jueves, 19 de agosto de 2010

Zona de nadie. Por Ignacio Camacho

La visita de Aznar a Melilla no sólo ha dejado en evidencia la contemplativa galbana del Gobierno sino la de Rajoy.

EN la física política rige una inexorable ley de los espacios: aquéllos que uno deja vacíos acaban ocupados por el adversario. Este principio es válido tanto para la pugna de partidos como para los pulsos internos entre correligionarios; al que se duerme le comen la merienda porque en la lucha por el poder no queda sitio para zonas de nadie como la que Marruecos ha laminado en Melilla… aprovechando la pasividad española en una exacta metáfora de esta lógica espacial. Metro que uno abandona, metro que otro invade, se trate de espacios físicos, ideológicos, electorales o de oportunidad.

Por eso el Gobierno no se puede quejar de que Aznar le haya madrugado la atención que Melilla está reclamando de la política española. Con Moratinos desaparecido ignominiosamente —¿se estará escondiendo para que no le envíen de candidato a Córdoba?— en plena crisis fronteriza; con Bibiana Aído encogida ante el desprecio sufrido por las mujeres policías; con los vicepresidentes —Chaves es de Ceuta— en vacaciones o de inútil zascandileo autonómico; con Rubalcaba posponiendo una semana el contacto con su homólogo marroquí; con todo el Gabinete, en fin, refugiado en la galbana estival para minimizar la incómoda ofensiva de presión norteafricana, el vacío institucional y de liderazgo ofrecía una clara oportunidad para quien tuviese reflejos suficientes y ganas de aprovecharlo. La entusiasta recepción de los melillenses constituye una prueba manifiesta de su sentimiento de orfandad ante el quietismo oficial en un momento crítico.


Claro que la visita del ex presidente no ha dejado solamente en evidencia la falta de respuestas gubernamentales, sino que ha señalado —y es imposible que el interesado lo ignore— la apática indiferencia de un Rajoy del que lo último que han sabido los ciudadanos es que se iba de vacaciones con el cinturón de seguridad desabrochado. Con su ruidosa presencia en Melilla, Aznar ha eclipsado adrede el viaje consular de González Pons en las vísperas, enviando a la opinión pública un mensaje indisimulado de disconformidad con la posición contemplativa de su sucesor en el PP. Incapaz de dominar el hormigueo político que le desazona desde que dejó el poder y liberado de responsabilidades y compromisos, ha ido a ocupar un espacio vacante a sabiendas de que su presencia iba a formar un alboroto. Es el peligro de dejar tierra de nadie: que siempre hay alguien dispuesto a quedarse con ella.

Es evidente que el movimiento inopinado de Aznar ha pillado a toda nuestra dirigencia con el paso cambiado, provocando una sacudida de desafío en una política amodorrada. La idoneidad del gesto es discutible, especialmente en un ex mandatario que parece echarse de menos a sí mismo, pero está claro que había un margen de acción al alcance de cualquier iniciativa. A este hombre le corre sangre por las venas, aunque mezclada con una dosis considerable de resentimiento. A otros parece que no les corre más que horchata.


ABC - Opinión

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