lunes, 13 de septiembre de 2010

La palabra líquida. Por Ignacio Camacho

El único principio de Zapatero es el poder. Ha traicionado sus palabras, pero éstas sólo obligan a quien se las haya creído.

BIEN puede tener razón Zapatero cuando dice que con la reforma laboral y el ajuste económico no ha traicionado sus principios. No consta que los tenga, más allá del principio de supervivencia en el poder. Sí consta que ha traicionado sus palabras, pero éstas sólo obligan a quienes se las hayan creído, como decía Mitterrand de las promesas electorales. En esa refinada escuela de cinismo político, la misma que llevaba a Tierno Galván a afirmar que los programas están para incumplirlos, el presidente dejó clara su filosofía (?) desde el comienzo de mandato: las palabras están al servicio de la política, no la política al servicio de las palabras. He ahí, bajo la inocente fórmula de un aparente retruécano, una de sus escasas manifestaciones de sinceridad, a la luz de la cual no cabe llamarse a engaño. Simplemente, dice lo que en cada momento le conviene. Por tanto, la responsabilidad de creerle pertenece en exclusiva a quien le conceda crédito. Que cada vez es menos gente, por cierto.

La larga y creciente lista de quienes se consideran engañados por el presidente del Gobierno está compuesta por personas y colectivos que olvidaron o desoyeron esta advertencia primigenia que constituye la principal clave interpretativa del personaje. Artur Mas, Rajoy, Maragall, Montilla, Chaves, Solbes, las víctimas del terrorismo, los sindicatos, un montón de ministros actuales y pasados y varios millones de votantes pasaron por alto en algún momento la única declaración con la que Zapatero no ha dejado de resultar coherente. Bueno casi la única. También está aquella de que cientos de miles de españoles podrían ocupar su puesto, siempre que se le añada un criterio interpretativo que acaso no estuviese en su ánimo: con el mismo grado de (in)competencia. El resto de su producción discursiva y/o programática pertenece con mayor o menos carga tautológica a la retórica de oportunismo explícita en el enunciado fundamental. Las palabras al servicio de la política. Sus palabras. Su política.

Así pues, contra lo que proclama el más célebre eslogan de sus críticos, Zapatero no es exactamente un embustero. Se ha mostrado camaleónico, tornadizo, imprevisible, inconstante, voluble, cínico, brutalmente pragmático, pero no resulta embustero quien te advierte de que no te puedes fiar de su palabra; apurando, incluso ha habido pocos políticos tan explícitamente sinceros. La frase de marras está ahí clavada desde hace años como sobre un frontispicio, grabada y escrita, publicada y reproducida. Muchos de quienes se sienten traicionados le creyeron por conveniencia, y también por conveniencia él se deshizo de ellos. No ha lugar a decepciones jeremíacas; este hombre es exactamente y desde el principio tal como parecía que era.


ABC - Opinión

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