleno tras incurrir en el más ominoso de los delitos a ojos de los nietos de Voltaire y Rousseau: el de opinión. Y es que al pobre ingenuo, creyendo que Holanda aún tenía algo que ver con Holanda, se le ocurrió comparar el Corán con el Mein Kampf. En fin, el caso resta sub iudice. Todavía no se sabe con certeza, entonces, si habrá de penar en la cárcel su osadía, ni tampoco si lo desposeerán del escaño. Ahora, del escarnio de verse reo de la Justicia no lo ha librado nadie. Un incómodo capítulo para el que la cobardía moral de Occidente ya ha encontrado coartada. El tal Wilders –nos insisten– es de la extrema derecha. Acabáramos, el tipo era un facha. Asunto olvidado, pues.

Tal que así, vamos camino de perder otra batalla, la enésima, en la guerra contra la Razón que ha desatado el sucedáneo posmoderno del totalitarismo que responde por corrección política, la doctrina dominante en la progresía tras la bancarrota de su viejo relato ideológico. Un canon preceptivo, el de lo políticamente correcto, que clasifica a ciertos individuos (musulmanes, minorías sexuales, inmigrantes, delincuentes juveniles...) como víctimas a amparar de toda crítica, justificada o no, sin tolerarse ni la menor discrepancia. Ninguna. Muerta y enterrada la dictadura del proletariado, la ha sucedido esa dictadura de los virtuosos; sin duda, la mayor amenaza contra la libertad desde la irrupción de los fascismos en la década de los veinte. Que Alá nos proteja.


Libertad Digital - Opinión

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