martes, 31 de agosto de 2010

Turismo de alboroto. Por M. Martín Ferrand

Nada más útil en un Estado totalitario, con democracia aparente, que multiplicar los sucesos de sensible repercusión.

¿QUÉ pasaría si, esta misma tarde, un grupito de catorce ciudadanos extranjeros se manifestara en la calle principal de cualquier ciudad española de doscientos mil habitantes con pancartas y voces reivindicativas de la independencia de Ceuta, Melilla o Gibraltar? Entra dentro de lo probable que, ofendidos, los lugareños lleguen a increpar a tan extravagantes y escasos manifestantes y, aunque escapa a lo deseable, llegasen a producirse agresiones físicas. La presencia de la Policía en el lugar de los hechos, ante una manifestación ilegal, sin los trámites previos que exige cualquier Estado de Derecho, tendrá que ser necesariamente disuasoria y tampoco constituiría rareza que los manifestantes fueran trasladados a una comisaría y, en evitación de mayores altercados callejeros, se limitasen sus movimientos.

Marruecos, nuestro vecino del Sur, es un Estado soberano que, independientemente del entusiasmo o rechazo que puedan producirnos sus notas diferenciales, incluidos su condición teocrática y sus limitaciones al ejercicio ciudadano a los derechos humanos, merece el respeto de todos nosotros. No es de recibo, por mucho que ahora les broten voces de adhesión, que catorce vecinos de Gran Canaria se trasladen a El Aaiún y, sin más, desplieguen una pancarta y griten por la independencia del Sahara Occidental. Algo contrario a la doctrina oficial marroquí y, también, a la posición española expresada en nuestras relaciones bilaterales y en los foros internacionales.


Tan absurda y chocante es la conducta de los activistas canarios que este fin de semana montaron su numerito en El Aaiún que, en uso de mi libertad de sospechar, sospecho que, de un modo espontáneo o inducido, sirven, más que a los intereses del pueblo saharaui, a los del Reino de Marruecos. Las muchas y crecientes tensiones sociales, aceleradas por la crisis económica, que, enmascaradas por una fuerte represión policial, viven nuestros vecinos, empuja a su Gobierno a utilizar como válvula de descompresión, como mecanismo de distracción de la opinión pública marroquí, tensiones e incidentes como los que acabamos de vivir en Melilla. Nada más útil en un Estado totalitario, con democracia aparente y gruesas restricciones en el uso de la libertad, que multiplicar —ahora en el Sahara Occidental— los sucesos de fácil y sensible repercusión mediática como los producidos por estos extraños turistas de la algarabía política que se fotografían tumefactos a la vuelta de un incidente que ellos mismo provocaron. Si ellos pueden, en el extranjero, desplegar sus pancartas, yo podré, en casa, airear mis sospechas. Supongo.

ABC - Opinión

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