sábado, 23 de octubre de 2010

Gómez, Gómez y Gómez. Por Alfonso Ussía

El Gómez socialista de Madrid ha sido abducido por el Gómez ministro de Trabajo. Le ha durado la gloria al Gómez madrileño muy poco tiempo. Y lo de la gloria es un decir. Nada más confuso que una coincidencia de apellidos en el mismo partido político. La extravagante pregunta «¿Qué Gómez?» va a convertirse en habitual en los próximos meses. Para mí, que el nombramiento de Valeriano Gómez como ministro de Trabajo es el primer paso de la venganza de Rubalcaba y Blanco contra el Gómez de Madrid. Porque resulta difícil comprender que un sindicalista que se ha manifestado contra el Gobierno por su reforma laboral acepte el ministerio que tiene que llevar a cabo la referida reforma. O Gómez es un caradura o Gómez es un incoherente o Gómez es un desleal. Y la gente se preguntará: ¿qué Gómez?

En este caso, el Gómez ministro, lo que no quiere decir que el otro Gómez, el de la gloria efímera, no es un caradura, es coherente y es leal. Gómez, y vuelvo al del ministerio de Trabajo, ha intentado justificar su inexplicable salto de la pancarta a la cartera, y no ha estado afortunado. En su Gómez hay dos Gómez. Y el lío se enreda aún más. Si Gómez el ministro es dos Gómez –el que se manifiesta contra el Gobierno y el que, a los diez días, forma parte de ese Gobierno–, el tercer Gómez es el de Parla, porque un candidato autonómico no puede superar en importancia a todo un ministro, que a su vez, y para mayor dificultad en la superación, está compuesto de dos personas tan enfrentadas y contradictorias como son las del Gómez sindicalista y piquetero, y el Gómez gobernante y con «Audi» en la puerta de su casa.

Gómez tiene que estar pasando por malos momentos. «¿Qué Gómez?» se preguntarán ustedes. En este caso, retorno al Gómez de Parla. El pobre Gómez de Parla no sólo se topa con un Gómez o dos Gómez más poderosos que él, sino que asiste estupefacto a otro inconveniente moral. Su vencida adversaria en las primarias de Madrid, Trinidad Jiménez, recibe en compensación a su derrota el ministerio de Asuntos Exteriores. Extraño resultado el de las primarias. El ganador, se queda en eso, en el Gómez que va a perder, y la vencida asciende con vértigo y alegría hasta la cumbre de la cancillería de España. Si yo fuera Gómez –¿qué Gómez?–, que no lo soy y me gustaría que no hubiera dudas al respecto, me mudaba a Parla y no volvía a aparecer por la Gran Vía y Callao, como muestra de dignidad. Según las estadísticas, en un mismo período de tiempo, un Gómez puede triunfar en política, e incluso dos Gómez, pero no tres. Tres Gómez conforman una multitud de Gómez. Y si ha quedado demostrado que los dos primeros Gómez viven bajo la piel del Gómez ministro, el Gómez candidato a la presidencia de la Autonomía de Madrid, no tiene nada que hacer. Si no lo tenía antes, ya me dirán ahora. Lo cantó el poeta: «Lo que era imposible antaño/ es más improbable hogaño». Los poetas son así, que no se muerden la lengua.

Pero carotas como Gómez –¿qué Gómez?–, y ahora me refiero al ministro, no abundan. «¡Reforma laboral, no! ¡Zapatero, dimisión!». Y a los diez días, ministro de Zapatero y reforma laboral, sí. Gómez, Gómez y Gómez.


La Razón - Opinión

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