jueves, 7 de octubre de 2010

Desacato. Por Ignacio Camacho

A los ciudadanos nos gustan las primarias por la misma razón por la que los aparatchiks les tienen pánico.

LA víspera de la epifanía de Tomás Gómez, el sábado 2 de octubre, Rodríguez Zapatero compareció en Sevilla para presentar a los candidatos a alcaldes de las ocho capitales andaluzas. Ni uno solo de ellos ha sido elegido en primarias, prohibidas en Andalucía por el aparato del partido para que nadie cuestionase el precario liderazgo de Griñán y a pesar, o precisamente por ello, de que en varias ciudades existían animosos aspirantes alternativos. Un gesto así, de tan clamoroso autoritarismo dogmático, invalida el discurso de superioridad moral con que el PSOE trata de revestir el fracaso de la apuesta zapaterista; a la dirección socialista le provocan aversión las susodichas primarias desde que ganó unas José Borrell, y si las ha habido en Madrid no fue porque el presidente las auspiciara sino porque, negándose a aceptar la retirada que le fue más ordenada que sugerida, el tal Gómez las forzó con desafiante desacato. La descalificación obstruccionista sufrida por el ex ministro Asunción en Valencia avala la realidad manifiesta de que todas las maquinarias partidistas detestan que se cuestione su autoridad en una lid abierta.

Sin embargo a los ciudadanos nos gustan las primarias precisamente por la misma razón por la que los aparatchiks les tienen pánico: porque evitan el secuestro de la voluntad de los militantes y devuelven a éstos el protagonismo participativo. Con todas sus secuelas de división interna, de enfrentamiento cainita y de coacciones directas —que de todo eso ha habido en Madrid, y por ambos bandos—, la democracia siempre es mejor que la ausencia de democracia. Las heridas que las elecciones orgánicas dejan en la piel de los partidos sólo se pueden curar a base de hábito; cuando sean un procedimiento normalizado nadie cuestionará su virtud. Al PSOE hay que reconocerle que, aunque sea a regañadientes y sólo si no hay otro remedio, las acaba celebrando en medio de un clima de arrepentimiento indisimulado. Lo que no cabe en la lógica democrática es que su adversario electoral, el PP, presuma de fortaleza por no hacer lo que le corresponde. La sorna de Rajoy al respecto constituye una falta de respeto democrático; si él tuviese que refrendar su candidatura ante sus bases quizá no sacaría tanto pecho. En ese sentido, el Partido Popular está en déficit democrático con su procedimiento digital de congresos cerrados, que contradice el espíritu de avance regeneracionista que Aznar estableció al autolimitarse los mandatos.

Hasta que no se generalice la elección directa como método de selección abierta de candidatos, la política española incumplirá el taxativo mandato constitucional que exige a los partidos un funcionamiento democrático. Las primarias tienen muchos defectos, pero ninguno es mayor que el que provoca su inexistencia. Al ejercicio de la democracia sólo han de temerle los que desconfían de sus resultados.


ABC - Opinión

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