viernes, 17 de septiembre de 2010

Gitanos sin romance. Por José María Carrascal

Si todos los europeos nos parecemos cada vez más, no tiene sentido que los gitanos se empeñen en ser diferentes.

LA izquierda europea se ha lanzado contra la orden francesa de expulsión de los gitanos como un hambriento hacia un bocadillo. ¡Llevaba tanto tiempo ayuna de éxitos! E incluso parte de la derecha, como esa comisaria luxemburguesa que recordó las prácticas de Hitler contra los judíos, olvidando que Francia les paga el regreso a su país y que el suyo es un pozo de dinero negro evadido del resto de la Unión. ¡Hay tanto que hacer olvidar en esta Europa de burócratas, aprovechados y demagogos!

Y una de ellas son los gitanos. Europa ha ido uniéndose económica, social y legislativamente, con leyes y normas que igualan a sus ciudadanos y difuminan sus fronteras. Pero había unos europeos para quienes ya no existían esas fronteras y esas normas: los gitanos. Desde siempre, los gitanos no se han regido por otras normas que las suyas y se han trasladado de un lugar a otro como si las fronteras no existiesen. En ese sentido, han sido los primeros europeos. Pero cuando Europa empieza a emerger como una unidad, se convierten en una anacrónica y molesta redundancia. Si todos los europeos nos parecemos cada vez más, no tiene sentido que algunos de ellos se empeñen en ser diferentes. Pues el gran problema —o virtud, vaya usted a saber— de los gitanos ha sido siempre su resistencia a integrarse. Cuando franceses, alemanes, italianos, españoles, etc., éramos distintos en prácticamente todo, la cosa no resultaba grave. Pero ahora que vamos camino de ser iguales, el «hecho diferencial» gitano toma tintes dramáticos. Quiero decir que el problema gitano no es un problema francés, ni alemán, ni italiano, ni español. Es un problema europeo, al que Europa, Bruselas exactamente, apenas ha prestado atención. Por lo que han tenido que ser los Estados quienes lo hagan. Cada año venían expulsándose de Francia entre 7.000 y 10.000 gitanos, pero sin alardes. Lo nuevo es que ahora se hace por orden gubernamental. Y lo grave, que la mayoría de los franceses lo apoyan, como lo apoyan la mayoría de los alemanes, italianos, españoles y, seguro, que luxemburgueses. Lo que se necesita es una política común europea para integrar a los gitanos. Estoy seguro de que bastantes de ellos lo aceptarían, al significar una casa digna, un trabajo todo lo fijo que hoy puede darse, seguridad social y escuela para sus hijos. Otros, en cambio, preferían seguir su vida errabunda, lindando en muchos casos con la mendicidad y la delincuencia, dominadas por las mafias. Pero ya no podrían decir que la sociedad les excluye. Son ellos los que se excluyen de la sociedad. Una tarea larga, difícil y costosa para ésta. Es mucho más fácil echar mano de la hipocresía.


ABC - Opinión

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