lunes, 6 de septiembre de 2010

Pantomima. Por Ignacio Camacho

Quedan cuatro monos y de los cuatro dos son infiltrados de la Guardia Civil… ¿a quién quieren engañar?

NI alto el fuego ni gaitas. A estas alturas lo único que se espera ya de ETA es un arriba las manos y un abajo las armas. Quedan cuatro monos y de los cuatro dos son infiltrados de la Guardia Civil… ¿a quién quieren engañar? Si pretenden dejarlo por dosis, poquito a poco, ya deberían saber que nadie tiene interés por otra dosis que no sea la última. Y si tratan de abrir camino electoral a sus cómplices batasunos, no es creíble que sean tan ingenuos de creer que va a bastar con un gesto así. Eso ya no vale ni para «consumo interno», como decía Rubalcaba cuando trataba de justificar el visible rearme de la última tregua. Esta pantomima ya no se la cree ni Zapatero, que lleva meses —años, en realidad— soñando con lo que aún constituye su gran esperanza.

Nunca un anuncio de tregua etarra había despertado menos expectativas ni más escepticismo. Hasta los más benévolos con su causa se sienten decepcionados por la cicatería de la concesión. La llamada izquierda abertzale —es decir, el brazo político de ETA según la doctrina del Supremo… y del juez Garzón antes de que se desmintiese a sí mismo— necesita una manifestación más contundente para siquiera plantear —que no para obtener, eso es otro cantar— su eventual legalización antes de las elecciones locales que tanto le interesan. Ellos, los batasunos, deben ser los más decepcionados por este comunicado paupérrimo en el que los terroristas persisten en mantener su pantomima militar. No les vale ni para aliviar la presión, y eso que hay quien está loco por encontrar un pretexto para aliviársela.


Por mucha escenografía siniestra que exhiba, por mucha boina y verduguillo —qué palabra tan exacta— con que se disfracen sus escasos cabecillas, ETA está exánime, arrinconada, agujereada, huérfana de apoyo político y en clara extinción. Sigue teniendo capacidad de hacer daño porque nada hay más fácil que matar sin motivos a un hombre desprevenido, pero aun así le cuesta ya trabajo organizar un atentado con posibilidades de escapatoria. No le queda más salida que la rendición, y cuanto más tarde peor será el horizonte que espere a sus últimos irreductibles. El tiempo juega en su contra y esta estrategia de cuentagotas está muy vista y resulta de lo más aburrido.

De todos modos, el mensajillo de los encapuchados viene a ser una lección para los que tienen demasiada prisa. Prisa por presentarse a las elecciones y prisa por encontrar una baza política para tratar de salvar el mandato. Hay mucha gente y muchos vendedores de humo enredando bajo cuerda en un toma y daca que si no es una negociación se parece mucho, y aquí ya no queda por negociar más que el día y la hora de la entrega de armas sin contrapartidas previas. Todo lo demás, como en Hamlet, es silencio. Silencio y firmeza, porque si a uno le engañan una vez es culpa del engañador, pero si le engañan dos veces es culpa suya.


ABC - Opinión

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